Capítulo Once

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Una semana de exámenes se interpuso entre mi plan, así que me olvidé de este por unos cuantos días. Me encontraba ocupadísima leyendo, estudiando, analizando y memorizando uno que otro concepto.

Estar tanto tiempo ocupada me ayudó a no pensar. Irónicamente, el estrés universitario me trajo un poco de tranquilidad. Y había hecho un buen trabajo para alguien que se perdió más de la mitad de las clases.

La semana siguiente fue un intercambio absurdo de mensajes y llamadas entre Ian y yo. Prácticamente le compartía cada actividad que hacía mi madre al día.

Todos los días, se levantaba a las 7 de la mañana y acompañaba a mi padre a desayunar.

Su rutina semanal era siempre igual. La seguía al pie de la letra.

Los lunes eran días que dedicaba a la empresa, iba a asegurarse de que todo estuviese en orden.

Los martes iba a una clase de Pilates y luego a la peluquería.

Los miércoles se iba a tomar un café o salía a comer con sus amigas más cercanas, que son pocas.

Los jueves los dedicaba a Pilates, de nuevo.

Los viernes salía de compras y traía cosas innecesarias a la casa o acumulaba ropa en su armario.

Y sus fines de semana, eran para mi padre.

Ian y yo la seguíamos, asegurándonos de ser lo suficientemente sigilosos para que no nos notara, pero sólo terminábamos afuera de la empresa, restaurantes, peluquerías o centros comerciales, teniendo conversaciones largas mientras mi madre salía del lugar.

Esos días, me frustré demasiado, enfatizando a la persona tan desesperada que me había convertido. Quería respuestas y lo único que habíamos conseguido era el aburrido itinerario de mi madre.

Ian era el mejor acompañante de todos y la parte racional del plan. Él se aseguraba de que no fuésemos vistos y que todo nos saliera bien. Yo, en parte, era la parte emocional: la que se quería bajar del auto y enfrentarla si alguna vez veíamos algo raro.

Pero mi madre no nos estaba dando ese material.

Estaba.

El lunes, mi madre llegó con un vestido nuevo, diciendo que iba a ir a un evento en el Hotel Riu por la inauguración de un restaurante.

Siempre suelen invitar al señor y a la señora Durham a cualquier evento. Pero, lo que se me hizo extremadamente extraño, es que sólo "la habían invitado a ella".

Ian y yo nos dirigimos al hotel a ver si el evento si existía, y efectivamente, el viernes, a las nueve de la noche, se iba a celebrar la inauguración de un restaurante que tenía pinta de ser bastante caro.

Había muchas personas invitadas, pero se podían adquirir entradas.

Mi idea era esperar afuera del hotel y ver con quién entraba o con quién salía, pero la parte racional del plan tumbó mi idea con la suya.

"Es que Ian, estoy segura de que algo anda mal. Mi mamá nunca asiste a eventos sola. Eso quiere decir que se encontrará con el idiota ese con el que está andando," dije y crucé los brazos, expresando mi rabia a través del lenguaje no verbal.

"Puedo conseguir entradas," exclamó Ian, mientras se comía una barra de chocolate, en un estado bastante relajado. Estábamos estacionados afuera del hotel.

"¿Qué? ¿Cómo así? ¿Vamos a ir?"

"Vamos no. Yo iré," dijo. "Si vas, tendremos que hacer un esfuerzo inhumano para que pasemos desapercibidos."

11:43 PMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora