IV

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Kiku tenía sólo diecinueve años cuando se lo arrebataron.

Era un ser ingenuo que llegó por accidente al distrito en busca de una nueva vida alejada de su estricta familia religiosa. Siempre soñó con estudiar arte en la universidad y seguir una maestría, pero el peso de su billetera no fue suficiente. Y cuando Arthur se enteró de ese sueño frustrado, en secreto le pidió a un conocido para que le diera un trabajo de medio tiempo, ayudándolo indirectamente a pagar sus gastos. ¿Por qué hacía tanto por alguien de quien debería importarle una mierda su vida? Ni siquiera él lo sabía en ese momento.

Arthur cerró los ojos, dejando la delicada pieza de porcelana sobre la mesita de madera, tratando de inmortalizar cada instante de su primer encuentro. Fue lluvioso y frío el día en que lo conoció. Recordar ese encuentro era lo único que lo mantenía con vida.

Ese día había acabado temprano una de sus tantas visitas en casa de un policía que quiso convertirse en héroe y terminó con una bala en el cráneo. El clima de ese día fue horrible, por lo que las prostitutas no trabajaron. Se sintió fastidiado al ver como la lluvia invertía su rutina; por lo que, tratando de matar su tiempo, visitó una cafetería cercana para despejarse. Desde la entrada notó como todas las miradas de desconfianza se posaron sobre él. Lo habitual al ver al hijo de diablo paseándose en esa ciudad olvidada por la justicia.

Ingresó al recinto sin saber que desde instante todo cambiaría.

Permaneció en su sitio segundos, minutos y apostaría que hasta horas. Se mantuvo impregnado de ese ser frente suyo sin querer despegar la mirada. Aún lleno de dudas, tomó asiento en la mesa contigua para lograr entender la situación.

Un pequeño y delicado pelinegro tomaba una taza de té verde en la mesa próxima, solo y sin nadie a su alrededor. Su cabello azabache era perfecto, logrando un hermoso contraste con su piel pálida y ojos casi apagados. Sin duda alguna aquel joven se veía como un buen partido para pasar una agradable noche y después dejarlo tirado en algún callejón, pero ¿por qué esa idea no colaba por su mente?

Fueron unos largos minutos en donde se sumergió en sí para debatir su próxima jugada, que no prestó atención como ese mismo joven de mirada hermosa se acercó a su mesa.

"Sentí su mirada en mi", "acabo de llegar a la ciudad", "mi nombre es Kiku honda". Frases entrecortadas que su memoria guardaría como el secreto más sublime de su podrida existencia.

"—Ah, si... el mío es..., me llamo Arthur Kirkland... —carraspeó— Lamento haberte molestado con mi mirada, tengo la mala costumbre de observar fijamente lo que me llama la atención.

—¿Acaso siempre le dice esas cosas a las personas que recién conoce?

—En realidad no, jamás había conocido a alguien tan hermoso como tú."

La obstinada mente de Arthur nunca quiso admitir que amó ese extraño estremecimiento que sintió al encontrarse perdido frente a la tan dulce presentación de ese chico. Por lo que y sin darse cuenta, un indeseable sentimiento nació en su alma, inundándolo de una paz incomprensible.

Tras unos meses de conocerse, salir a recorrer la ciudad y de mantener conversaciones largas de media noche, Arthur comprendió que no podía huir más del cariño que ese hombre implantaba en él. Lo supo cuando sintió como su orgullo se hallaba arrinconado en alguna esquina a punto de consumirlo. De la noche a la mañana ese oriental de mirada perdida y costumbres tan distintas a las suyas se convirtió en lo más apreciado de su asquerosa vida.

Pero el presente era otro y entonces maldijo a todo el mundo. Maldijo al padre despreciable y en lo que fue convertido. Maldijo también el hecho de ya no tener a su lado al amor de su vida.

Come back with me (Asakiku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora