II

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No sabía cómo reaccionar. Me quedé a menos de un metro de ella, contemplando cómo con toda la rabia se quitaba las lágrimas de sus mejillas y continuaba:

- ¡Te odio con todas mis fuerzas! ¿Por qué has aparecido? ¿por qué? - se desesperaba- Soy feliz, ¿sabes? ¡Miguel es un hombre increíble! Con él he encontrado la estabilidad que me hacía falta, ¡me da tranquilidad! ¡Me entiende y respeta mi espacio! ¡Él me quiere y sabe cómo cuidarme! - conforme decía esas palabras yo solo pude acercarme a ella despacio mirándole a los ojos. - ¡Y además cocina de puta madre! - concluyó.

Entonces llegué hasta ella y la estreché fuerte entre mis brazos. Ni qué decir que ella en un primer momento opuso resistencia gritando que la dejara con tanta desesperación en su garganta que creo que me dolía hasta a mí, quería deshacerse de mis brazos poniendo sus puños en mi pecho y golpeándome con ellos.

- Le quiero... - Dejó de hacer fuerza y aproveché para pegar su cuerpo al mio. - No me hagas esto por favor....- Fue en ese momento cuando quedó totalmente abatida y comenzó a llorar.

Verla tan rota y en ese estado de fragilidad pude sentir que había algo dentro de mí que se partía, que se rompía un poco más. Lamentablemente no era una sensación nueva, ya la había sentido hace tiempo y también con ella. Mi corazón no quería ni hacer el intento de palpitar, juraría que se había parado. Me vinieron tantos recuerdos de golpe a la mente.

- Vamos a casa. No quiero que te pongas mala. - le dije como si supiera a ciencia cierta lo que estaba haciendo.

Temblaba como un animal asustado en medio de una carnicería de cazadores. Y yo solo apretaba mi cuerpo contra el suyo para que sintiera un poco de calor. La lluvia se había intensificado bastante a medida que avanzábamos por las calles de la ciudad. Caminábamos en silencio y Ana no paró de llorar en ningún momento con un llanto desgarrador que le provocaba hipidos, sólo atinaba a limpiarse las lágrimas y los mocos con la manga de su chaqueta. Abrí la puerta de mi apartamento. Y ante ella se abría mi vida en La India. Ella parecía no ser consciente de lo que estaba pasando.

La hice pasar y busqué entre mis cosas ropa seca para ambas y unas cuantas toallas. Ana se abraza a sí misma tiritando de frío y con la mirada perdida. No pude evitar sentirme mal porque vi que nuevamente era la culpable de su estado, aún inconscientemente, aun sin buscarlo, sin pretenderlo. La cogí de la manos queriendo que dejara de abrazarse y me di cuenta de que sus labios se habían tornado morados y sus manos eran puro glaciar.

- Dios Ana... estás al borde de la hipotermia.

No me contestó y juro que sentía que en cualquier momento mi corazón me iba a salir por la boca de la angustia de ver a Ana de esa manera. Rápidamente la llevé hacia el baño y la senté en el váter, me desnudé quedándome en ropa interior y accioné la ducha para que empezara a correr el agua fría. Me giré hacia ella y le quité con más ligereza que acierto la ropa que lleva y le dejé también únicamente con la ropa interior. Pasé su brazo por mi espalda y apoyé su peso en mi cuerpo haciéndonos entrar en la ducha.

Con la mano que me quedaba libre cogí la alcachofa de la ducha y dejé que el agua caliente recorriera el cuerpo de Ana. Pasados unos minutos vi que el color de su rostro cambió y llegaron los primeros vestigios de una leve reacción: me cogió el grifo de la ducha y se mojó toda la cabeza y el pelo. Entonces se separó de mí, notando una leve corriente por su ausencia, y dio un pequeño paso al frente dándome la espalda totalmente. El silencio reinaba en la estancia si no fuera por el agua llegando hasta el desagüe de la ducha.

- ¿Estás mejor? - le pregunté y ella me contestó asistiendo con su cabeza. - Te dejo sola para que te seques, voy a buscar la ropa seca.

- No.

Taj MahalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora