𝐒𝐢 𝐦𝐞 𝐝𝐚𝐬 𝐚 𝐞𝐥𝐞𝐠𝐢𝐫

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𝐁𝐞𝐬𝐚𝐫𝐭𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐥𝐚𝐛𝐢𝐨𝐬





No quería levantarme de aquella cama.

No quería salir de aquella burbuja de felicidad.

Hoy tenía que irme y aún no había visto nevar en París.

Pero había probado los labios más dulces del mundo, había sentido las caricias más adictivas del universo.

Y había aprendido que nada sería lo mismo si no era en París.

Si no era en aquel hotel de la Bastilla.

Si hubiera sabido que esto pasaría, habría pedido no vivirlo.

Ahora como seguiría adelante sabiendo que existía una persona así y la dejaría marchar de aquella forma...

—Buenos días—

Sus ojos estaban llorosos del sueño, su cabello luchaba por estar revuelto y sus labios estaban aún rojos. Parecían cerezas, dos rojas cerezas que me invitaban a ser probadas.

—Deberías seguir durmiendo, anoche no descansamos nada...—

Él solo se pudo reír ante el comentario, su pálida piel dejaba constancia de lo ocurrido.

—Tu no te libras, tendrás un recuerdo mío durante un tiempo.— 

—¿Quieres que te diga la verdad?—Él asintió.

—No quiero que esto sea un
recuerdo. No quiero volver a la rutina, no quiero seguir con mi vida. Porque llegué a aquí perdido, sin esperanza y ahora me marcho después de haber encontrado lo que buscaba. Ahora me marcho y ya no  sabré cuando nos volveremos a ver—

Doyoung era muchas cosas. Era alguien que nunca terminaría de conocer pero si sentiría en el fondo de mi ser que lo conocía completamente.

Eso es lo que ocurre con las personas de las que nos enamoramos: Que terminamos prendados de la imagen que tenemos de ellos y no de cómo son ellos realmente.

Por ello temía que Doyoung sintiera lo mismo que yo. Aquello solo podría dañarlo al darse cuenta de quién verdaderamente era.

Pero aquello daba igual, todo estaría bien mientras aquel amor se quedase en las calles de París.

Dónde podías amar a quien quisieras, dónde podías ser quien quisieras y dónde nadie te conocía.

Ahora tocaba volver a ser aquel empresario sin corazón.

Volver a aquél caparazón de acero y a estar bajo el punto de mira de la sociedad.

—Quédate con esto, mientras lo lleves puesto recordarás París y cuando nos volvamos a ver me la devolverás.—
El pelinegro me puso una pulsera de plata en la muñeca.

Nos volveríamos a ver, aquel era nuestro destino y estaba seguro de ello.






𝐒𝐢 𝐦𝐞 𝐝𝐚𝐬 𝐚 𝐞𝐥𝐞𝐠𝐢𝐫
𝐄𝐧𝐭𝐫𝐞 𝐭𝐮 𝐲 𝐦𝐢𝐬 𝐢𝐝𝐞𝐚𝐬
𝐚𝐮𝐧𝐪𝐮𝐞 𝐲𝐨 𝐬𝐢𝐧 𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬
𝐒𝐨𝐲 𝐮𝐧 𝐡𝐨𝐦𝐛𝐫𝐞 𝐩𝐞𝐫𝐝𝐢𝐝𝐨

𝐒𝐢  𝐦𝐞 𝐝𝐚𝐬 𝐚 𝐞𝐥𝐞𝐠𝐢𝐫
𝐄𝐧𝐭𝐫𝐞 𝐭𝐮 𝐲 𝐞𝐬𝐞 𝐜𝐢𝐞𝐥𝐨
𝐃𝐨𝐧𝐝𝐞 𝐥𝐢𝐛𝐫𝐞 𝐞𝐬 𝐞𝐥 𝐯𝐮𝐞𝐥𝐨
𝐏𝐚 𝐥𝐥𝐞𝐠𝐚𝐫 𝐚𝐥 𝐨𝐥𝐯𝐢𝐝𝐨

𝐒𝐢 𝐦𝐞 𝐝𝐚𝐬 𝐚 𝐞𝐥𝐞𝐠𝐢𝐫
𝐌𝐞 𝐪𝐮𝐞𝐝𝐨 𝐜𝐨𝐧𝐭𝐢𝐠𝐨

𝐏𝐨𝐫𝐪𝐮𝐞 𝐦𝐞 𝐡𝐞 𝐞𝐧𝐚𝐦𝐨𝐫𝐚𝐝𝐨
𝐘 𝐭𝐞 𝐪𝐮𝐢𝐞𝐫𝐨 𝐲 𝐭𝐞 𝐪𝐮𝐢𝐞𝐫𝐨
𝐬𝐨𝐥𝐨 𝐝𝐞𝐬𝐞𝐨
𝐄𝐬𝐭𝐚𝐫 𝐚 𝐭𝐮 𝐥𝐚𝐝𝐨
𝐒𝐨ñ𝐚𝐫 𝐜𝐨𝐧 𝐭𝐮𝐬 𝐨𝐣𝐨𝐬

𝐁𝐞𝐬𝐚𝐫𝐭𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐥𝐚𝐛𝐢𝐨𝐬

𝐌𝐞𝐫𝐜𝐢 𝐛𝐞𝐚𝐮𝐜𝐨𝐮𝐩, 𝐏𝐚𝐫𝐢𝐬;  𝐉𝐨𝐡𝐧𝐝𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora