Capítulo 8

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      De un día para otro dejaron de aparecer cuerpos mutilados a pie de playa, las gaviotas volvían a picotear moluscos entre las rocas y los selkies a faenar. No se supo más de Jack, y pese al ambiente enrarecido y los susurros velados que recorrían la isla, sus habitantes parecían dispuestos a olvidarlo todo. Se armaron nuevamente los puestos de artesanía en la costa, los niños volvían a recorrer la arena buscando caracolas y sus padres, no muy lejos, se remojaban ante el inclemente Sol. Las muertes de las sirenas seguían siendo un misterio pero todos suspiraban aliviados porque la "plaga" hubiese desaparecido de sus aguas. Pese a todo, a Electa le gustaba salir de vez en cuando a patrullar, tendía a centrarse en el arrecife coralino que bordeaba la isla de Hacha por ser una de las zonas con más recovecos y entradas secretas del archipiélago, tal vez así pudiese encontrar alguna pista que esclareciese tantas muertes.

Aun sabiendo que las sirenas viven en aguas de calado profundo, la lamia seguía sintiéndose incómoda yendo más allá, le angustiaba la idea de ser abducida por una corriente subterránea sin poder hallar jamás el camino de vuelta. Ya era un verdadero milagro que hubiese conseguido envalentonarse lo suficiente para escaquearse de tanto en tanto con Alecton.

Sonrió al pensar en él. La trataba con una naturalidad y soltura que la pasmaba, como si se conocieran de toda la vida. Alecton se anticipaba a cualquiera de sus deseos, la abrigaba antes de llegar a sentir frío y localizaba alimento antes de percibir el gusanillo del hambre. Amaba sus besos, vivía para los instantes en que la rozaba, pícaro, un segundo antes de mirarla. Los ojos del tritón seguían pareciéndole sobrenaturales, pero había aprendido a admirar sus peculiaridades. Supo que no podía demorar más el hablarle de su celo. A diferencia de las serpientes de agua que son polígamas, los tritones solo tienen una pareja de por vida, salvo en las excepciones que la hembra elegida sea estéril o haya perecido. Como no era el caso y viendo el cariz que últimamente tomaba su relación, quiso ser del todo sincera con él. Electa necesitaría un macho que la ayudase con el proceso, y si él no estaba dispuesto, debía de averiguarlo cuanto antes.






               Convenció a su pareja de acercarse a la barrera de coral, un festín de colores y formas que desde niña para ella tuvieron un significado especial. Fue aquí donde sus padres se conocieron, también donde aprendió a nadar, perdió la cuenta de las horas que pasó jugando al escondite con las morenas o de sus torpes e iniciáticos intentos infantiles de aprender el idioma de las burbujas. Traía a sus profesores de cabeza y aun con todas las veces en que se cortó la cola con algún coral, cada uno de sus recuerdos era invaluable.

Ambos emergieron a la superficie al mismo tiempo, se dirigieron nadando hacia la esquina dorsal del arrecife, el cual creaba un pequeño reducto de tierra con cada marea baja. Electa se había percatado que por la distancia y el ángulo, esta diminuta porción de arena quedaba oculta de cualquier ojo indiscreto de la isla. Quería que su primer celo fuese aquí, en este lugar cuasi sagrado que tantos buenos momentos le trajo.

Mientras emergía y adoptaba forma humana, observó al tritón aún en el agua. Su largo cabello rubio resplandecía especialmente este mediodía, su torso esculpido delataba sus buenas dotes como cazador y cuando ladeó su rostro sereno y la miró le recordó al dios Neptuno. Quizás intuyese que se avecinaba un cambio, que hablarían de algo importante o le demandaría algo inusual, porque su mirada no chispeaba alegre sino que adoptaba nuevamente un velo ceniciento. Pese a todo seguía resultándole el espécimen varonil más deseable que hubiese conocido nunca.

Ni bien tocó tierra la acorraló con su cuerpo formando una columna de mariposa con sus cuatro extremidades. Ambos eran dolorosamente conscientes de la desnudez del otro, sus respiraciones aceleradas y el vaivén de las olas fueron los únicos sonidos que escucharon durante un tiempo.

Alecton no era tonto, la lamia mostraba síntomas que delataban el inicio de su ciclo reproductivo. Había estado con suficientes hembras como para apreciar los matices que en otro momento y lugar probablemente hubiese obviado. Electa se había vuelto especialmente cariñosa, sus escamas tendían a lubricarse ante el mínimo contacto, podía olfatearla a kilómetros por las hormonas que desprendía en el agua y, desconocía si ella se había percatado, pero había mutado su alimentación. Comía menos y dormía más y Electa tendía a buscarlo mucho más a menudo que antes.

La vio hacer un amago de apartarlo, y él, temiendo que pudiera ponerle fin a su relación e intentar encontrar otro pretendiente de su misma especie, la subyugó con un beso. Rozó su miembro contra el de ella hinchado consciente de estar aprovechándose de su condición. Gimieron al unísono.

-Yo...tú....-la escuchó murmurar.

-Sé mía. Déjame tenerte.

Se liberaron hormonas sexuales y Electa suspiró de una forma muy femenina. Se encaramó, mimosa, como un recién nacido; buscando su tacto y sus labios. No hablaron mucho más en lo que restó de día, simplemente se perdieron uno en los brazos del otro como dos amantes largamente separados por el tiempo.

La lamia jamás se sintió tan deseada, claudicó rápidamente ante el tritón percibiendo a través de sus actos que la quería a su lado. Aquella fue la primera vez que yacieron juntos, mas no sería la última. Cuando por fin la asoló la etapa más cruda del celo, él estuvo ahí para ella. El inicial mimo plácido de sus encuentros se transformó paulatinamente en una vorágine de frenesí, cada vez la tomaba con mayor salvajismo, haciendo de cada encuentro una experiencia intensa que le provocaba el sentimiento de haber sido totalmente conquistada. Ni siquiera era consciente de que era capaz de contraer las paredes internas de su órgano sexual indefinidamente para provocar en ambos una mayor fricción, o de que pudiera interrumpirlo a voluntad.

De algún modo había conseguido superar su miedo a las profundidades siempre y cuando Alecton la acompañara. Descubría zonas del fondo marino que solo había podido soñar y llevaba una temporada subida en una nube.

-Te quiero. –le dijo ella una tarde. Él estaba enterrado profundamente en su interior y podía sentir el tapón gelatinoso de su esperma bloqueando sus entrañas, algo que encontró extrañamente sexy. Era conocedora de que algunas especies construían corchos con su semilla para bloquear la entrada a cualquier otro macho que quisiera fecundarla, también para que su semen arraigara en sus parejas. Desconocía que los tritones fuesen una de ellas, pero no se tomó a mal que "marcase territorio" pues ella ya lo había marcado a él con su olor. –Te quiero mucho. –repitió. -¿Y tú?

Él la miró embelesado, acunándola como a un tesoro.

-Un abismo.






                     El celo de Alecton concluyó prácticamente al mismo tiempo que el de Electa. Creyó que el cariño que le había tomado a la lamia desaparecería una vez sus instintos más básicos decayesen, que se liberaría del pesar que apuñalaba su corazón cada vez que le mentía o que proyectaba en su mente una falsa imagen de sí mismo. Quisiera volver a sentirse él, a ocupar la rutina acostumbrada, a liberarse del peso que arrastraban sus hombros. No fue así. Las ganas de verla, de estar con ella, de tocarla...no hacían más que crecer y crecer, Electa era su nueva obsesión. No estaba preparado para pronunciar la palabra que empezaba por A; ni siquiera podía asegurar que lo estuviera, pero sí tenía claro una cosa; no quería volver a separarse de ella. Sobretodo ahora que había apostado sus cartas a un todo o nada, ahora que el cuerpo de Electa había ganado volumen y su olor mutado.

Ahora que estaba en cinta.


Continuará............


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