Nunca olvidaré ese frío día de invierno, en el que Javier se mudó a mi edificio, en el que por algún casual me saludó.
Yo, tímido, me sonrojé, nunca me había fijado en ningún chico, y, le ví, piel blanca, pelo castaño y ojos marrones a la par que su pelo, voz grave pero sin llegar a serlo demasiado. En fin, que me enamoré; pero no demasiado.
Le respondí igual, saludándole. Y empezando así una corta conversación:
-¿Qué tal? -me preguntó amablemente.
-Bien, espero que tú también lo estés.
-Sí, la verdad es que sí -dijo riéndose-. Sobre todo porque ya está hecha la mudanza.
-Y, bueno, ¿por qué te has mudado aquí? -pregunté, aunque no me pudo responder, ya que en ese momento su padre le llamó y se fue a su casa.
-Adiós -dijo con una gran sonrisa en la cara-, espero verte mañana.
-¡Adiós!
Volví a casa y me fui a mi habitación, no me podía creer que hubiera un chico de mi edad y aparentemente tan amigable viviendo en el edificio. Esa noche estuve hablando con Vera (mi mejor amiga y de la que estoy enamorado) por WhatsApp.