III

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He tenido noches en vela y noches que se me han hecho infinitamente largas desde que tú y yo no éramos tú y yo en una misma cama. He tenido noches en vela y he tenido que lidiar con el insomnio, con la ausencia de tus caricias, contra el vacío que dejaste al otro lado de la cama, a pesar de que en esta cama tú nunca estuviste. He tenido que luchar contra el mero hecho de no estar. Habían pasado 7 años pero podría asegurar que notaba la intensidad de su aroma intacta en mis fosas nasales si cerraba los ojos y la recordaba, con la misma intensidad podía llegar hasta notar el tacto de su piel sobre la mía y la humedad de sus labios, desbocados por el deseo. Era mentira. Siete años dan para mucho, tanto como para autoconvencerme de que aún la podía seguir reconociendo en mi piel a pesar de su ausencia. Era mentira.

Recuerdo aquella noche con cada uno de sus detalles, los más simples, los más normales, cómo se le cayó el tirante del sujetador cuando me reclamó encima de su cuerpo, o cómo le caían las sábanas arrugadas desde su espalda. Recuerdo que su aroma no era el mismo que recordaba tan solo la noche de antes, y también recuerdo cuando mis dedos se deslizaban por sus muslos, no era el mismo tacto que tenía en mente tan solo 24 horas antes... Ahora quiero conservar esos recuerdos, todavía muy vivos y latentes, pero no deja de darme miedo estar recordando algo que no fuera del todo cierto, si el tiempo es el olvido, aunque no quiera, aunque no lo sepa.

La recuerdo todavía echada sobre la puerta de mi casa, besándonos sin ningún tipo de control, con esa necesidad desesperada de besar, por pura pasión irrefrenable, que se mezclaba con otra necesidad, la de coger aire entre tanta intensidad, pero sin querer apartar mis labios de ella por si todo acaba así, ahí. Probar los labios de Ana era adictivo y habiéndolo hecho ahora no quería dejar de hacerlo. Ahora tendría que ser ella quien tuviera el valor y las ganas de frenar todo esto después de haber mantenido la cabeza fría en el baño, solo por ella. Pero ahora, por mí, no quería que nada de esto parara. Por eso, temiendo su arrepentimiento, solo cogí aire encima de sus labios, pero Ana me demostró que tampoco tenía intención de parar cuando sus manos se deslizaron hasta mi culo, apretándolo y haciendo que mi cuerpo se pegara al suyo. Sin perder tiempo, y con nuestras bocas todavía sumidas en un nuevo beso la cogí a horcajadas posando mis manos también en su culo. Menuda maravilla. Sus piernas me rodearon por la cintura, ejerciendo una pequeña presión debido a la excitación del momento. Ella se entretenía besándome el cuello, dejando a su paso un pequeño camino de saliva, mientras yo intentaba llevarnos hasta mi dormitorio con más dificultad que acierto, gracias al juego de su lengua en el lóbulo de mi oreja derecha. ¡Dios! ¡Sabía lo que me ponía eso y lo estaba haciendo!

- Me moría de ganas por sentirte así otra vez - le confesé entre jadeos. Era cuestión de segundos sentir que me humedecía con su contacto.

- Llévame a tu cama Mimi - Y no sé qué fue lo que desató todo el fuego en mi interior si que me pidiera que la llevara a mi cama u oír pronunciar mi nombre en su boca extasiada por el placer.

Y así, enganchada a mí como si de un Koala se tratara, entramos en mi dormitorio. La bajé, y acto seguido me dio la espalda, dejando al descubierto parte de su cuello. Sabía lo que quería. Y allí estaba yo dándole pequeños besos por toda esa parte del cuello jugando con su oreja, al tiempo que mis manos de colaban por su ropa acariciando su vientre y subiendo hasta sus pechos. Los agarré con fuerza por encima del sujetador.

- Cómo me pones. - Y presioné nuevamente sus pechos, ella se estremecía pegando su culo a mi sexo.

Se giró nuevamente hacia mí y se deshizo de la sudadera y de la camiseta al mismo tiempo dejando a la vista su plano abdomen y el sujetador que le había prestado. Justo por debajo del aro asomaba lo que parecía otro tatuaje que no lograba descifrar y que evidentemente no reparé en él hasta en ese preciso instante. Lo miré y acaricié parte del trazado que sobresalía. Por su gesto entendí que no le hizo mucha gracia.

Taj MahalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora