Capítulo 29

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Al salir de la farmacia, Eliseo tiene colocado unos lentes oscuros con una postura firme y maliciosa; al verme, se quita los lentes y lo guarda en su chaqueta.

—¿Todo bien? —pregunta al estar cerca.

—Sí, conseguí lo necesario.

—Bien, vámonos.

Eliseo me abre la puerta del auto y me monto, él da la vuelta y se monta por el otro lado; el conductor se coloca en marcha seguido del segundo auto; veo pasar varias tiendas de ropa, restaurants y unos que otros centros comerciales, concesionario de autos sobre diferentes marcas, varios hoteles lujosos con entradas grandes. El auto toma una calle donde los lugares hermosos se pierden de vista, para colocar varios edificios no tan lujosos y sin mucha gente por las calles.

—¿Es por aquí? —pregunto sin despejar la vista en la ventana; no me imagino un banco por estos lados.

—Sí, ya estamos llegando —responde Eliseo.

Los autos se detienen al lado de unos edificios y puedo jurar que están abandonados; algunas ventanas están tapadas con madera, las paredes se están desconchando; lo único intacto es la puerta del edificio del medio. Eliseo se baja y no pierdo ningún segundo en hacerlo.

Adolph, Sebastián y un tercer alemán, empiezan a seguir a Eliseo, miro a los otros hombres y no me dicen nada.

—Sara —me llama él—, no te atrases.

Llego con rapidez, colocándome detrás de él antes de que abra la puerta y deja al descubierto un largo y oscuro pasillo; trago con dificultad al ver lo oscuro que es.

—¿Qué es este lugar, Eliseo?

Él me ve de reojo y me sonríe—. Ya lo verás.

Empieza a entrar y al ser un pasillo angosto, avanzo para que la fila india avance. Escucho cuando cierran la puerta y de inmediato aparecen unas luces rojas; sin querer le agarro una parte la chaqueta a Eliseo.

—Bienvenidos, señores y señora —habla una voz femenina—. Nos alegra que nos visite y confíe en nosotros como su mayor seguro para guardar su dinero. Por favor al final del pasillo, muestre su huella dactilar de su dedo anular.

Me suelto de él al ver que el miedo se va, terminamos el pasillo con una puerta atravesada en ella, Eliseo coloca su dedo anular en el centro de la puerta, toma unos segundos y de repente la puerta va desapareciendo, dejando rastros de cuadritos verdes que luego se desaparecen.

—¡Wow!

—Impresionante ¿no?

—Sí... pero ¿no hay una puerta ahí? La vi tan real.

—No, solo es una puerta armada por una computadora.

Seguimos caminando, esta vez el lugar es iluminado por luz blanca artificial mostrando un elevador con su puerta abierta. Entramos sin problemas; al montarse el último, el elevador empieza a bajar.

—¿Estamos bajando?

—Sí. —responde Sebastián, que al parecer se divierte de mis expresiones y preguntas.

Al llegar al tope, el elevador abre su puerta y nos muestra un espacio grande y casi oscuro; el lugar es de una estación de tren, al ver los rieles que divide al otro extremo, donde se ve una entrada magistral bañada completamente de oro y con una tipografía elegante que marca: Banco de Honolulu.

—¿Qué tipo de banco es este? —pregunto pero luego la respuesta llega sola—. ¿Me estás diciendo que los mafiosos tienen un banco para ellos?

Khalid CafieroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora