IV

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—No puedo creer que pasé diecinueve años de esta vida sin conocer este postre. —Anthony cortó otro pedacito de pastel con su tenedor—. Desearía que mi mamá se hubiera reconciliado con la abuela antes.

—Oh, no, eso habría sido terrible —dijo Saira—. Todos mis cumpleaños le tengo que rogar para que lo prepare. Siempre dice que no me lo merezco por mi actitud. La convencí el año pasado, pero solo porque cumplí dieciocho.

—¿Y eso qué tiene que ver?

—Pues la abuela tiene casi un mes de conocerte y ya te quiere más que a mí. Estoy segura de que a ti sí te prepararía este pastel todos tus cumpleaños, y habría sido una cagada ver a alguien más obtener lo que yo no.

Anthony sonrió con picardía. Hizo ademán de quitarle un trozo de su rebanada de pastel, pero ella fue más rápida y le dio un golpe en la mano. Él simplemente rió.

Se habían escapado de la fiesta para conversar un rato en la terraza. Con sus diferencias puestas a un lado, era importante aprovechar su tiempo juntos, pues era cuestión de días para que Anthony regresara a Estados Unidos a tiempo para la universidad.

—¿Entonces tienes una buena familia? —le preguntó.

—Sí, de las mejores que he tenido. —Ella esbozó una sonrisa triste—. O que hemos tenido.

—Claro. —Imitó su mueca.

—La peor sin duda fue la que tuve cuando nací siendo un lindo varón homosexual —dijo la chica engrosando su voz de manera cómica.

—Yo creí que mis padres eran buenos en esa vida. Hasta que se enteraron de mi amor por ti. —La miró con curiosidad—. Nunca te lo pregunté, ¿te gustó ser hombre?

—Algo —admitió encogiéndose de hombros—. Fue divertido pertenecer al patriarcado mientras duró. Pero si dependiera de mí, escogería ser una chica mil veces. Me queda esperar a que los dos nazcamos mujeres dentro de familias ridículamente conservadoras.

—Oh, Dios. Anhelas que desarrolle un trauma por ser mujer, ¿cierto?

Saira no se molestó en disimular su risa.

—Pero está bien —continuó mientras la contemplaba—. Nunca me ha importado mi apariencia, o cómo luces tú. Es decir, siempre te encuentro hermosa, pero lo que en verdad amo está aquí.

Extendió una mano para tocar el pecho de la chica, justo a la altura de su corazón. Luego fue deslizando los dedos por su cuello, mentón, haciendo una breve parada en sus labios, hasta encontrar un cálido hogar en su mejilla.

Los ojos de su ángel se humedecieron, pero no derramó ni una lágrima. Prefirió esconder sus luceros tras sus párpados, aunque eso significara negarle el placer que le daba ver cada emoción que atravesaba sus ojos.

—¿Recuerdas que hace siglos existió un pobre aprendiz de herrero que se enamoró de la más bella princesa? —le preguntó en un murmullo.

—Sí —respondió Saira abriendo los ojos—. Una de las muchas vidas donde nos mataron por amarnos. Esa vez fue porque nos descubrieron en la cama.

Anthony dejó escapar una risa, no por sus muertes, sino por la forma en que lo dijo. Y aun así, se permitió suspirar por la exquisita memoria de haberle hecho el amor alguna vez.

—En las fiestas del castillo también nos gustaba escaparnos a un lugar parecido a una terraza, pero más elegante. —Le tendió una mano a la reina de su corazón—. Y solíamos bailar bajo una luna como esta... ¿Qué dice, señorita? ¿Me concede esta pieza?

Saira no tardó en entrelazar sus dedos con los suyos. Permanecieron inmóviles por unos momentos, disfrutando de la unión, antes de olvidar los pasteles a medio comer en el suelo, a su familia en el piso de abajo, y sobre todo los lazos de sangre que compartían. Solo importaron ellos, con sus corazones latiendo al ritmo de una melodía que solo ambos podían escuchar. 

Y bailaron.

La siguiente es la vencidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora