Capítulo 33

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—¿Qué estás diciendo? —Y poco a poco mi cerebro va acomodando las palabras—. ¿Un virus?

—Sí, es un virus. —reafirma— como te mencioné, nos sirve para obtener todos los datos básicos de las personas que habitan en este planeta, ninguno podrá salvarse.

—¿Cómo es posible? Crear un virus lleva tiempo y a esta magnitud más años de lo que piensas —analizo.

—Supongo, que soy más inteligente. Unos movimientos por acá, otros por allá, hasta llegar a esto —resumen por encima—. Pronto estará listo y podremos dar marcha a este proyecto.

Su tono de voz se siente a un toque de excitación; esa parte se me hacía difícil de reconocer, Julius ansia una guerra en el mundo.

—Esto es ilegal, Julius, cada persona merece su privacidad y tú vas a romper eso.

Julius se encoje de hombros.

—En realidad, me importa poco lo que suceda con las demás personas del planeta... es un mundo lleno de mucha maldad.

—Hay maldad porque personas como tú hacen cosas que no deben —replico—, este es un claro ejemplo.

—¿Estás defendiendo a unos asesinos?

—¿Qué, defenderlos? ¿Estás loco? ese virus no solo va a afectar a los mafiosos, también a la gente que está fuera de estos temas, a mí, a mis padres, hasta a ti.

—Addyn solo lo piensa usar con las personas de la mafia.

—¿Y tú le creíste? ¿Creíste la palabra de un mafioso?

—Debo creer en su palabra, por esos ellos han tenido todo esto ¿no? Addyn ha creado el gran banco en Honolulu porque personas creyeron en él y él no los traicionó.

—Que no haya traicionado a algunas personas, no significa que no te traicionará, Julius.

—Es un trato que él debe de cumplir.

—¿A cambio de qué?

Pero calla, no dice nada. Un repentino mareo me atraviesa, deja que ciertas imágenes se vean dobles; Julius me sostiene antes de caer y me sienta.

—La papelera —murmuro al tener ganas de vomitar.

Él me lo pasa y a los segundos vomito todo lo que puedo. Pierdo la noción del tiempo y al bajar la papelera, Julius me entrega una pequeña toalla y me limpio.

—Ten, te sentirás mejor —me pasa un vaso plástico con agua y una pastilla de tono amarillo.

—¿Qué es?

—Un calmante, debes estar exhausta por todo lo que has vivido —él se agacha, quita la papelera con un rostro de asco y luego me vuelve a mirar—, no quiero imaginar por todo lo que has pasado, debe haber sido horrible.

—Ni te imaginas. —Y recuerdo.

—No te atrevas a tomar esa pastilla, Odette —aparece Detta—, no me trae buena espina este hombre.

«Es Julius, él no me hará daño» le respondo.

Detta suelta una risa seca—. ¿Eres idiota? Tu Juliusito no te va a proteger, ni sabemos si fue él el que hizo explotar el robot.

«Él me ha dicho que no lo hizo».

—¿Y le creíste? A veces pienso que estoy en el cuerpo de una estúpida.

No lo niego, aquella palabra me dolió al escucharla; una cólera de rabia me invade y me tomo la pastilla de golpe.

—Verás que te sentirás mejor en un rato —comenta Julius con una tierna sonrisa.

Khalid CafieroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora