6 de Mayo de 1835
El viento movía las enormes ramas del árbol de caoba que arrastraban sobre la teja de asbesto de la modesta cabaña, dentro yacía un hombre, tan ebrio como si hubiera bebido alcohol durante dos días sin parar, la verdad era que solo tenía bebiendo seis horas pero la cantidad cubría lo que pudiera beber en setenta y dos.
Aquel hombre era Arthur Maxwell, el gran duque de Edimburgo y el hombre más poderoso de Escocia.
—¡¡Maldita!!—Grito el duque mientras arrodillado pasaba las manos por su cabello, estaba perdido por el alcohol y el dolor, en sus manos apretaba fuertemente una carta, el contenido era un misterio, pero según los trabajadores de su mansión en cuanto la recibió no dudo ni un segundo en llenar un pequeño maletín con cuatro botellas y cabalgar hasta la cabaña.
—¡Esa maldita mujer! ¡Maldita sea la hora en que te conocí Elise Campbell!—La lluvia comenzó a caer y los truenos se hicieron presentes, haciendo que los gritos del duque se fundieran con el de la lluvia.
Él era la imagen viva de un hombre herido, pero su reacción no era para menos, su amada lo había rechazado, iba a casarse con otro hombre y él no podía hacer nada.
A pesar de ello aquella noticia no fue lo que le dolió, Elise, había perdido a su hijo, el hijo que el mismo se negaba a llamar bastardo, estaba dispuesto a enmendar su error y casarse con ella antes de que se notara, pero…Ella lo había abortado.
Había asesinado a lo que más le hacía ilusión en la vida y eso provocó que un enorme vacío se colara en lo más profundo de su alma.
Llego como pudo a la caja de metal que escondía debajo de un estante, de dentro saco un arma, no dudo ningún momento en apuntarse con ella directamente a la cabeza.
Ahora el duque de Edimburgo era un hombre segado por el dolor, un dolor que no podía dejar de invadir su pecho.
—Perdón hermano—Susurro el duque con dolor, sus ojos estaban rojos por las lágrimas que corrían sin parar—¡Que mi muerte quede en tu conciencia Elise!
Un trueno fue lo último que se escuchó antes de que el cuerpo inerte de Arthur Maxwell callera al suelo, completamente muerto, no tardaron más de tres minutos antes de que su cuerpo se pusiera completamente blanco, pálido, sin vida.
ESTÁS LEYENDO
La Duquesa de Edimburgo
Historical FictionChristopher Maxwell juro de rodillas sobre la tumba de su hermano que se vengaría de todo lo que le había hecho aquella mujer, lo que no sabía después de su arribo de Escocia era que se encontraría con dos rostro completamente similares. Las gemel...