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Morgana sabía que sólo se atrevería a iniciar el viaje si lo hacía por etapas, legua a legua, día tras día. Su primer paso fue, pues hacia el castillo de Pelinor: era una amarga ironía que su primera misión fuera llevar un amable mensaje a la esposa y los hijos de Lanzarote.
Durante todo el primer día siguió la antigua vía romana hacia el norte, cruzando onduladas colinas. Kevin se había ofrecido a acompañarla; era una tentación, pues la apresaba el viejo temor de no hallar, tampoco esta vez, el camino hacia Avalón, de no atreverse a convocar a la barca, de encontrarse otra vez en el país de las hadas y perderse allí para siempre. Tras la muerte de Viviana no se había animado a ir. Pero ahora tenía que enfrentarse a esa prueba como cuando se ordenó sacerdotisa: regresar a Avalón sola, por sus propios medios. Aun así estaba asustada; había pasado mucho tiempo.
Al cuarto día divisó el castillo de Pelinor; al mediodía, cabalgando por las orillas pantanosas del lago, donde ya no había rastros del dragón, apareció la vivienda de Elaine y Lanzarote. Era más casa de campo que castillo; en esos tiempos de paz no existían muchas fortificaciones en la campiña. Desde el camino se alzaban anchos prados; mientras Morgana iniciaba el ascenso hacia la casa, una bandada de gansos prorrumpió en una gran gritería.
La recibió un chambelán bien vestido, quien le pregunto su nombre y el motivo de su visita.
—Soy la señora Morgana, esposa del rey Uriens de Gales del norte. Traigo un mensaje de mi señor Lanzarote.
La condujeron a una habitación donde pudo lavarse y refrescarse; y después, al salón grande, donde había fuego encendido y le sirvieron tortas de trigo con miel y buen vino. Morgana bostezó ante tanta ceremonia; después de todo, no era una visita de estado, sino familiar. Al cabo de un rato un niño se asomó a echar un vistazo y, al verla sola, entró. Era rubio, de ojos azules y pecas doradas; adivinó de inmediato quién era. aunque no se parecía nada a su padre.
—¿Sois la señora Morgana, la que llaman Morgana de lasHadas?
—En efecto —confirmó—. Y tía tuya, Galahad.
—¿Cómo sabéis mi nombre? —preguntó suspicaz—. ¿Soishechicera? ¿Por qué os llaman Morgana de las Hadas?
—Porque desciendo de la antigua estirpe real de Avalón y me eduqué allí. Y si conozco tu nombre no es por hechicería, sino porque te pareces a tu madre, que también es pariente mía.
—Mi padre también se llama Galahad, pero los sajones lo llaman Flecha de Duende.
—He venido a traerte saludos de tu padre, y también a tu madre y tus hermanas —dijo Morgana.
—Nimue es una necia —aseguró el niño—. Ya es mayor, tiene cinco años, pero cuando vino mi padre se echó a llorar y no dejó que la alzara ni que le diera un beso, porque no lo reconocía. ¿Conocéis a mi padre?
—Sí. Su madre, la Dama del Lago, era mi tía y mi madre tutelar.
Él la miró con aire escéptico, ceñudo.
—Mi madre me dijo que la Dama del Lago es una hechicera mala.
—Tu madre es... —Morgana se interrumpió para buscar palabras más suaves; después de todo, era sólo un niño—. Tu madre no conoció a la Dama como yo. Era buena, sabia y una gran sacerdotisa.
—¿Sí? —Era evidente que Galahad luchaba con esa idea—. El padre Griffin dice que sólo los hombres pueden ser sacerdotes, porque están hechos a imagen y semejanza de Dios, y las mujeres, no. Nimue dice que quiere ser sacerdotisa, y aprender a leer y a escribir y a tocar la lira, y el padre Griffin le dijo que las mujeres no pueden hacer todas esas cosas.