Pasamos varias horas de la madrugada sin decir una sola palabra, de hecho, tal vez ni siquiera cruzamos una mirada. Habíamos estado riendo todo el día, cayéndonos de borrachos sin decidirnos, pues, si nos iríamos a la cama o no. No teníamos mucho de conocernos. Me habló mucho de mí y yo le platiqué mucho de lo que ella me contaba de mí. Era una perfecta extraña. Me gustaba su cuerpo. Reímos mucho hasta que nos entró la hueva de la borrachera, decidimos quemar un poco de material didáctico. Eso nos dejó mudos por varias horas más. Finalmente la agarré de la mano y nos salimos de la Cajados, no me despedí de nadie. Ella no sabía de nadie. Estudiaba comunicación. Habló mucho sobre mí. Reíamos mucho al salir, nos agarró el payasito. Me caí de forma ridícula en la entrada y ella se agachó torpemente y rozó mis genitales con sus caderas. Me besó los labios. Gente viéndonos sin decir nada. Me apretó el cuello. Comprendí. Nos levantamos y al voltear vimos sangre en el suelo. Mucha sangre negra. Reímos como locos cayéndonos de marihuanos. Recorrimos toda la ciudad. Se rió mucho de mí. Me curó la herida a lamidas. Tocaba mis genitales. Yo hablaba mucho sobre lo que ella hablaba de mí. Erika. Reía. Éramos ridículos. Llegamos a su casa. Se quedó viendo las ventanas. Me puse hielo en la cabeza. Dijo que me quería para ella. Fornicamos. Se sintió muy bien. Durmió riéndose de mí. Recordaba mi caída ridícula. Yo quería besarla. No me acordaba de sus labios, ni siquiera de su cuerpo que me gustaba. Tomamos cerveza otra vez. Ella volvió a fornicarme. Quería decirle que dejara de reírse. Me dio miedo. No me acordaba de su sexo. Ni de sus nalgas que me gustaban. Me dolía la cabeza. Ella decía sentirse como yo. Hablaba sobre mí. Yo no discutía. Toqué como por media hora sus pequeños senos. Se me olvidaba su textura, su olor. Se puso seria. Dijo extrañar sus días de niña. Lloré con ella. Fuimos a tomar café a la Condesa. Platiqué seriamente sobre mi niñez y ella me habló sobre lo que ella entendía de mi niñez. Erika. Estuvimos fajándonos en centros comerciales y galerías de arte. Grotesco. Fumamos en el coche. Nos metimos a un estacionamiento y volvió a practicarme el sexo. Quiso comprarse un vestido. Fuimos a tiendas. Finalmente fajamos en el vestidor. Nos corrieron de la tienda. Nos agarró el payasito otra vez. Comimos algo. Hablamos sobre mi manera de dejarme fornicar. Ella rió al ver mi cabello pegado por la sangre y la saliva y el hielo y el cebo de ayer. Se acordó de mi caída. Reímos aunque yo con coraje. La sangre en el suelo. Toqué sus piernas de vestido nuevo. Yo no me acordaba de cómo sentir al tocar. Me enfurecí. Fuimos a una bar-galería en la Roma. Amigos míos. Ella no hacía sino tocarme y reír sobre mi caída. Bebimos mucho. Me abrazó por la espalda y me tapó los ojos. Se me olvidó el color de la oscuridad. Estuvo besándome el cuello. Se sentía bien, muy bien. Me besó en la boca. De repente rió y pidió disculpas por recordar mi caída. Yo reía sin comprender nada. Me sentía borracho. Ella reía con ojos de pena. Me volteé para estornudar. Al levantar la cara vi a una mujer de piernas largas y manos huesudas. Me gustó. Sentí una mano en el hombro. Estaba riendo. Dijo que tenía unos orgasmos deliciosos conmigo. Pensaba alquilarme de por vida o enamorarme. Dije que estaba bien. De qué. Volví a girar el rostro. Señorita piernas largas estaba metiéndose polvos. Me dijo al oído que quería que le metiera la mano bajo el vestido. Lo hice. Le pregunté su nombre. Dijo que si era una broma. Erika. No supe a qué se refería. Me dirigí con señorita piernas largas. Me dio de sus polvos y me tocó la cabeza. Me excitó. Levanté el rostro. Vi a una mujer con vestido verde. Me acerqué. Me dolía la cabeza. Le pregunté su nombre. Erika. Dije que recordaba a alguien con ese nombre. Pasamos varias horas de la madrugada sin decir una sola palabra, de hecho tal vez ni siquiera cruzamos una mirada. Habíamos estado riendo todo el día, cayéndonos de borrachos sin decidirnos, pues, si nos iríamos a la cama o no. No teníamos mucho de conocernos. Me habló mucho de mí y yo le platiqué mucho de lo que ella me platicaba de mí. Era una perfecta extraña. Me gustaba su cuerpo. Reímos mucho hasta que nos entró la hueva de la borrachera, decidimos quemar un poco de material didáctico. Eso nos dejó mudos por varias horas más de la madrugada. Finalmente la agarré de la mano y nos salimos de la Cajados, no me despedí de nadie. Ella no sabía de nadie. Estudiaba comunicación. Habló mucho sobre mí. Reíamos mucho al salir, nos agarró el payasito. Me caí de forma ridícula en la entrada y ella se agachó torpemente y rozó mis genitales con sus caderas. Me besó los labios. Gente viéndonos sin decir nada. Me apretó el cuello. Comprendí. Nos levantamos y al voltear vimos sangre en el suelo. Mucha sangre negra. Reímos como locos cayéndonos de marihuanos. Dijo que no era posible. Pregunté por qué. Quedó seria. Me besó. Preguntó a que sabía su boca. No recuerdo, dije. Soltó una lágrima. Se le cayó el cigarro. Me agaché y me dolió la cabeza. Me encontré un cigarro y lo recogí. Levanté la cabeza. Me veía con pena. Dijo que se llamaba Erika y que estudiaba comunicación. Me habló mucho sobre mí. No entendía. Me preguntó su nombre. No respondí. Me di la vuelta no sé porqué. Caminé. Ella empezó a gritarme que me cuidara, que había perdido el sentido del sentir y la memoria del amor. Dijo que eso era un mal de amores. Se me olvidó la figura de su cuerpo. Volteé. Caminé hacia una mujer que estaba enfrente. Al verla se me olvidó. Erika. La invité a mi casa. Dijo que me quería para ella. Le besé los senos como media hora. Se me olvidaba el olor de su carne. Se sintió muy bien. Reímos toda la madrugada. Se me olvidó mi nombre. Tal vez ella lo sepa. Habla tanto sobre mí que me resulto interesante. Estudia comunicación. Me gusta su cuerpo. Dijo acordarse de mi caída ridícula. Me sentí ridículo. Me dormí. Me dijo mi nombre. Se me olvidó despertar. Erika. Cómo es que se llamaba. Creo que me gustaba su cuerpo. Adiós. No teníamos mucho de conocernos.