Caramelo/Camarón

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- Tú vas a decir caramelo -le dijeron al niño.

Cuando miró que muchas personas lo observaban con una sonrisa estúpida en el rostro, sintió una extraña felicidad y, sin notarlo, respiró profundamente.

- Caramelo -repitió el niño.

- Y tú vas a decir camarón -le dijeron a la niña.

Cuando miró que muchas personas la observaban con una sonrisa estúpida en el rostro, se sintió nerviosa pero contenta. Después se concentró en buscar la mirada de su madre, quien la veía con inusitada alegría. También, sin darse cuenta, respiró profundamente.

- Sí -dijo la niña.

El hombre de la máscara triste se dirigió a las personas de la sonrisa estúpida y levantó su báculo dorado.

- Y ahora... -dijo el hombre de la máscara triste-: Ahora comienza la diversión. ¿Quién quiere diversión? -preguntó a las personas de la sonrisa estúpida.

Nadie respondió a su pregunta. Sin embargo, nadie quitó la sonrisa estúpida del rostro. El calor empezaba a abochornar mientras la noche se hacía más profunda.

- Bien -dijo el hombre de la máscara triste-. Ahora diré: ¿Quién quiere ganarse la vida eterna?

- Yo -dijo el niño y levantó la mano.

- Yo -dijo la niña y también levantó la mano.

Las personas de la sonrisa estúpida se rieron a carcajadas y voltearon a mirarse unas a otras. Incluso se dieron de codazos. No faltó quien, además, le diera un sopapo en la cabeza a su vecino, ya entrados en confianza.

- Imposible, queridos amigos -dijo el hombre de la máscara triste-. Sólo uno de entre ustedes puede ganarse la vida eterna. Serás tú -dijo a la niña tocándole suavemente la cabeza con su báculo dorado-. O serás tú -dijo con desprecio al niño también señalándolo con su báculo dorado.

- ¡Caramelo! -gritó el niño

- ¡Camarón! -gritó la niña.

Las personas de la sonrisa estúpida se carcajearon falsamente.

- No, queridos amigos -dijo el hombre de la máscara triste queriendo apagar ese simulacro de carcajadas-. Aún no. De nada valen sus intentos ahora. Será mejor que guarden sus energías para cuando yo pida que estallen en carcajadas y alaridos.

Las personas de la sonrisa estúpida estallaron en carcajadas.

- Si tú pierdes -dijo el hombre de la máscara triste al niño-, te daré a escoger entre dos premios de consolación: un pase o una despensa. Y si tú pierdes -dijo el hombre de la máscara triste a la niña tocándole el pecho con su báculo dorado-, te daré a escoger entre dos premios de consolación: un chicle masticado -dijo el hombre de la máscara triste haciendo un ruido desagradable con la boca-, o un beso en el que te meteré la lengua hasta la garganta.

El niño comenzó a brincar en su lugar a la manera de los boxeadores y empezó a palmearse las caderas. La niña cubrió su boca con una de sus manos y buscó la mirada de su madre, quien no había perdido el inusual y exagerado entusiasmo. Las personas de la sonrisa estúpida miraron al cielo y después dirigieron la vista a donde se encontraba la madre de la niña. Después estallaron en carcajadas.

- ¿Saben lo que tienen que hacer? -dijo el hombre de la máscara triste dirigiéndose a los dos niños.

- ¡Caramelo! -dijo el niño.

- ¡Camarón! -dijo la niña.

- Así es -dijo el hombre de la máscara triste-. Y aquél que falle... -miró a las personas de la sonrisa estúpida-: perderá la vida eterna.

Café para tresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora