-VIVIR-

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Un edificio ardiendo en fuego, una ciudad ardiendo en fuego y una niña sola en la gran obscuridad de la noche, donde solo la luz tenue de las llamas ardientes lograban alumbrarla.

¿Que es lo que pasaba? ¿realmente merecía esto? Nada tenía sentido ya, ni mi vida ni nada. Solamente había dos cosas en el mundo que realmente amaba y esas dos cosas se habían ido para siempre aún un mundo que podría no existir, así que para que seguir aquí si ya no valía la pena estar sufriendo por esa nada, finalmente nadie viene a este mundo para ser eterno y todo en algún momento tiene que acabar. Me pregunto si al morir podré encontrar mi felicidad, tal ves sea lo mejor y me salte la parte en donde yo sigo aquí sin tener un sentido para vivir y entonces me haga vieja, muriendo a los ochenta años, sin dejar algo que puedan contar sobre mi pasado. En fin...

Mis piernas no les queda más remedio que dejarlas descansar, no tengo intención de levantarme. Cada uno de mis músculos arden al querer moverlos ¡Aah! !mierda! Creo que eso de que arden no era mi imaginación.
Estire mi pierna derecha, que era de donde provenía el dolor, y empecé a tantear cuidadosamente hasta que justo en mi rodilla sentí que brotaba un poco de sangre, acerque un poco más la mirada e hice una expresión de dolor. La herida estaba bastante abierta, tal vez se hizo mientras corría y tropecé en el camino. Debí prestarle más atención en el momento, ahora se veía muy mal, tenía un poco de tierra, y mis medias amarillas ahora tenían un agujero, creo que eso es lo que más lamentaría.

Me levante con dificultad para ver si la herida no afectaría en mi caminar, pero al parecer la suerte no estaba de mi lado en esos momentos. Di unos cuantos pasos e intente soportar el dolor. Esos pequeños pasos fueron una tortura. No podía creer como había llegado hasta ahí con semejante cortada en la pierna, supongo que fue toda esa adrenalina, que liberó mi cuerpo, la que hizo que no me diera cuenta.

Ya no tenía mas opción, tenía caminar y buscar un lugar donde pasar aquella noche tan fría, pues ya era invierno y la nieve comenzaba a tornar las calles de fuego, en un color blanco brillante. Mire a mi al rededor para buscar algún edificio que pudiera brindarme esa protección, pero nada.

A mi derecha se encontraba lo que tal ves fueron unas oficinas del gobierno. No se veían nada seguras esas instalaciones, ya no tenían techo que las cubriera y por ahí se filtraba pequeños copos de nieve, estaba literalmente a la mitad y para colmo aún salía humo, eso significaba que aún había fuego por dentro.

Del lado izquierdo estaba un hilera de pequeñas casas residenciales, eran, para ser exactos, tres casas en esa calle tan reducida y finalmente frente a mi, al término de la otra cuadra, con unas cinco casas en las dos aceras, cruzando la calle, estaba el edificio donde hace unos cuantos minutos era el refugio de la ciudad. En ese lugar ya no había nada intacto, a decir verdad en ninguna parte.

Estaba muy cansada y los ojos me dolían por el llanto. Todas mis prendas estaban hechas un desastre. Llevaba una blusa blanca con olanes en las mangas, encima tenía un delgado suéter rojo, en la parte de abajo una falda negra un poco amplia y mis medias amarillas con zapatos de un color negro intenso. No era un buen vestuario para la ocasión. Hubiera preferido en esos momentos mis pantalones con bolsas a los lados, que usaba cuando iba al bosque y los llenaba de piedras brillantes, y también mis botas marrones para escalar colinas llenas de barro, riachuelos repletos de grandes piedras o subir a hasta la copa de los grandes árboles. Ese si era una perfecta combinación.
Bueno tenía que dejar de pensar en todo eso, no me traia nada bueno, solo recuerdos con mi hermosa madre y lo que menos quería, era pensar en ello. No quería aceptar mi pérdida, la extrañaba demasiado, ya tendría tiempo para eso.

Empecé a cojear hasta llegar a la segunda casa de esa calle, no se veía tan mal como las otras dos. Mientras llegaba dirigí mi mirada hacia el cielo, estaba muy hermoso esa noche. La luna brillaba en lo más alto y junto con ella, las estrellas la acompañaban en su soledad. Llegando a lo que antes fue la entrada de la casa, estaban tres escalones para llegar a su puerta. Subí con dificultad pero al final lo logre. La puerta era como de un metro de ancho por dos de alto, estaba hecha de una madera roja, me gustaba, se veía elegante, así que supuse que había sido la casa de una familia de mucho dinero pues era la más grande de las tres.

La vida del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora