VI

431 48 24
                                    

Me gustaba mirar la lluvia caer a través del inmenso ventanal del salón, y me encantaba cuando llegaba el invierno y mi madre desempolvaba la alfombra, para que mi hermano y yo pudiéramos ir descalzos y jugar. Aún así, disfrutaba más de adolescente cuando las tardes de sábado que llovía me cogía una manta y me sentaba cerca de esa ventana para relajarme con el sonido de las gotas de agua chocando contra los cristales. No quiero ni pensar en la cantidad de años que han pasado desde ese recuerdo al momento actual, en el que estoy sentada en el mismo suelo y acurrucada conmigo misma viendo como cae la lluvia este 31 de diciembre. En esta casa se respiraba mucha tranquilidad.

Mi abuelo, sentado en la mesa camilla con las piernas en el brasero, leía o mejor dicho, se echaba una cabezadita con el periódico local como almohada, mi abuela hacía la digestión viendo la telenovela de las 16.30h y mi madre seguía metida en la cocina, porque ese pavo no había por dónde cogerlo.

Los días posteriores a mi descubrimiento de que Ricky pasaría este último día del año con Ana y otros amigos, ni tan siquiera se lo mencioné, preferí callarme antes de quedar de entrometida de su intimidad, si él no me lo contaba sus razones tendría, igual que yo tenía las mías para no haber sido capaz de contarle lo de Ana. Además, él respiró tranquilo cuando le comuniqué mi plan de viajar a Granada y pasar las navidades con mi familia. Por mi parte, la llegada a Huétor Tájar me confirmó mis sospechas de que mi madre, a pesar de haber comprado mi repentino ataque de amor familiar navideño, intuía que algo más le pasaba a su hija, y no sólo por el estado físico en el que me pudo encontrar, sino porque le estaba proponiendo pasar esos días en casa, cosa que no pasaba desde que cumplí los 15 años.

Me dio una tregua de un día y medio, sin contar sus constantes miradas furtivas que pillaba con más frecuencia de lo que me hubiese gustado, y que sin lugar a dudas, puedo admitir que rozaban la condescendencia y la lástima. De verdad, no sé qué puede haber peor que sentir que tu propia madre sienta lástima por ti, me hacía sentir pequeña. Pero ella, mujer de armas tomar, no iba a hacer como si nada, y la serenidad de estar en casa se desvaneció cuando una noche me sorprendió llorando en mi habitación.

Quizá, en otro momento, me habría enfadado, pero cuando una está, o se siente tan rota, no tiene fuerzas para seguir con una coraza que lo único que hace es alejarse del resto de la gente, de esa gente que te quiere y está para apoyarte, en lo bueno y en lo malo. Por eso, cuando mi madre entró en la oscuridad de mi habitación y me vio llorando silenciosamente en la cama, se acercó con sigilo hasta mí, se tumbó y me abrazó con fuerza por detrás, llorando conmigo.

Ella también lo había pasado mal, sobre todo estos últimos meses sin tener noticias sobre su hija loca y perdida por el mundo. Creo que lloraba conmigo de la tranquilidad de saber que estaba en casa, con ella, sana y salva. Pero también lloraba conmigo intentando que mi dolor fuera menos dolor, sin preguntar, sin cuestionar, sin juzgar. Jamás tuve un momento tan íntimo y personal con ella, y eso que no se lo había puesto fácil siendo una niña con mucho mundo interior, tal y como le dijo el pedagogo del instituto, cuando mis notas bajaron estrepitosamente en los últimos años de secundaria.

A la mañana siguiente cuando me desperté, ella ya no estaba, pero fue la primera vez desde hacía muchísimo tiempo que había conseguido tener descanso y un sueño reponedor. Me levanté aún adormilada y con el pijama puesto bajé las escaleras hacia la cocina y allí la vi, cortando los aguacates que había comprado mi abuelo en la frutería el día anterior, exclusivamente para mí, y con los ojos tan hinchados de llorar que quise tranquilizarla poniendo en mi boca las palabras de mi psicólogo: "Sólo voy con un pequeño retraso de 7 años en hacer frente a mis emociones, pero que voy por buen camino y que estoy empezando a curar una herida que no sé exactamente dónde me llevará, y aunque me veas con ojeras o llorando, estoy bien, estoy tranquila".

Taj MahalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora