04 de diciembre. Aniversario de Hyunjin y Jeongin.
Hwang Hyunjin se despertó entre las sábanas arrugadas de su cama con la respiración acelerada y las lágrimas corriendo por su rostro sin aviso previo.
Todo había sido un sueño.
Un sueño muy cruel, o quizás una premonición. Lo único que sabía era que tenía la oportunidad de hacer todo bien aquella vez. Y no se equivocaría.
Se levantó completamente desanimado, tener en la mente el sentimiento de culpa y la sensación de que aquel niño había muerto por su cobardía lo había dejado exhausto. Estaba agotado mentalmente, pues nunca había tenido un sueño tan cruel y real.
Repasaba el sueño en su mente y se preguntaba mil veces, ¿por qué había tomado esas decisiones? ¿Cómo pudo tratar indiferentemente al chico que era un rayo de sol en persona? Estaba enfadado consigo mismo y aún así sentía que olvidaba algo muy importante.
—¡Hyunjinnie, estoy subiendo las escaleras! —El corazón de Hwang se aceleró cuando escuchó esa voz.
Era él. Era Yang Jeongin. Su Jeongin.
Aquel cuatro de diciembre Jeongin iría a su casa por la mañana a pasar el resto del día junto a él, y lo había olvidado. Aunque olvidar aquello no era lo más importante.
En verdad todo estaba bien.
La puerta de su cuarto se abrió dejando ver a Jeongin con el cabello castaño y los brackets aún en sus dientes, el mayor sonrió de oreja a oreja completamente enternecido ante la imagen del chico de sus sueños frente a él. Se acercó y lo abrazó fuertemente dando el sentimiento de que nunca quisiera volver a soltarlo, porque era así. Estaba aterrado de volver a perderlo, no dejaría que aquello sucediera nuevamente ni en un sueño.
—Feliz aniversario, bebito hermoso. —El más alto tomó al menor por la cintura y le susurró, para luego depositar un beso corto en sus labios.
—Feliz aniversario, Hyunjinnie.
—¿Sabías que te amo muchísimo? —Yang asintió con una sonrisita—. Y también sabes que jamás te dejaré, ¿cierto? —El chico volvió a asentir—. Más te vale, ¿si? Así desees librarte de mí, yo no te dejaré ir. Algo me dice que estamos destinados a estar juntos toda la vida.
—¿Qué diceees?
—Es en serio, tonto. —El mayor le sonrió.
Aquel día Hyunjin convenció a Jeongin de teñirse el cabello de rojo, le preguntó por todos los detalles más recientes de su vida solo para que no se le olvidaran nunca, lo invitó a jugar en un centro de realidad virtual y luego lo llevó a un karaoke. Cantaron, bailaron, rieron se dedicaron unas cuantas canciones y, por supuesto, Hyunjin hizo todo aquello que sintió que debió haber hecho cuando en su sueño ya era demasiado tarde.
Por otro lado, Jeongin solo pudo reír, ya que el resto del día su novio no dejó de decir cosas cursis y graciosas que nunca antes había dicho tan frecuentemente como ese día. Por supuesto que Hyunjin estaba raro, nunca antes había sentido que debía hacer todo lo posible por mantener a ese pequeño niño a su lado. Quizás Jeongin creía que aquello solo sucedería por su aniversario, pero el chico no sabía —y tampoco se enteraría de— que su novio había visto con sus propios ojos por qué no debía dejar ir a quien había descubierto que era su alma gemela.
Sabía que aquel sentimiento de sobreprotección que sentía cuando estaba con Yang no era coincidencia, y más que nunca debía protegerlo. Jamás dejaría que aquel niño de oro volviera a verse así de vulnerable. Jamás dejaría a aquel niño solo. Jamás terminaría con ese niño que con su sonrisa iluminaba al mundo, con su voz hacía florecer las más hermosas flores de los más hermosos jardines, con sus risitas hacía nacer no una, sino mil hadas, con sus bailes divertidos sacaba más de una carcajada a su amigo Minho y a los amigos de Hyunjin cada vez que salían juntos. Y, por supuesto, con su mera —pero más que suficiente— presencia lograba traer a Hyunjin muy enamorado.
Hwang Hyunjin nunca jamás pensaría en romper con Yang Jeongin.
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