Capítulo 2

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El grito la despertó, uno cortante y de angustia pura. Tan apremiante que Escila no perdió tiempo en recoger sus enseres de playa. Cerraba el crepúsculo y la mayoría de los bañistas hacía tiempo que habían vuelto a sus casas, solo quedaban los cuatro de siempre, los que vivían por la zona y el clásico turista arrimado a pie de chiringuito.

Fue un error no calzarse pero la presión de las conchas y el frío se le olvidaron cuando sus ojos comenzaron a asimilar lo que estaba ante ellos. Había una multitud de cuerpos, demasiados para que rápidamente pidiera contarlos. Estaban apiñados unos sobre otros, como si los trajeran las olas. Un compost verde-azulado al que las gaviotas y otros seres de carroña habían empezado ya a hincarle los dientes.

Se acercó hasta su descubridor, un joven selkie que temblaba en conmoción. A lo largo de su vida su trabajo como fotógrafa la llevó a ojear varias cosas desagradables, pero nada como esto.

-¿Estás bien?

-Sí, no...-dijo en un gallo.-Joder, vámonos de aquí. –Echó a correr sin que pudiera detenerlo.

Escila volvió a por sus cosas y llamó a los servicios policiales, tuvo que esperarlos ya que no había nadie más a quien tomar declaración. Cuando algo malo realmente sucede pueden ocurrir dos cosas, o que el lugar del delito se llene de mirones o que los que pululaban cerca pongan pies en polvorosa. Hoy nadie ha visto nada, mañana todos lo sabrán todo con escamas y señales.

Aprovechó el tiempo de impase para fotografiar lo sucedido y descubrió dos cosas, obvias en realidad pero que serían el cebo perfecto para los artículos que escribiesen sus compañeros del periódico Pseudorealidad; en primer lugar, que las víctimas eran todas jóvenes sirenas y que lo que sea que las matase las destripaba de dentro hacia fuera, el punto dos y que confirmaría con más investigación, era que no creía tampoco que de entre todas las playas del mundo, apareciesen en esta por casualidad, a fin de cuentas son reducidos los reductos en los que sus habitantes fuesen 100% sobrenaturales. Y la isla de Hacha era uno de ellos. Se requería de un visado especial para entrar, lo que garantizaba que un humano no pudiese nunca tocar tierra y en Hacha en concreto solo se les permitía la entrada a las familias de los lugareños originales, esto se debía a la singularidad del entorno pues el cayo estaba protegido por una muralla de arrecife de coral que creaba un lago natural de agua dulce en marea baja y de agua salada a plena mar.

Más tarde aquel día, cuando Escila llegó a su cabaña, tras revelar las fotos a la antigua usanza y ahora que ese susto de primera impresión ya pasó, notó algo que se repetía en todos los cadáveres que antes no, un patrón violáceo, que volvía casi traslúcida la piel allí donde se asentaba, marcándose en la parte interna de los brazos o el bajo abdomen de las sirenas, una pauta frecuente y perturbadora, que se sentía como si alguien hubiese tatuado la sombra del esqueleto de un cefalópodo. Ignoraba cual era aquí el mal, pero esperaba jamás encontrarse de cerca con semejante bicho. Una de las peores muertes que existen es ser devorado por un calamar gigante, tienden a desgarrar a sus presas y si no tenías suerte, te engullían y permanecías en su estómago (a veces durante días) antes de que comenzasen a digerirte vivo; lo que les sucedió a esas pobres criaturas de mar salada parecía igualmente inhumano, sus rostros estaban ensombrecidos por el pavor más absoluto y de sus bocas goteaba sangre negra, evidenciando que hicieron estallar sus propias cuerdas vocales en una última nota de auxilio. ¿Qué pudo haberlas asustado tanto?

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