Capítulo 10

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La nieve empezaba a fundirse en las colinas y en los valles aso­maban las primeras flores silvestres cuando la Dama del Lago subió a la barca para recibir al Merlín de Britania. Kevin estaba pálido, cansado y ojeroso; arrastraba los miembros torcidos con más esfuerzo que nunca y se apoyaba en un grueso bastón. Se había visto obligado a dejar a Mi señora en las manos de un cria­do, pero Niniana fingió no percatarse, sabiendo que tenía que ser un golpe enorme para su orgullo. En el camino hacia su vi­vienda aminoró los pasos y allí le dio la bienvenida, haciendo que sus mujeres avivaran el fuego y llevaran vino. Él bebió ape­nas un sorbo y se lo agradeció con una grave reverencia.

—¿Qué os trae en esta época del año, Venerable? —pre­guntó Niniana—. ¿Venís de Camelot?

Kevin negó con la cabeza.

—Pasé allí parte del invierno, discutiendo mucho con los consejeros de Arturo, pero a principios de primavera fui al sur, con una misión que cumplir entre las tropas del tratado, que ahora se llaman «reinos sajones». Creo que sabéis, Niniana, a quién vi allí. ¿Fue obra de Morgause o vuestra?

—De ninguna de las dos —respondió en voz baja—. Lo decidió el mismo Gwydion. Sabía que necesitaba experiencia de combate y resolvió ir a los reinos sajones, donde Arturo no lo vería. —Al cabo de un momento añadió—: No podría jurar que Morgause no haya tenido ninguna influencia en su decisión. Si algún consejo busca es el de ella.

—¿De veras? —Kevin enarcó las cejas—. Supongo que sí, es la única madre que ha conocido. Y ella sigue mandando bien en Lothian, incluso con su consorte.

—No sabía que se hubiera vuelto a casar. No puedo ver tan bien como Viviana lo que sucede en los reinos.

—Sí, ella se ayudaba con la videncia. Y cuando ésta le falló, con las doncellas que la tenían. ¿No tenéis el don, Niniana?

—Sí.... un poco —respondió ella, vacilando—. Pero me falla de vez en cuando. —Por un momento guardó silencio, con la vista clavada en las piedras del suelo. Por fin dijo—: Creo queAvalón... se está alejando cada vez más de las tierras de los hombres, señor Merlín. ¿Qué estación es en el mundo exterior?

—Han pasado diez días desde el equinoccio, señora.

Niniana lanzó un largo suspiro.

—Y yo celebré esa fiesta hace apenas siete días. Es corno yo pensaba: las tierras se alejan más y más. Por ahora, sólo unos días cada luna, pero temo que pronto sea como en el reino de las hadas. Cada vez resulta más difícil convocar las brumas y salir de aquí.

—Lo sé —dijo Kevin—. ¿Por qué creéis que vine con la marea baja? —Esbozó su sonrisa torcida—. Tendríais que rego­cijaros: no envejeceréis como las mujeres del mundo exterior, Dama. Os mantendréis más joven.

—Eso no me consuela —repuso Niniana, estremeciéndo­se—. Pero no hay en el mundo exterior nadie cuyo destino me interese, salvo...

—Gwydion —completó Kevin—. Pero hay otra persona cuyo destino tendría que preocuparos.

—¿Arturo? Ha renunciado a nosotros. Avalón ya no le presta ayuda.

—No me refería a Arturo. Tampoco él pide ayuda a Ava­lón, por ahora. Pero... —vaciló—. El pueblo de las colinas dice que en Gales vuelve a haber rey..., y una reina.

—¿Uriens? —Niniana soltó una risa desdeñosa—. ¡Es más viejo que esas colinas, Kevin! ¿Qué puede hacer por esas gen­tes?

—Tampoco me refería a él. ¿Habéis olvidado que Morgana está allí? El pueblo antiguo la ha aceptado como reina. Los pro­tegerá mientras viva, aun contra Uriens. ¿No recordáis que el segundo de sus hijos se educó aquí y tiene las serpientes en las muñecas?

Las Nieblas De Avalón III: El Macho ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora