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Siempre he pensado que los actores son, de cierta forma, admirables. Ya sabes, esas personas que parecen nunca tener una identidad bien definida, y si la tienen, también poseen esa increíble capacidad de hacernos creer que no es real. Aquellos que prestan su cuerpo para que la escencia del nuevo personaje que se le ocurrió a equis escritor cobre vida. Es como una posesión, ¿Verdad? Aunque claro, es fácil saber que nunca van a lograr comportarse como tal o cual fulano, pues para ser tal o cual fulano, necesitas ser verdaderamente tal o cual fulano.
Me explico mejor con ayuda.
«No pregunto al herido cómo se siente, soy el herido»; escribió Withman hace ya, bastante tiempo.
Entonces salen a flote mis caóticos pensamientos, ¿Son eso las facetas? ¿Intentos vanos de ser alguien más? ¿Máscaras de cera que llegado el momento se derriten? ¿Antifaces de colores que puedes colocarte cuántas veces quieras y con quien quieras? Pfft, complejidades tontas y absurdas las que me imagino ¿Verdad? Vaya lío que se arma en mi cabeza.
Es por eso que he llegado a la conclusión de que la frase de «Es difícil ponerse en los zapatos del personaje» no es del todo coherente. No es difícil ser alguien más, porque es imposible; lo difícil es pensar qué haría ese alguien en determinada situación, obligar a tu mente a comportarse como dicha persona. Es difícil porque es en vano; la complicación está en la estrategia, mas no en la ejecución.
Y al ser yo, una persona simple y sin ganas de querer complicarse la existencia, no busco interpretar un papel. Mi trabajo es mucho más fácil. Soy una especie de justiciera blindada con el disfraz elejido; no es sólo un pedazo de tela, es verdaderamente lo que quiero ser. Y lo que llego a ser. No son los vestidos del herido, es el herido en su totalidad.
Con el cuerpo incluido.
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Withman, Withman uwu
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