Lorena Tudela Loveday es peruana y es una mujer de contumaz indecencia. "Soy escritora", dice a todos los que la vienen a visitar. Después se pone a cantar fado encima del inmenso y viejo aparato de sonido de su casa y pasa un pequeño sombrero verde y apestoso para recoger las aportaciones voluntarias de la concurrencia.
contumaz. (Del lat. contu˘max, -a¯cis). 1. adj. Rebelde, porfiado y tenaz en mantener un error. 2. adj. Dicho de una materia o de una sustancia: Que se estima propia para retener y propagar los gérmenes de un contagio.
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En efecto, decir "soy escritora", sin más ni más, significa poseer una tremenda suciedad en el alma. ¿Por qué? Porque lo digo yo, que soy su hijo (más bien su hijastro) y he vivido este infierno por más de veinte años. Quién más podría escribir de eso sino yo, joder.
Llevo más de diez años dedicado a la ilusión de la literatura. Me da asco la vida común y corriente, y a pesar de que poseo todos los medios para llevar una vida exitosamente detestable, he preferido la vida del crimen, de la mentira y el asesinato: la vida literaria. En todas mis maravillosas novelas, mucha gente debe morir y muchas mentiras deben decirse, y yo soy el más perfecto criminal.
indecencia. (Del lat. indecenti˘a). 1. f. Falta de decencia o de modestia. 2. f. Dicho o hecho vituperable o vergonzoso.
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Un día, un inicio de día más bien, maté a Celeste. No en mi novela, sino en la realidad.
No se me pregunte porqué lo hice, sino cómo, que al final de la vida es lo único que importa, pues todos, de una u otra forma, terminamos haciendo las mismas cosas, sólo que en diferentes tiempos y, lo sublime, de distintas maneras.
Celeste no era representativa para mí cuando la conocí. Y lo era tan poco, que con ello escribí mi primera novela de mentiras que llevó por título: "Brevísima historia de una perfecta vida aburrida", por Jaime Reyes Rodríguez. En ese entonces empecé a firmar con un seudónimo. Me daban miedo la fama y el éxito, pues sabía que escribía no sólo bien, sino muy bien, como inmediatamente corroboró mi editora y el incauto público que me hinchó de billetes, comprando todos mis libros, y los amables jueces de los múltiples concursos que gané, a pocos años de haber salido a este noble mercado editorial de habla hispana.
La única verdad de mi vida fue que maté a Celeste. Y así como fue verdad, fue lo único que la vida me castigó. Mi madre, Lorena Tudela Loveday (raro nombre el de ella), más bien mi madrastra, me lo dijo, unos minutos después de recoger sus monedas, unas horas después de matar a Celeste, cuando cenando leche con galletitas Marías, le confesé mi crimen.
"Pobrecita", dijo ella. Esa fue la forma en que me avisó que la vida me castigaría.
Mi abuela lee toda clase de libros y es fiel admiradora mía sin saberlo, pues en ese entonces aún firmaba con mi seudónimo y nunca se había publicado foto mía. Ama a Jaime Reyes Rodríguez. Cuando se enteró de la noticia: "Santiago Reis Montedónico mató sencillamente a Celeste" (pues la forma en que la asesiné no sólo resultó interesante para mí sino para los medios de comunicación y las sociedades del mundo hispano), mi abuela le escribió una carta a mi madre, quien de inmediato sacó una copia en el fax de la casa y me la hizo llegar hasta mi breve celda. Sabía lo que en mí, esa copia de carta, provocaría. Me había convertido doblemente en un producto de la cultura de masas. En mi vida real, ahora, también era una celebridad.
La carta decía lo siguiente:
"Hija, tú sabes de sobra lo que pienso del mamelucón, soplamocos, sinvergüenza, ladrón, cholo, bocafloja, cabeza de champa, cara de poto sin raya del Santiago Reis Montedónico ese y, pucha, si quisiera seguir analizándolo científicamente, pucha, estoy segura que no me alcanzarían las palabras del diccionario que tienen sinonimia con mierduja. Por eso me parece regio que lo hayan declarado reo contumaz, que no sé muy bien lo que significa pero suena de lo más justiciero, ¿no te parece?
Yo de ahora en adelante, por lo pronto, o sea, cada vez que se me cierre una combi para tomar un pasajero en la mitad de la pista, o sea, en lugar de hacerle un trololón con los dedos, le voy a gritar: "cholo reo contumaz, anda a manejar llama a tu tierra y voy a quedar liberadísima", te lo juro. Me ha gustado tanto la expresión reo contumaz (tiene algo de judicial con mucho de mentada de madre), hija, que te voy a proponer pronto una lista de otros candidatos que tengo para ser reos contumaces, ¿ya? A ver si los condenamos (como debería condenarse al queso hongueado ese de tu ex marido), pucha, a una pena no menor que la de pasarse encerrados el resto de sus vidas con un televisor sintonizado ad infinitum en Meche Solaeche dándote consejos para ser feliz con tu marido. Te juro que no se lo deseo ni al Rasputín de los Romanov ni al nuestro.
Por cierto, en mi última función aquí en casa (a ver cuándo te dignas a venir con tu hijo, más bien hijastro, al que no conozco) se acercó a mí un viejo irreverente cuando interpretaba el último de mis fado y me dijo: "Vieja loca, así jamás llegará a ser escritora, mejor haría en ponerse a vender memelas y dejarse de payasadas. Su raro oficio posee una contumaz indecencia que me asquea".
Hija, creo que debemos pensar en cambiar de giro y dedicarnos a escribir nuestras vivencias de putas como siempre lo hemos soñado, sobre todo ahora que tu hijo, según dices, es millonario: ¿a qué se dedica?
Aquí en Lima, los espero impaciente. A este burlado Perú le hace falta escritoras como nosotras y como mi querido Jaime Reyes Rodríguez: "Un escritor lleno de verdades", como dice atinadamente la prensa: ¿lo has leído? Es tu compatriota mexicano: una eminencia. Te recomiendo, sobre todo, su primera novela: "Brevísima historia de una perfecta vida aburrida": una obra maestra.
Desde aquí te abrazo al calce.
Tu única madre,
Lorena Loveday Falseblood".
pucha.
1. f. puta.
2. interj. U. para expresar sorpresa, disgusto, etc.
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Desde aquí, en la cárcel, me doy cuenta de que, como entendí de mis lecturas de Borges, una de las mejores formas de ser escritor de verdad, es quedarse callado lo más que uno pueda y dejar que los diccionarios revelen el sentido de las palabras que los demás vomitan a diario. Me imagino la cara de mi abuela (abuelastra) cuando sepa que soy el protagonista y el antagonista de su mediocre vida literaria. Mi madre (madrastra) no para de burlarse de mí. Claro, ella está libre y recogiendo sus monedas: cantando sus fado.
Por lo menos lo intento: el silencio. Y si no por eso he llegado a ser mejor escritor, he logrado divertirme mucho. Benditas sean las palabras, son ellas las que poseen una contumaz indecencia que no deja de excitarme. Algún día, aunque nunca salga de aquí, llegaré a publicar un libro con mi nombre verdadero, el nombre del asesino multimediático, daré entrevistas dando la cara y orgulloso podré decir: "Pucha, soy un escritor: el más perfecto criminal", con toda la conciencia de lo que las palabras y los nombres quieren en verdad decir, joder.