Gracias

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Luis Cepeda

Ya hacía una semana que Roi y Sara habían empezado con los nuevos horarios en su trabajo. Yo intentaba apañarme con Adel y Kala como podía en las tardes en las que me tocaba trabajar en la ONG, pero estaba bastante agobiado con el tema.

Como cualquier otro día de diario, desperté a los niños, les hice el desayuno, les vestí y pusimos rumbo a la escuela infantil a la que iban Kala y Adel para dejarles allí durante la mañana. Dejé a los niños y fui de vuelta al local de la ONG. Hoy tocaba repartirnos por diferentes zonas del centro de Madrid para poder captar nuevos socios. A mí me tocó en la zona de Moncloa, por lo que, debido a las restricciones de tráfico por contaminación que había en el centro de la ciudad, tuve que coger la línea 3 de metro para llegar hasta allí. Casi 40 minutos y una línea de metro completa después llegué por fin a mi destino y me coloqué en la parte de arriba del intercambiador. Ese lugar era transitado diariamente por muchísimas personas, por lo que esperaba tener surte aquel día y poder captar a alguna persona que se convirtiese en socio de la ONG o incluso, en voluntario.

Al cabo de tres horas allí ya estaba muerto de cansancio. El dolor de espalda que tenía era insoportable y, lo que era peor, tan solo había conseguido que me hiciesen caso tres personas: una niña de 16 años, que me escuchó atentamente y se mostró bastante interesada en la causa, pero que, al ser menor, no podía ser socia, aunque me aseguró que en cuanto cumpliese los 18 años iría a nuestras oficinas para informarse y poder contribuir en lo que estuviese en su mano; un señor mayor muy amable al que la pensión no le daba para poder pagar las cuotas de socio; y una pareja de chicos bastante comprometidos que estuvieron encantados de prestarse como voluntarios. Conclusión, había pasado la mañana entera allí para no captar ni un solo socio y solo dos voluntarios. Aunque lo que más me molestaba de todo era que solo una persona de las miles que pasaban por aquella zona te prestaba atención. El resto me ignoraba, hacía como si yo no existiese, me contestaban de maneras muy poco educadas o incluso me insultaban por hacer mi trabajo. Había que tener mucha paciencia porque era bastante frustrante en muchas ocasiones. Supongo que era algo normal por la incredulidad que existe respecto a las ONG. Además, la gente no suele ser demasiado propensa a aceptar participar en algo que les supondría un mayor gasto de dinero de forma mensual. Decidí probar suerte por última vez en el día y paré a una chica que pasaba por allí mientras se comía un bocadillo.

- Hola, ¿tendrías un momentito para escucharme?

- Ay, lo siento muchísimo, de verdad. Te prometo que te escucharía, pero tengo muchísima prisa porque tengo que entrar a trabajar y hoy llego un poco tarde.

- No pasa nada, no te preocupes. Yo ya me iba, pero como no he conseguido nada hoy quería probar suerte una última vez.

- Me siento fatal, de verdad, pero es que llevo bastante prisa. ¿No tienes un folleto o algo que puedas darme y me voy informando mientras voy en el metro?

- Lo siento, pero ya se me acabaron. Aunque seguro que si buscas en la papelera encontrarás todos los que quieras. – contesté con humor.

- Supongo que tiene que ser muy frustrante para ti ver cómo la gente actúa de esa manera.

- Ni te lo imaginas.

- Bueno, me tengo que ir, que al final pierdo el metro. Lo siento mucho, una vez más. Si otro día paso por aquí con menos prisa, me pararé a escucharte.

La chica corrió hacia las puertas de la estación de metro y la perdí de vista. Una pena, porque estaba seguro de que esa chica intentaría ayudar en todo lo que pudiese. Su cara mostraba que de verdad sentía el no haber podido pararse más tiempo para hablar conmigo y que le diera información sobre nuestra labor en la ONG y qué intentábamos conseguir con ella.

Los secretos de tu cuerpoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora