Capitulo VII

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Que horrible pesar, siento que nunca logro conciliar el sueño por completo, son raras las veces en la que puedo dormirme al instante y cuando lo hago, no pasan ni dos horas antes de despertarme y perder por completo las ganas de seguir durmiendo.

—Maldición... —Me dije a mi mismo entre dientes.

Voltee mi vista a la cama de mi compañero, dormía sentado y con los ojos abiertos, mirándome fijamente, como cada maldita noche desde que lo conozco, me levante en silencio para no despertarlo, sería una gran molestia si llegara a despertar, no tenía la paciencia para sostener una conversación con él en este instante.

Me encamine hasta la puerta y recosté mi rostro entre las rejillas para dejarme empapar por la poca luz del sol que emanaba del pasillo, cerré los ojos y deje volar mi imaginación, como todo un imbécil soñador, creo que era la única forma de entretenerme para no terminar como el tarado que habitaba conmigo. De pronto deje de sentir la calurosa caricia de la luz y abrí mis ojos de par en par.

—Veo que ya despertaste... —Me dijo el conductor desde el otro lado de la puerta, mirándome con aburrimiento y seriedad—. Ya son las cuatro, te toca cita.

Era extraño encontrarse con este tipo tan serio, pero como a la mayoría de la cosas no le di importancia. El saco unas llaves del bolsillo derecho de su pantalón, el llavero tenía un cerebro de goma color negro como adorno y cinco llaves con diversas y extrañas formas, antes de que abriera la puerta di dos pasos hacia atrás y mire sobre mi hombro.

Mi compañero seguía mirándome fijamente, como si su cabeza rígida y hueca se moviera sola mientras duerme, por alguna extraña razón me entraron ganas de despertarlo, pero si hiciera todo lo que pensara no estaría aquí ahora.

El conductor abrió la puerta con la llave de los dientes más filosos del llavero y me hizo un gesto con la mano para que le siguiera, al no más alejarse me apresure en salir y cerré la puerta lo más rápido que pude, al cerrarla fue golpeada al instante con brusquedad desde el otro lado.

—Tendrás que ser más rápido la próxima vez —Dije mientras me alejaba.

Al llegar a la última habitación del pasillo, entre y me encontré con un lugar completamente diferente al anterior, el lugar frió y hermético con solo una silla y una mesa de metal como mobiliario, se convirtió en una acogedora habitación con paredes de madera y pisos de caoba con dos muebles antiguos con tapicería verde y una chimenea al fondo, era un lugar perfecto para mí.

—Vamos tome asiento, no se quede ahí —El conductor se acomodó en el mueble derecho de pierna cruzada mientras me insistía con la mirada que me acomodara.

—Hoy parece ansioso por comenzar —Conteste un poco irritado, para luego tomar asiento en el otro mueble —. Pero mentiría si le dijera que no estoy igual de... impaciente por comenzar.

—Bien en qué quedamos.

Disfrute mucho mi vida en la ciudad, había conocido a mucha gente nueva como también a aprender a pedirles la bendición a muchos familiares nuevos, la casa materna de mi padre se encontraba algunas calles abajo del apartamento de mi tía abuela, ahí se había criado la mayoría de la familia de padre, era una asombrosa casa y bien decorada, tenía cinco salas con diferentes muebles y adornos tanto frágiles como caros, una enorme cocina clásica, un comedor y dos baños.

A pesar de ser una casa tan grande y espaciosa, solo vivían mi abuela Malí y mi bisabuela Blonda, todos los demás familiares tomaron caminos separados y construyeron sus vidas, unos más cerca que otros, lastimosamente mi abuela no tuvo la misma suerte, después de divorciarse de mi abuelo cuando mi padre era apenas un niño, decidió que se quedaría viviendo con mi bisabuela.

Amaba visitar esa casa, cada vez que llegaba entraba corriendo al cuarto de mi abuela y le daba un fuerte abrazo, creo que hay algo que se enciende en el corazón de un niño cuando abraza a sus abuelos, un calor se apodera del pecho y recorre todo el cuerpo, mientras el olor de la senectud nos da seguridad y confianza.

Aunque tengo que admitir que a veces hasta ella me daba miedo, era una señora muy estricta y expresaba su amor de una manera... diferente, pero la respetaba como a nadie. Luego de saludar a mi abuela corría lo más rápido posible a saludar a mi bisabuela, quien siempre se encontraba sentada en una silla de plástico en la cocina, siempre mirando la entrada de la casa.

Se le veía siempre serena ¿mirando la calle? ¿Las personas pasear? ¿Los autos pasar? O tal vez solo se pasaba todo el día divagando en un mundo diferente, un mundo que yo no podía entender, a veces la soledad nos hace reflexivos y profundos, pero siempre que llegaba a saludarla, una sonrisa iluminaba su rostro recibiéndome con un fuerte "¡Ah!" de alegría.

Y como cualquier dulce abuela, me preguntaba si ya había comido o si tenía hambre para prepararme algo, era una felicidad para ella atender a la visita, supongo que era razonable para una persona que la mayoría del tiempo se le veía sola.

Cuando digo la mayoría del tiempo, es porque de vez en cuando uno o más de mis tíos segundos se encontraban de visita en la casa, traían comida y todos se reunían en la última sala que se encontraba en la cocina para charlar.

¿Yo? Pues mientras los adultos hacían lo suyo, pasaba el tiempo jugando con mis primos, corriendo con desenfreno en la casa, el escondite y el tocado era nuestros juegos favoritos.

Mi abuela no lo veía así, teníamos la mala suerte de tumbar uno que otro adorno fino de cada sala, la cuarta sala era la que tenía más objetos de valor, muñecas de porcelana, cristales y espejos, era la zona prohibida para nosotros.

Pero el lugar al que nunca nos atrevíamos entrar sin autorización, principalmente porque nos invadía el miedo, era el cuarto de mi bisabuela, por mucho que lo piense, nunca había visto ese cuarto por dentro niño, porque siempre permanecía cerrado y apagado.

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⏰ Última actualización: Apr 25, 2019 ⏰

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