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La solución no era esta. No era ésta, como tampoco podría serlo ninguna otra. ¿O acaso era Ana? ¿O acaso Ana estaba siendo el problema? No. El problema y la solución era yo.

6 días. O lo que es lo mismo 144 horas. 8.640 minutos. 518.400 segundos que me pasé encerrada en aquella habitación de hotel, obligándome a mí misma a pedir algo de comida para que me subieran a la habitación. Incomunicada con el mundo, sin móvil, sin ordenador, pero en plena ciudad de Madrid.

El abrazo caliente de Ricky inmediatamente al abrir la habitación 511 del hotel, el llanto incontrolado de saber que ahora ya me encontraba en casa, vulnerable como jamás me había sentido, entre una especie de descanso y paz interior que me hizo escuchar a mi amigo en la lejanía con un grito desgarrador diciendo mi nombre.

La sensación de tener la boca demasiado seca, con un dolor de cabeza inexplicable y un poco confundida porque creía escuchar un pitido incesante que no sabía exactamente de donde provenía. Una fuerza irresistible que me niega toda posibilidad de abrir los ojos, acompañado con un leve apretón de mano y de repente, la misma sensación de paz que me inunda y me hace perder toda consciencia.

>>Las luces apagadas en toda la estancia, solamente un pequeño fogonazo de la lámpara del salón. La tele apagada y el eco de mis pies sin parar de de moverse, nerviosos. Era más o menos la hora en la que Ana solía volver de trabajar. La última vez que la vería entrar por esa puerta, sonriente, buscándome con la mirada, o eso quería pensar, porque últimamente ni sonreía, ni sonreíamos ni mucho menos nos buscábamos.

Y cuando llegó y levanté la mirada hacia ella, la angustia de sus ojos revelaba la gravedad de la situación. "¿Qué pasa?" Preguntó con tanto miedo en la garganta que no pude ni contestar. Cobarde. Como lo fui siempre bajé la mirada. "Mimi... ¿Qué pasa?, buscó un tono conciliador, "Dímelo". Unas lágrimas me traicionaron deslizándose por mi rostro. "¿Y eso?" Se dio cuenta de la maleta, en la que había recogido aquellas pertenencias que pensé que eran de vital importancia. Saqué toda la fuerza que te puede dar ser una cobarde, me levanté y sólo pude pronunciar las tres palabras que marcaron el principio de una nueva vida que Ana nunca eligió y que no tuvo más remedio que asumir: "Me marcho, Ana".

- ¿Cómo que te marchas? ¿Te marchas a dónde? ¿Cuánto tiempo? - la angustia, otra vez la angustia reflejada en sus palabras.

- Que me voy. Que no podemos seguir así. - le espeté sin ni tan siquiera mirarle a la cara y reconocer que era una mierda como persona y que ella no merecía semejante humillación. Pero solo cogí la maleta, sin mirar atrás, abriendo la puerta de nuestra casa, que ya no sería más la mía. - Si necesito algo más, Ricky pasará a recogerlo.

- Pero, ¡¿dónde te vas?! ¡¿Lo estamos dejando, Mimi?! - rabia y llanto. - ¡MIMI! - y el silencio por un momento.- ¡QUE ME MIRES! ¡QUE TE ESTOY HABLANDO, JODER! - y sus gritos pretendiendo que algo en mí reaccionara.

- Adiós Ana. <<

Las ganas incontrolables de querer gritar su nombre y decirle que no supe manejar la situación, que necesitaba ayuda quedaron enmudecidas cuando al despertarme no podía ni a penas moverme por los cables de lo que era...¿un gotero? ¿dos? ¿Qué estaba pasando? Las paredes blancas de la habitación. Mi brazo sin ningún tipo de escayola, sin conseguir saber descifrar que había pasado. ¿Cuánto tiempo había pasado aquí? El monitor de las constantes vitales ensordecedor y yo siempre inmóvil.

Apareció lo que creo que era una enfermera y detrás de ella, Ricky. Ricky.... Ahora la mente empezó a trabajar a marcha forzadas. La enfermera administró algo en uno de los goteros que me tranquilizó en cuestión de segundos, aunque el efecto también pudo ser el contacto de Ricky, estando a mi lado. Como siempre. Como siempre que me decido a ser una irresponsable, pero te prometo, amigo, que ahora quería hacerlo bien... ¿Será que no sé? Me volví a quedar dormida.

Taj MahalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora