Capítulo XX

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CAPÍTULO XX



Sentía como mis piernas no podían soportar mi peso, el miedo se ha apoderado de cada célula de mi organismo, tengo los ojos abiertos como platos y sé perfectamente que el terror se asoma por mis pupilas.

Tengo un arma apuntando directamente a mi cabeza, y mi falta de oxígeno está haciendo acto de presencia, tengo la intención de agacharme y coger mi inhalador y darme un chute de medicamentos, y así aliviar el escozor de mis pulmones, pero lo siguiente que escucho es como carga la pistola.

Quería luchar con uñas y dientes.

Pero simplemente no tenía energía, era mi primera batalla con él, y la he perdido.

Sus ojos azules electrizantes me desafían, pero hay algo en su mirada que está subestimándome.

No era agradable esa sensación de derrota. Pero tenía que asumirla.

Mi último recuerdo de Andrei Kozlov, es bajando poco a poco la pistola de color bronce y frunciendo el ceño.

Después de ahí todo se estaba volviendo lúgubre y oscuro, y sabía que estaba en el limbo de inconsciencia y ahí sí que di por finalizada la batalla.

Sentí unas manos grandes rodeándome, y supongo que serán las de él, para caer profundamente en un sueño y con un pitido estridente en mis oídos haciéndome desconectar por completo.

*

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Mis músculos se sentían como si acabara de correr una maratón, mis pulmones ardían como si se tratase de una herida abierta y le echara alcohol por encima. Abro mis ojos y tengo que parpadear varias veces para enfocar mi mirada y acostumbrarme a la luz tenue que había en el lugar.

Alzo mi cabeza soltando un quejido de dolor, e intento respirar lo más profundo que puedo.

Necesito mi inhalador. Urgentemente, si no moriría ahogada antes que me maten ellos.

Siento un par de ojos encima de mí, y observo el lugar. Es una habitación de color gris, muy limpia, estoy sentada en una silla de metal y tengo las manos amarradas detrás de mí. Lo único que hay en la estancia, soy yo, un hombre vestido de negro, y una mesa que ocupa la mitad de una de las paredes.

Y lo que me tiene impactada, no, aterrorizada, son los utensilios que hay en ella.

Es como si fuera la mesa de un cirujano, pero estoy segura que eso no es de ningún médico, ni es para curar a gente, más bien todo lo contrario.

Es para torturar a la gente.

Mis ojos se concentran en los mazos y los cuchillos que hay de todos los tamaños posibles, y empiezo a respirar más fuerte, haciendo sonidos extraños.

Lo siguiente que siento es como ponen un vaso de agua delante de mí, y lo que no entienden es que no necesito agua, si no oxígeno, concretamente mi inhalador. Aun así, no rechisto y me bebo casi todo el contenido. Intento buscar mi voz, y formular en un hilo de voz, lo siguiente;

––¿Quién eres? ¿Dónde estoy?

––El señor no me ha dado órdenes de comunicarle nada. ––dice serio, pero veo un destello en su mirada recargada de lástima.

––Ne-Necesito mi inhalador. ––digo a duras penas. ––Me es-estoy ahogando.

El hombre frunce el ceño casi como si estuviese preocupado, pero no hace ningún movimiento. Agacho mi cabeza por inercia ya que no puedo sostener ni el peso de mi propio cogote.

INVIERNO EN EL INFIERNO |©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora