Extra 3

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Muy lejos de Mordor, más allá del océano, donde algunos elfos aún vivían en paz en la tierra de Valinor, muchas personas miraban hacia el horizonte preguntándose qué fue de aquellos que partieron tanto tiempo atrás.

Las palabras de Fëanor aún resonaban en los oídos de todos aquellos que lo oyeron declarar su furia contra los valar, y numerosas veces deseaban saber que fue de él y sus hijos.

Nerdanel caminaba todos los días al taller que un día fue de su esposo, deseando verlo ahí aunque sabía que estaba prohibido que volviese, y al pasar por los pasillos de su hogar se imaginaba a sus hijos corriendo otra vez de habitación en habitación. A veces ni siquiera su espíritu fuerte podía con la pena y lloraba, sola en esa enorme casa, pidiendo por un milagro que le devolviese a su familia.

Ella nunca perdía la esperanza, aunque todos a su alrededor si lo hicieron.

Un día, un ave apareció en su ventana, dejándole un paquete antes de desvanecerse como una sombra, sin dejar rastro. La obra de un vala, el único que no estaba presente en Valinor.

Con manos temblorosas abrió el sobre, y extrajo una foto.

Maitimo la miraba serio desde ella, alto e imponente, junto a sus hermanos. Las cicatrices profundas marcaban su rostro, y su cabellera roja había sido cortada sobre sus hombros. Su brazo derecho estaba apoyado en el hombro de Amras, pero su mano había sido amputada. Maglor estaba en el otro extremo, abrazando a Celegorm con una sonrisa. Caranthir y Curufin estaban al centro, con Amrod delante de ellos.

Nerdanel dejó caer sus lágrimas. Los gemelos estaban tan mayores... la última vez que los había visto eran bebés. Y sus niños, habían crecido tanto.

Sin embargo, estaba tan ensimismada que no fue hasta que dejó de llorar que notó las otras personas en la foto. Reposando la cabeza en el hombro de su hijo mayor, estaba el maia Sauron, y detrás de ambos, el vala Melkor se alzaba amenazante y serio. Fingolfin estaba detrás de Celegorm y Caranthir, con sus tres hijos, dos varones y una pequeña niña de la edad de los gemelos.

Volteó la foto, y del otro lado la recibió una letra elegante y pulcra.

"Tu amado esposo abandonó a quienes decía querer con todo su corazón. No fue un accidente lo que le hizo eso a tu hijo, Nerdanel, fueron sus acciones egoístas.

¿Crees que Fëanor es un buen hombre? Nunca cuidó de sus hijos. Jamás visitó a Maedhros en el hospital. No hizo nada para seguirlos cuando huyeron lejos de él.

Y ahora, ellos son míos. Yo sí les di un hogar y una vida, y mi señor a su modo lo hizo también."

No estaba firmada, pero ella sabía que la había escrito el maia rubio en la foto.

¿Habían sus hijos... seguido el camino sin retorno? ¿El camino del mal?

No, no era así... Morgoth, aunque tenía una mano firmemente cerrada alrededor del brazo de Sauron en posesividad con una fuerza arrolladora, su otra mano descansaba en el hombro de Maitimo en un toque casi gentil.

Ellos podían estar en las manos de la más grande calamidad de Arda, pero estaban bien.



Maedhros bostezó y se removió. Sabía que lo prudente sería moverse rápido y lejos, pero, ¿desde cuando le importaba realmente? Melkor no le haría daño a pesar de sus amenazas. Si no le había temido cuando lo conoció, no lo haría ahora. El temible señor oscuro fue para él el padre que Fëanor nunca se molestó en ser.

Se puso de pie, estirando sus brazos y teniendo cuidado de no hacer ruido en su camino fuera de la habitación. Con suerte Mairon estaría haciendo el desayuno y podría robar algo antes de volver a cada a ver si sus hermanos seguían con vida.

Sin merecer un último adiósDonde viven las historias. Descúbrelo ahora