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Fue inmediata la descarga eléctrica que recorrió mi cuerpo al verla allí. Es que no necesité nada más que un ligero vistazo alrededor de la sala para saber que era ella. No me lo esperaba, como tampoco esperaba esta reacción. De todos los lugares del mundo, de todas las horas del día y de todos los espectáculos del mundo habíamos venido a coincidir en éste. No sé si ella me pudo identificar detrás de las telas que llevaba, pero recuerdo cuando al verme bailar me decía que podría distinguirme de entre todos los cuerpos porque tenía interiorizado todos mis movimientos. De eso ya había pasado tantos años que seguramente no podría ni reconocerme en la mirada.

No voy a negar que en ese microsegundo al mirar hacia al público y verla a ella se me paralizó por completo el mundo, el corazón y la respiración. Que mis movimientos se ralentizaron y la música llegaba lejana a mis oídos, sonando una canción que parecía estar reproduciéndose a una velocidad de 0,25. Que aunque mis sentidos se agudizaron, única y exclusivamente lo hicieron para sentir con mayor intensidad lo que venía después. Porque acto seguido, de manera inmediata y como si se tratara de la ola más grande viniendo hacia mí, y de la que no tenía de escapatoria, sentí cómo el estómago se encogía de tal manera que no podía ni tragar saliva, el corazón se reactivó con fuerza y las piernas me temblaron. No creo que fueran nervios, creo que era pánico. De haber sido por mí hubiese salido corriendo, sin rumbo fijo, hasta que el aire no me entrara bien en los pulmones y la respiración se agitara tanto que se entrecortara, exigiendo un aire que nunca era suficiente. Pero nada de eso pasó, porque yo seguía allí con el resto de gente, con la música reproduciéndose a velocidad normal, y mis movimientos se acompasaron al ritmo del de mis compañeras. Esto solo había hecho nada más que empezar.

Hubiese mirado ciento de veces hacia ella, porque sus ojos marrones tenían ese efecto imantador, te captaban, te encerraban en ella, y cuando querías darte cuenta era tarde. Estabas perdida en las profundidades de su iris cristalino y te hechizaban sus pupilas. Miré al frente, y me concentré todo lo que pude en ejecutar cada uno de mis pasos con la misma fuerza y seguridad con las que siempre lo había hecho, como si su presencia no hubiese despertado en mí el peor de los huracanes que arrasaban la costa de Florida y que contrastaba por completo con la tranquilidad del exterior, porque seguía siendo un día más en el Auditorio Kalakriti de Agra, con el mismo ajetreo en bambalinas, los mismos trasiegos y la misma locura cuando había un cambio de vestuario, de manera apresurada pero altamente eficaz.

Ella disfrutaba del espectáculo, porque ella rozaba un nivel de expresividad estratosférico cuando algo le sorprendía, le gustaba o le ilusionaba. Abría la boca, o bien, sus ojos creaban una barrera para que sus lágrimas no salieran como un torrente, haciendo que brillaran de la emoción, porque sé que en esos momentos debía estar emocionada con los colores, con el vestuario y el reparto de actores y bailarines. Y hubiese apostado todo mi dinero sin temor a perderlo que ella había obligado a su acompañante a asistir a la función, porque seguro que excitada por la posiblidad de vivirlo en directo, habría suplicado con voz de niña y rostro angelical que sería un delito viajar a La India y desaprovechar presenciar el "Mohabbat the Taj". Y la verdad es que estaba franqueada por dos hombres a ambos lados que perfectamente uno de ellos podría ser su acompañante, porque no podría haberse negado ante la insistencia de Ana, y si se giraran y apreciaran cada uno de sus gestos de su cara se darían cuenta que la belleza no estaba en esta obra de teatro, con una compañía de más de 80 personas entre actores, bailarines y cuerpo técnico, maquilladoras y modistas, la verdadera belleza estaba allí, a su lado, y entenderían que nunca habría sido suficiente pagar por ver el espectáculo que verdaderamente era ella. Fin.

Se apagaron las luces y el telonero aprovechó el momento para cerrar el telón, entre aplausos y vítores de la gente que hoy se congregaba allí. Entre nosotras nos miramos, sabiendo que una noche más habíamos triunfado, y de nuevo esa excitación que quedaba tras la función de haber soltado todos los nervios y de saber que habíamos vuelto a hacer disfrutar al público. Nos felicitábamos por el trabajo bien hecho y aplaudíamos nosotros también. El telón se volvía a abrir y podíamos apreciar la gente erguida en el patio y en sus bancos aplaudiendo a todo el elenco, mientras que el resto de bailarines hacíamos un semicírculo para reconocer el trabajo de los dos protagonistas. De nuevo el telón se bajaba, y nos adentrábamos con prisas a camerino comentando con unos y con otros cómo había ido la función, cómo la habíamos vivido y cómo la habíamos sentido. Nos quitábamos cuidadosamente el vestuario, mientras que las chicas lo acomodaban perfectamente en su sitio para el día siguiente, colgando de las perchas que detallaban un número para saber el orden y a qué bailarina le correspondía. Se notaba el júbilo de otras muchas veces, pero yo notaba la prisa por salir de allí, y no sabía bien si por huir o bien para poder encontrarme con ella. O si en definitiva lo que buscaba era huir de allí con ella.

Taj MahalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora