XXXV

46 12 2
                                    

—Discúlpeme señora, necesito saber el número de habitación de un paciente con urgencia —dije apenas llegue hasta donde estaba la recepcionista del hospital, una mujer de cuarenta y tantos con el cabello plateado recogido en una redecilla.

Mis manos se aferraban con fuerza al desgastado escritorio por miedo a que mis piernas ya no pudieran seguir sosteniéndome.

—Indíqueme por favor el nombre de su familiar.

—Esteban... Esteban Díaz —dije tragando saliva. Mi garganta ardía y sentía sed como nunca en mi vida.

Ella me miró un instante algo extrañada.

—¿Le ocurre algo señorita? —me preguntó.

—No, yo... estoy bien. Solo dígame por favor donde se encuentra.

Sin quedarse del todo conforme con mi respuesta, la mujer tecleó algo en el ordenador de modelo viejísimo.

—Esteban Díaz se encuentra en la habitación 74, tercer piso. Es un paciente en estado de coma, por lo que solo puede recibir visitas en horario reducido y de familiares allegados, por lo que me temo que no podrá verlo ahora.

Yo ya no tenía nada más que oír. Hora de visitas o no, no había tiempo que perder. Me enrumbe hacia las escaleras mientras la mujer gritaba detrás de mí algo que no lograba captar.

Empecé a subir las escaleras de dos en dos. Aquella sensación ya casi no se sentía, pero mi cuerpo estaba más débil que nunca. Quería dejarme caer ahí mismo, y quedarme allí por al menos unas treinta horas. Pero no lo haría.

Estas destruyéndote a ti misma, detente —oía decir dentro de mi mente. Era Esteban, no me cabía duda.

—No, no hare eso —dije en voz alta mientras me sujetaba a la barandilla y empezaba a ascender al segundo piso.

—No quería esto para ti, no me perdonare si algo te pasa.

—Yo estaré bien... y tu también —dije con convicción.

Luego de esas palaras no sentía casi nada de su presencia dentro de mí. Su voz se desvanecía de mi mente y con ella todo él. Estaba partiendo justo ahora.

Subí el último tramo de escaleras y empecé a subir hacia el tercer piso. Ya estaba tan cerca, tan cerca de salvarlo. No podía haber nadado tanto para morir en esta barrosa orilla.

Cuando finalmente llegue al tercer piso creía que me desmayaría. Quería vomitar, pero no lo hice.

—Habitación 68... —dije mirando la pequeña placa de la puerta que tenía en frente.

A la izquierda estaba la 67 y a la derecha la 69. Seguí hacia la derecha pasando delante de las puertas.

—70, 71, 72, 73...74.

Allí estaba, finalmente estaba allí.

Tome un profundo respiro para que mis pulmones mitigaran sus quejas y empuje la puerta.

Un joven estaba tendido sobre una camilla. Había decenas de maquinas que se unían a él mediante cables y mangueras por doquier. Dos médicos estaban con él. Uno le suministraba algo en el suero mientras que el otro ajustaba algo en una de las maquinas.

—Señorita, usted no puede estar aquí dentro.

—Si... yo solo... —y entonces ocurrió.

Esteban empezó a moverse, como si convulsionara. Al mismo tiempo dentro de mi algo empezaba a romperse. El dolor era tan fuerte que casi caí de rodillas al suelo.

—¡Lo perdemos! Llame al equipo, doctor Torres, necesitamos aplicarle reanimación ya mismo.

Un constante pitido empezaba a salir de una de las maquinas.

No, no podía ser, no podía estar pasando eso. Ya estaba aquí. No era posible que él se fuera estando tan cerca.

Con las últimas fuerzas que me quedaban me abalance sobre la cama.

—Salga de aquí señorita, debe retirarse.

—Por favor, necesito tocarlo, solo déjeme acercarme —dije poniéndome en pie como pude y acercándome a Esteban que ahora estaba inerte sobre la camilla.

—Señorita le he dicho que de irse ya mismo.

El doctor Torres había salido de la habitación y el otro médico se empeñaba en sacarme del lugar. Un segundo después unos médicos entraron y se lanzaron sobre el joven para inspeccionar su estado pero no hicieron ningún ademan de reanimarlo. Y lo supe.

—Es tarde, el paciente se ha ido —sentenció una enfermera.

Gruesas lágrimas empezaron a caer de mis ojos. Me deje caer a un lado de la cama mientras los doctores miraban atónitos la escena. Era obvio que ya que él estaba muerto no suponía ningún riesgo que una chica cualquiera se despidiera de él.

Con manos temblorosas toque su cabello. Era tan suave y delicado. Tan real y verdadero y no solo una visión holográfica que se desvanecía.

Baje mi cabeza hacia la suya y deposite un beso sobre su frente, fría y blanca.

—Lo siento —fue todo lo que pude gesticular.

Entonces sentí que la poca fuerza que me quedaba abandonaba mi cuerpo y mis ojos se cerraron dando paso a la tan anhelada oscuridad.


Nota del autor:

Espero esto les compense el tiempo que les he hecho esperar. Me disculpo por abandonar tanto tiempo esta novela. Sé que a muchos les disgustara mi ausencia pero ya que he solucionado los problemas que tenia, puedo terminar esta novela. Espero subir el resto hoy mismo mis apreciadísimos lectores. Gracias por leerme.

PD: Se vale llorar.

PD2: No me maten por favor :(

Toma mi almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora