Especial #2. Primer beso.

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-¡Savannah, apresúrate! Ya Sean está aquí. -Gritó su madre desde los primeros escalones de las escaleras. Una joven de catorce años bajó las escaleras con el rebelde y castaño cabello atado en una cola de lado. Savannah llevaba unos jeans oscuros y una camiseta turquesa de Paul Frank.

-Hola. -Le dijo, poniéndose detrás de el sofá en el que él estaba sentado y le revolvió el oscuro cabello.

-Hola. -Sean miró hacia atrás y le sonrió. Siempre que algunos de sus padres estaban cerca, las cosas se hacían incómodas y apenas se daban la mano para saludarse, como si el otro estuviera infectado.

-Ay, Savannah, no lo despeines. - Dijo su madre desde la cocina. Savannah sólo asintió.

-¿Y eso que no subiste? -Le preguntó a Sean

-Es que Sean y yo estábamos hablando. -Respondió su madre, poniendo a hervir agua.

-Ah, okay... -Le respondió a su madre. -¿De qué? -Le dijo bajito a Sean. Se puso frente a él, quién se estaba levantado del sofá.

-Estábamos hablando de ti. -Le dijo con una sonrisa malvada y comenzó a subir y a bajar las cejas.

-Ay no... La última vez que hablaron, comenzaste a llamarme pollito.

-Eso fue la semana pasada.

-¡Por eso! -Su madre fingía que estaba limpiando el mesón de tope de granito y los miraba de reojo con sus grandes ojos marrones. Savannah se puso detrás de Sean, puso sus manos en sus hombros, empujándolo y se empezaron a dirigir a la salida. -Mami, nos vamos. Te amo. -Sean volteó la cabeza otra vez y la miró con una sonrisa burlona.

-Adios, señora Ceesay. -Dijo Sean.

-Está bien, hija. También te amo. Cuídense. -La puerta se cerró detrás de ellos y entonces Sean la abrazó y Savannah le dio un beso en la mejilla.

-Mami, nos vamos. Te amo. -Dijo Sean, imitando a su amiga, cuando comenzaron a caminar hacia el parque de atracciones que quedaba a un par de cuadras. Savannah le pegó en el hombro. -Tranquila, Bruji. Sólo jugaba.

-No me llames así.

-Brujita. -Savannah frunció el ceño.

En pocos minutos llegaron al parque de atracciones que había abierto veinte minutos antes. Había todo tipo de juegos y atracciones, algodón de azúcar, dulces y colores por todos lados. También habían niños, adolescentes y adultos, ocupando casi todo el lugar. Sean y Savannah hicieron la fila para comprar los tickets, a cada uno le entregaron diez y él los pagó.

-Yo quiero ir a los carritos chocones, ¿y tú? -Preguntó Sean.

-Yo también, pero mira. -Savannah señaló el montón de gente que esperaba para montarse en los que carritos. -Hay mucha cola.

-Bueno, ¿En cuál nos montamos?

-Um... -Observaron el montón de atracciones. -La rueda de la fortuna. -Sean miró la gran rueda aterrado.

-No... ¿No podemos montarnos en otra cosa? Eso me da un poco de vértigo.

-Entonces, ¿Para qué vienes a un parque de atracciones, si en casi todos los juegos te puedes marear? Vamos. -Savannah lo tomó de la mano y lo llevó consigo. Sean pudo haberse detenido porque era mucho más fuerte que ella, pero en parte si quería montarse en la rueda, así que la dejó arrastrarlo.

Tuvieron que hacer una cola de quince minutos para poder montarse y darle cada uno dos tickets al encargado. Se subieron a sus asientos, que estaban en lo que se suponía, era una canasta sostenida por un globo anaranjado y rojo. El encargado cerró la puertecita y se aseguró de que los cinturones de metal estuvieran fijos. Cuando la rueda comenzó a girar y su puesto a subir, Savannah tomó la mano de su amigo.

-Oh, joder. Esta mierda está demasiado alta. ¡Voy a morir!

-Sean, -Dijo Savannah, haciéndose la ofendida. -¿Con esa boca comes pan?

-Ay, cállate. Actúas como si no dijeras groserías.

-¿Yo? ¡Yo no digo vulgaridades! ¡Sería incapaz! -Sean puso los ojos en blanco.

-Sí, si. Lo que digas. -Cuando llegaron a la parte más alta, Sean se mareó un poco y Savannah, nerviosa y sin saber qué hacer, lo besó. Claro, con miedo a terminar llena de vómito.

-Creo que deberíamos subir más seguido a esa rueda de la fortuna. -Comentó Sean, sonriendo, cuando se marchaba de la casa de Savannah. Ella se puso tan roja como un tomate. -Bueno, adiós Brujita, adiós señora Ceesay. -Agitó la mano y cerró la puerta detrás de él.

-¿Y él no tenía vértigo? -Comentó su madre, que estaba sentada en el sofá de la sala.

-Eh, si... Creo, pe-pero le gustó mucho la-la rueda de la fortuna... ¡Chao, mami! Hasta mañana. Me despides de papá cuando llegue. -Savannah le besó una mejilla y subió las escaleras corriendo, mientras su madre cambiaba el canal de la TV y reía.

La última vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora