Capítulo 1

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Como buena sirena, Lauren surfeaba entre las olas como toda una profesional. Le encantaba la sensación de efervescencia que provocaba la espuma de mar al romper contra sus agallas, o las cosquillas en la punta de su cola causadas por esas diminutas bocas de pezqueñines que en su jugar intentaban alcanzarla. Desde su mayoría de edad no había día que faltase a su cita con el cambio de mareas y aunque a menudo no sucedía nada extraordinario, quizás por esa arcaica costumbre ya perdida de sus ancestras de cantar a los barcos, no podía resistirse a acercarse a un navío cuando sabía que alguno andaba cerca.

Trabajó con la noche para no hacerse notar y picada por la curiosidad se acercó demasiado. Su cuerpo quedó enredado en una red, batalló con su cola dentada y toda su fuerza, mas fue inútil. Tragó el regusto de la sangre en el agua y mientras nadaba hacia todas partes para intentar quebrar la trampa, vio pasar por su lado pesos muertos, humanos. Era la primera vez que veía a alguno tan de cerca, dado que en general su comunidad no era muy proclive a socializar fuera de sus colonias. Le parecieron terriblemente pálidos y pudo rozar por primera vez eso que llamaban "pelo". Le desagradó su tacto y se asustó un poco también, parecían algas enmarañadas y temió que pudieran deslizarse por su piel como arañas de agua.

Notó un ligero tirón que la obligó a boquear por aire, cerró los ojos lo que le pareció un instante y cuando los volvió a abrir estaba desparramada sobre la cubierta de un velero. Era todo azul, de madera vieja, medía tanto como dos peces remo y tenía el mástil roto. Se arrastró por la cubierta y vio que la cabina de mando estaba completamente destruida, exprimida, como si una ballena azul se hubiese asentado en ella para descansar un rato. El estrés mantenía a Lauren agarrotada y no podía hablar, si respiraba fuera del agua como los delfines debía cerrar sus agallas y tal acción anulaba la otra. No se le ocurría qué clase de ser pudo haber ocasionado tales daños pero una cosa estaba clara, no debía de andar muy lejos.

Cuando estaba a punto de saltar por la borda lo vio. Un adonis rubio, resplandecía como los rayos del Sol que nunca alcanzaba y estaba de pie, mirándola. Sus ojos eran perlas, blancos como los de un tritón, un ser de las profundidades. Lo rodeaba cierto aire de peligro y misterio al que no supo ni quiso resistirse. Le sonrió, invitándola a acercarse con una dulce boquita de piñón, y pese a advertir en él ojeras, éstas acentuaban su atractivo volviéndolo terrenal. Si no fuese por esos ojos que lo delataban como un no humano, lo hubiese juzgado como un fornido marinero, un dios dorado.

Al notar cierta vacilación en Lauren el ser se acercó para tomarla en brazos, la recogió con mimo y cuando la besó ya no quiso estar en ninguna otra parte que no fuera a su lado. 

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