He estado aquí, encerradito, ya por más de una hora, en el canastote de ropa sucia, pura ropa de mujer, ropa sucia de mujeres sucias... ¿o es que hay alguien que no se haya ensuciado jamas?
Pero ella es, definitivamente, una depravada, y siempre viene aquí a que se la cojan, cada semana un nuevo hombre, así es mi hermana de calentona. Y para ella es necesario saber que la observan, o que pueden observarla, para tener sus orgasmitos torrenciales. Por ejemplo, ella sabe bien que estoy aquí, entre los olores agrios de sus sexos, rancios de sus perfumes, grasos nauseabundos de las manos de hombre que a diario les levantan las faldas, porque en esta casa ninguna usa pantalones; entre las manchas de semen que les caen en las bragas, porque en esta casa ninguna deja que se vengan dentro de ellas, y eso es una regla que yo, aunque quiera, no puedo comprender.
Ya sea yo o alguno de mis amiguitos, mi propia madre o mi abuela la loca, mi hermana ha desarrollado esta adicción a sentir que la observan, o que pueden observarla... que haya invocación al peligro, la pena, lo prohibidito... sí, eso es lo que le gusta... y mientras no huela algo de esta demencia en su entorno mental o físico carnívoro, no se viene... ¡oh no! ni de chiste, ni por muy bueno que resulte el toro. Y bien pueden pasarse como horas como segundos violentándole el sexo sin que ella escurra gota alguna de lo que le resta de mujer, como ahorita que se me entumieron las piernas y las tuve que estirar, ni modo, generando sutiles roces de sedas y cueros, porque en esta casa no se visten mas que con sedas y cueros, y ella lo ha escuchado, lo ha percibido, y empiezan los gemidos y los arañones, los desbordes y las mordidas, los apretones y las desgreñadas, y los pobres tontos piensan que es por ellos que goza la más chica de mi casa, porque es mi casa, mi bisabuela, la trepadora, me la regalo, ella también era bien calentona.
Sin embargo, mi hermana, aunque pervertida, es buena, y nunca se ha comido mis arañas, nunca ha usado el maquillaje de mi mamá y nunca se ha acostado con los amantes de mi abuela, y eso, en esta casa, es ser una buena mujer, aunque debo decir que, de vez en cuando, las unas usan los calzones de las otras, y eso me molesta porque, cuando estoy escondidito en el canastote de ropa sucia, me quedan algunas bragas bajo la nariz, y me es difícil distinguir, aún con mi olfato de pito circuncidado, quién fue la última en usarlos, y eso, repito, me molesta, aunque sea de vez en cuando.
Pero, aun buena, mi hermana, la de los senitos de pasas de higo, como todas las mujeres de mi casa, es bien cabrona, y nunca acepta a voz de albañil su perversión; cuando estamos en el desayunador, porque en esta casa no hay comedor, ni mucho menos cenador, le platica a mi madre sus perversiones como si se las hubiera contado a ella alguien más, por ejemplo, una de las maestras del kinder donde trabaja, porque en esta casa todas son maestras de kinder, o, hay de vez en cuando, como si se las hubiera platicado yo... ¡qué maldita! y mi mamá, que no es pendeja, porque aquí nadie es pendejo, más que el gato, revienta en risotadas de verdulera diciendo que así son las chamacas de esta época, y sobre todo sabiendo cómo son las madres de hoy en día, y yo sé que todos sabemos que se refiere a las vecinas, y por supuesto, a sus hijas, a quienes, en esta casa, no se les baja de pinches putas baratas. Pero también se que, aunque mi mamá le jura a mi hermana que guardará sus confesiones ajenas como un secreto de buena mujer, todo se lo cuenta a mi abuela por el teléfono babeado, porque en esta casa se babean los teléfonos porque dicen que eso excita a los hombres, y aunque mi abuela esté dando clases de sexualidad a sus niños, no deja de humedecerse emocionada, igual que mi madre, porque en esta casa las mujeres sólo se emocionan del sexo, y cuando llegan de trabajar, y están por irse de cena, mi abuela se acerca y me dirige hacia a ella con gestos enternecedores de abuelita cogelona, y debido a mi corta estatura, siempre quedo al nivel de su vientre inflado, como empanadita de manzana con canela... y ahí, calientito, me dice que no tarda en llegar el señor que me trae mis arañas, como todos los viernes, y diciéndome aquello me da un ligero golpe en la frente para llamar mi atención como si no la escuchara, pero sí la escucho, no se crean que no, lo que pasa es que no dejo de pensar en por qué siempre su empanadita huele a aceitito de bebé, porque en esta casa los sexos huelen a aceitito de bebé, y yo creo que por eso es que dicen que los bebés huelen a bebé, a final de cuentas todos venimos de los sexos de nuestras madres, aunque no queramos.
Creo que también por eso entiendo porqué los hombres aman a sus mujeres como si fueran sus madres... es por eso del olorcito a aceitito de bebé, y me imagino, sorprendido, cuántos orgasmos de cuántas mujeres se envasan a diario para semejante producción de aceitito de bebé; por ejemplo, casi todos los hombres que visitan esta casa, porque en esta casa los hombres no son más que una visita, siempre sufren de regresiones, como las llama la psicóloga de mi escuela, y al poco ratito ya tiene los olfatos en los sexos de las mujeres de esta casa, como si quisieran desnacerse, huele y huele, porque no me consta que los lengüetén, y es entonces cuando no tengo miedo de crecer, pues sé que cuando llegue a ser hombre, y visite las casas de las mujeres, siempre encontraré a una de ellas, o a varias, que me dé mi regresión para acordarme de mi mamita con sus sexitos oliendo a aceitito de bebé... aunque mi hermana me diga que eso yo no lo voy a hacer, porque yo seré un caballero, no un hombre, y no creo que entre las yeguas huela a aceitito de bebé, por eso ellos son animales y nosotros humanos. Pero en fin, yo ya tengo mi plan: me quedaré aquí, escondidito, en el canastote de ropa sucia... y no haré ruido, aunque se me entuman las piernas, aunque tenga que dejar de traer a mis amiguitos a ver las cogidas de mi hermana, aunque tenga que matar al gato que siempre es pendejo... total, así nadie podrá encontrarme para enviarme a ser caballero, así nadie evitará que me convierta en hombre. Me quedaré entre estas ropas sucias que nunca salen de aquí, porque en esta casa la ropa sucia nunca más se vuelve a usar... se compran nuevas sedas y nuevos cueros para nuevos hombres, nuevas visitas... porque eso es lo único que libera a las mujeres de esta casa del suicidio colectivo, eso dicen las psicólogas de mi escuela; este canastote de ropa sucia en el que me esconderé por siempre, aunque me moleste que se presten los calzones las unas a las otras, aunque no conozca más sexos que los de las mujeres de mi casa, porque ni la psicóloga de mi escuela puede decir lo que dicen estas ropas sucias de mujeres sucias, porque no creo que haya mucho más qué oler fuera de esta mi casa como decía mi bisabuela la trepadora, porque yo creo que todas las ropas sucias, de mujeres sucias, dicen y guardan lo mismo: o que no repiten como pericas que qué tiene esa que no tenga yo, porque en esta casa eso se escucha muy seguido, y si los hombres siempre hacen lo que ellas quieren, excepto quedarse con ellas más de un día, creo que han de tener razón... me suena muy lógica esa actitud. ¿O habrá alguna mujer en el mundo que jamás haya ensuciado sus ropas?, esa será la duda, el precio de quedarme aquí, encerradito, en este canastote de ropas sucias de mujeres sucias, de mujeres sucias.
ESTÁS LEYENDO
Modesto hobbista
Historia CortaSiete relatos sucios para distraídos, locos y necios...