Desesperación.

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La tarde se cernió sobre Tokyo en mi último día. El bullicio del tren que pronto cambié por una suave brisa que me acariciaba, al contrario de otros días en los cuales decidía azotarme, haciendo un pacto con mi mente. Ese camino infinito se extendía frente a mis ojos, un camino eterno, alumbrado por la luz del atardecer, que teñía de azul y naranja el cielo. No era fuerte, era tenue como mis sentimientos, como mi calma ahogada en el agua de la incertidumbre y la nostalgia. Ese camino, que parecía cortar a los edificios, desembocando en un jardín lejano del que solo pude observar árboles brotando, estáticos, esperando algo que nunca llegaría. Mis pies se movían, mientras las lágrimas se amontonaban en mis cuencas sin llegar a salir, porque ese camino estaba cerrado.

Ofuscado. Dejé el edificio viendo cómo esos colores se habían teñido de un profundo añil, que les impedía brillar de nuevo, que ahora las luces artificiales de la calle robaban. Ese protagonismo del que gozaban había sido fugaz, como la vida de una mariposa que desconoce su esperanza de vida. Me di cuenta entonces de los años pasados, de mi vejez ya naciente, de mis oportunidades perdidas, y de mi arrepentimiento de no haber hecho nada, de haber perdido años de mi vida en hacer cosas vanales que nunca me llevarían a nada. Puedo sonreír, decir que no me importa, la sociedad funciona así. Pero me dolía.

Y mientas ese avión sobrevolaba esos pequeños cementerios luminosos que parecían flotar sobre la inmensidad de un prado acuoso de color azabache, me di cuenta de que solo me alejaba más de mis sueños, y de que ahora solo era un recuerdo, mientras me dejaba caer lentamente y guardaba la esencia de mi última sonrisa entre las palmas de mis manos.

El multiverso de Hiro.Where stories live. Discover now