— ¡Todos fuera! – escuché el grito de padre provenir de su habitación — ¡Aléjenla de mi!
— Pero, señor... – escuché la voz del jefe en guardia — es su hija...
— ¡Te he dado una orden, obedece! – gritó una vez más.
Me aferré con fuerza a la muñeca en forma de sirena que mi madre me había regalado, estaba asustada, estaba herida, estaba terriblemente impotente. Mi padre, el rey del Paraíso, había perdido a su esposa, la reina del Paraíso, Layla, y yo había perdido a mi madre.
Aún con los gritos y golpees que había dentro de la habitación, sostuve todo de mi para permanecer de pie a un costado de la puerta de la recámara del Rey. Con la manga de mi vestido limpie mi rostro lleno de lágrimas y trate de estar calmada cuando salió el Jefe de Guardias. Me miro con una cara de simpatía y sabía que lo que diría no sería agradable. Que su misión de hacer que el Rey, mi padre, me viera.
— ¿El Rey me odia? – preguntó, y tras la pena, agache la cabeza.
— No, el no te odia, princesa – poniéndose a mi altura, pasó una de sus manos por mi cabeza, acariciando mi cabello con amabilidad — el solo aún no está listo para verte.
— Pero han pasado tres meses desde que ma- la Reyna falleció – dije, en un tono resistente. Tratando de no llorar frente al guardia.
— Princesa Lucy, – dijo — para el Rey su Reyna era todo. Era la persona que más amaba en la tierra del Paraíso, y en cualquier tierra, su perdida fue difícil para él.
— ¿Es por que me parezco a la Reyna que no me quiere ver? – preguntó, con vergüenza.
— Cargas con los genes de tu madre, de eso estoy seguro – se reincorporo, esta vez mirándome desde arriba —, por eso estoy seguro que algún día reinarás el Paraíso tan elegantemente como tu madre lo hizo.
—¿Crees eso? – sostuve con más fuerza la sirena de felpa contra mi pecho, y sentí mis ojos picar — ¿Crees que pueda ser igual a la Reyna?
— Lo serás, algún día – sonriéndome, me tendió la mano — si es así, déjeme escoltarla a su recámara.
Mire su mano unos segundos, y negué con la cabeza. Si iba a ser igual a mi madre, tenía que comenzar desde ahora.
— ¡No! – exclamó hacia él, a lo que me ve asombrado — La Reyna era valiente, fuerte, elegante y cordial, si quiero ser como la Reyna debo volverme fuerte, valiente, elegante y cordial como ella.
— Princesa Lucy...
— Gildarts, Jefe de Guardia, por favor – pedí, pedi como mi madre pedía en vida — enséñame a pelear, enséñame a ser fuerte, enséñame para poder ver a mi padre.
Me miro, y me miro atónito. Me miro esperando que me arrepintiera de mi decisión. Pero no sería así, a mis ocho años de edad estaba decidida a una sola cosa: alcanzar la fortaleza y la elegancia de mi madre, y no importaba si para ello tenía que desligarme de mis actividades como princesa.
Dejaría todo por ser como ella.
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Caí al suelo. Una. Dos. Tres veces. El sonido retumbando en mis oídos, y la sensación de dolor en mi cuerpo me daban camino a saber que probablemente un hueso roto se aproximaba.
Gildarts me miraba desde lejos, con un rostro inexpresivo. Había aceptado, pero con la condición de que si lloraba, jamás volvería a tocar el doujo. Entonces no tenía permitido llorar de dolor, simplemente soportarlo.
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Castigo Imperial / Nalu / f.t.
FanfictionPrecuela de "Difícilmente te dire adiós". » Miremos las estrellas sobre los árboles, y que los árboles nos miren desde las estrellas. Seremos uno para nosotros, y para todos. Seremos el fuego y el agua, la luz y la oscuridad, seremos eternos y fugac...