Capítulo 12

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Morgana sabía que sólo se atrevería a iniciar el viaje si lo hacía por etapas, legua a legua, día tras día. Su primer paso fue, pues hacia el castillo de Pelinor: era una amarga ironía que su prime­ra misión fuera llevar un amable mensaje a la esposa y los hijos de Lanzarote.

Durante todo el primer día siguió la antigua vía romana ha­cia el norte, cruzando onduladas colinas. Kevin se había ofreci­do a acompañarla; era una tentación, pues la apresaba el viejo temor de no hallar, tampoco esta vez, el camino hacia Avalón, de no atreverse a convocar a la barca, de encontrarse otra vez en el país de las hadas y perderse allí para siempre. Tras la muerte de Viviana no se había animado a ir. Pero ahora tenía que en­frentarse a esa prueba como cuando se ordenó sacerdotisa: re­gresar a Avalón sola, por sus propios medios. Aun así estaba asustada; había pasado mucho tiempo.

Al cuarto día divisó el castillo de Pelinor; al mediodía, ca­balgando por las orillas pantanosas del lago, donde ya no había rastros del dragón, apareció la vivienda de Elaine y Lanzarote. Era más casa de campo que castillo; en esos tiempos de paz no existían muchas fortificaciones en la campiña. Desde el camino se alzaban anchos prados; mientras Morgana iniciaba el ascen­so hacia la casa, una bandada de gansos prorrumpió en una gran gritería.

La recibió un chambelán bien vestido, quien le pregunto su nombre y el motivo de su visita.

—Soy la señora Morgana, esposa del rey Uriens de Gales del norte. Traigo un mensaje de mi señor Lanzarote.

La condujeron a una habitación donde pudo lavarse y refrescarse; y después, al salón grande, donde había fuego encen­dido y le sirvieron tortas de trigo con miel y buen vino. Morgana bostezó ante tanta ceremonia; después de todo, no era una visita de estado, sino familiar. Al cabo de un rato un niño se asomó a echar un vistazo y, al verla sola, entró. Era rubio, de ojos azules y pecas doradas; adivinó de inmediato quién era. aunque no se parecía nada a su padre.

—¿Sois la señora Morgana, la que llaman Morgana de lasHadas?

—En efecto —confirmó—. Y tía tuya, Galahad.

—¿Cómo sabéis mi nombre? —preguntó suspicaz—. ¿Soishechicera? ¿Por qué os llaman Morgana de las Hadas?

—Porque desciendo de la antigua estirpe real de Avalón y me eduqué allí. Y si conozco tu nombre no es por hechicería, sino porque te pareces a tu madre, que también es pariente mía.

—Mi padre también se llama Galahad, pero los sajones lo llaman Flecha de Duende.

—He venido a traerte saludos de tu padre, y también a tu madre y tus hermanas —dijo Morgana.

—Nimue es una necia —aseguró el niño—. Ya es mayor, tiene cinco años, pero cuando vino mi padre se echó a llorar y no dejó que la alzara ni que le diera un beso, porque no lo reco­nocía. ¿Conocéis a mi padre?

—Sí. Su madre, la Dama del Lago, era mi tía y mi madre tutelar.

Él la miró con aire escéptico, ceñudo.

—Mi madre me dijo que la Dama del Lago es una hechice­ra mala.

—Tu madre es... —Morgana se interrumpió para buscar palabras más suaves; después de todo, era sólo un niño—. Tu madre no conoció a la Dama como yo. Era buena, sabia y una gran sacerdotisa.

—¿Sí? —Era evidente que Galahad luchaba con esa idea—. El padre Griffin dice que sólo los hombres pueden ser sacerdotes, porque están hechos a imagen y semejanza de Dios, y las mujeres, no. Nimue dice que quiere ser sacerdotisa, y aprender a leer y a escribir y a tocar la lira, y el padre Griffin le dijo que las mujeres no pueden hacer todas esas cosas.

Las Nieblas De Avalón III: El Macho ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora