El cristal y dos penas

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Una sonrisa le da la bienvenida al mundo inconsciente. A Armin le resulta extraño que en su pecho sienta ese gesto vagamente familiar. No lo recuerda, pero parece guardado en algún lugar de su corazón. A lo mejor venía de algún delirio o sueño, después de todo, solo podía ver ese rostro en ese espacio idílico. Esos labios rosados y pequeños se curvan para acogerle en la nada, dándole un algo de qué sostenerse, con qué guiarse. Esto causa en él una calidez ajena, pero propia, que abraza el cuerpo, estruja su pecho y le embriaga en la contradictoria sensación de sentirse en casa y rumbo al mar al mismo tiempo.

Annie está frente a él y le está sonriendo como nunca, abrigándole como siempre.

Su imagen se completa dentro de ese espacio abstracto y sus ojos, entreabiertos, están hinchados y enrojecidos. La imagen le estruja el pecho con una fuerza multiplicada gracias a una pena indescriptible. ¿Es su pecho lo que siente?, lo duda porque siente el corazón fundírsele en hierro causando un dolor estridente en medio de la oleada de calma que le causa esa pequeña sonrisa. Es caótico. Incluso en su visión se mezclan colores carmesíes de muerte que contrastan con la calma invernal de los celestes de Annie.

Duele. Duele.

No sabe exactamente donde duele. Busca sus manos, siente las yemas sus dedos entre sí. Reconoce sus líneas y recuerda la predicción de una bruja en Trost. Su destino había llegado y estaba feliz de ser recibido por la sonrisa de Annie. Lamenta no haberla visto en vida. El dolor en su piel parece más emocional que físico. Supone que en los últimos hilos de conciencia, antes de la muerte, el cuerpo se libera del dolor y ardor en sus pulmones y su piel. Deja al cuerpo descansar en paz. Aún así, puede sentir pena y calidez en el alma al enfrentarse a la mirada de Annie.

Intenta recordar el resto del escenario, o por lo menos imaginarlo. Recrear alguna de sus ilusiones cuando tenía apenas quince. Buscó la falsa paz de esos años de entrenamiento, cuando la titán femenina no existía y cuando simpatizaba con las miradas de soslayo que se escapaban hacia ella. En sus recuerdos cruza miradas con él. Sus ojos se vuelven como uno de esos espejos ficticios que en realidad son portales. La empatía que siente por él lo embarga y causa un vacío en su pecho. Vacío que lo consume como un agujero de gusano entre un vórtice de risas infantiles, susurros oscuros y llantos silenciosos. Siente que su alrededor se difumina y su sí mismo se desperdiga.

Annie se pierde en un segundo y al siguiente aparece desde otro punto de vista. La ve desde un ángulo que nunca había visto. Se da cuenta que la mira desde arriba. Quizás porque ella está de cuclillas y llorando en terror. Susurra un nombre desconocido y clama por su padre, por volver a casa, porque él se vaya a la mierda junto con el resto de titanes y el resto del mundo. Armin no entiende, no conoce. No reconoce. ¿De dónde viene esa imagen? Se pregunta de dónde viene ese escenario si Annie estaba sonriendo tan tranquila hace unos segundos. Si esa imagen no era recuerdo de una ilusión suya, ¿de dónde viene esa imagen?

¿Annie?

Una voz que no es suya le retumba en la cabeza y todo vuelve a cambiar. Comparten el deseo de llamar a la rubia compungida en esa esquina. Si ese es su deseo, pero no es su voz, ¿quién es él? No puede acercarse a la niña para preguntarle si está bien. Casi como si su cuerpo no fuera suyo. Escucha a alguien gritar un nombre, su nombre, y recién su cuerpo se mueve. ¡Bertholdt! No debería responder. ¡Bertholdt! Se dirige hacia el origen de la voz y no le cuesta reconocer ese rostro pero no es que lo conozca. ¡Bertholdt! La familiaridad de ese rostro le causa tranquilidad, añeja, pero viva. ¡Bertholdt! Al mismo tiempo le da una pena grande, le recuerda a sangre y sacrificios, a arrepentimientos y obligación ¡Bertholdt!¿Quién es él? ¡Bertholdt! ¿Quién es él? ¡Bertholdt! ¿él es Bertholdt?

¿Armin?

La susurrante voz de Annie lo trae de vuelta de su alienación. Sabe que no está en el mundo real, pero le sigue asustando la vorágine a su alrededor y en su interior. No entiende. Annie ha regresado a su posición original y le devuelve la mirada. Pacífica, contraria al pánico en su interior. ¿Qué le confunde tanto? Quizás es la imagen contradictoria frente a sus ojos. Si bien por un lado está la ligera sonrisa de Annie, por el otro están los surcos dibujados por las lágrimas. Quizás es la misma presencia de Annie la que le hace preguntarle qué hace ahí, y cómo es que del ardor del infierno y la caída libre terminó presenciando imagen tan sublime: confortante y apremiante al mismo tiempo. Mientras la alegrona sonrisa acaricia su cansado corazón, el calmo y silencioso llanto le arrastra imperante a interrumpir su llanto.

¿Qué haces?

Escucha ominosa a una voz retumbar desde su interior, le detiene el flujo de la sangre por su cuerpo y enfría desde adentro. El pavor que siente obliga a que se aleje contra su voluntad que no parece más suya. Su cuerpo no responde y se pregunta quién le controla. El golpe de la realidad le cae y no le duele tanto como la ira rompiendo la garganta de una voz tan chiquita, tan pequeñita que no le da cabida a dolor tan grande. ¿Ese dolor es suyo? El miedo a la muerte que siente sacude su cuerpo, le tiemblan las extremidades cuando se da cuenta. Un dolor infinito le acalambra los músculos y se queda estático en el mismo lugar. Parece no estar en sus cabales, sino en los de alguien más.

Si ya conoce la respuesta, de qué serviría buscar dentro de sí, si para eso tiene que cerrar los ojos y someterse a ese dolor ajeno. Cómo puede osar a cerrar los ojos si tiene frente de sí la mirada de Annie quebrándose cómo se quiebra un cristal, rompiéndose los bordes en arruguitas minúsculas, cayendo en trozos pequeños, apenas perceptibles y grandes cuando ya no puede controlarse más y su rostro se rompe en desesperación. Dan ganas de recogerle las penas con la lengua y acariciarle los surcos en sus mejillas, besarle el labio inferior tembloroso y hacer que se ahogue en el abrazo y no en el llanto. Ese deseo viene de todas las partes de su ser fragmentado y de todos los recuerdos que le abruman la mente y el corazón. Es su deseo.

Armin sabe que él quiere hacerlo. Él quiere hacerlo. Armin siente lo que él quiere hacer: Lo siente en su mirada y sus puños apretados, uñas amenazando con romper la piel. Percibe su palpitar en el pecho y dolor en el cuerpo, en la cabeza explotándole a arrepentimientos. Armin sabe que quiere hacerlo.

Armin sabe que él quiere hacerlo porque él también quiere.

Armin también quiere.

AruAnnie - Armin x Annie - One shots español -Attack on titanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora