XXXIII

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Al llegar hasta el parque, una brisa se coló entre las ramas del sauce y me envolvió entre hojas secas y un suave aroma a lluvia. El cielo, celeste y despejado hace unos momentos, se había empezado a teñir de tonos azul oscuro y gris.

Mire en todas direcciones, buscándolo, pero no lograba divisarlo. Por un instante temí que hubiera desaparecido por completo, pero entonces sentí una pequeño punzada en el pecho. Él seguía allí, solo que no quería dejarse ver.

—Se que estas aquí —dije observando el leve balanceo del columpio desierto.

No obtuve respuesta, aunque la verdad es que no la esperaba a la primera.

—Puedo sentirte, no hace falta que te ocultes —el dolor se hizo levemente mayor—. Entiendo que quieras mantenerme a salvo, y eso lo aprecio muchísimo, pero yo también quiero salvarte.

El dolor crecía, empezaba a oprimirme el pecho. No podía seguir así, no por mucho tiempo más.

—Sé quién eres —solté casi como un jadeo—, se cómo te llamas, y sé que quizá a un no estés muerto.

Cerré los ojos.

Debes ser fuerte —me repetí a mí misma.

Sentía su presencia, aunque no pudiera verlo, podía sentirlo. Era un vínculo que había empezado a fortalecer con el pasar de los días.

Entonces abrí los ojos y logre divisarlo junto al columpio. Su mirada estaba fija en el suelo.

Respiré profundo.

—Sucedió cerca de aquí, justo en aquella calle, detrás del parque —comencé a decir. Las palabras costaban salir de mis labios—. Un accidente de automóvil. Tu cuerpo está en coma, y según sé, tu alma ha comenzado a partir del plano terrenal, y si eso pasa...

Ni siquiera pude terminar la frase. Él permanecía inerte; sus manos habían desaparecido del todo, dándole un aspecto terrorífico, y sus piernas eran casi traslucidas.

—Hay una manera, una forma de devolverte a tu cuerpo, solo debo llevarte hasta el hospital y volverás a despertar. Puedo hacerlo, se como, solo... solo necesito que tú me lo permitas.

A estas alturas las lágrimas, de dolor y de impotencia, me surcaban el rostro.

—Se que no puedo obligarte a quedarte aquí, en este mundo, pero si aun quieres seguir vivo, yo puedo intentar ayudarte. Solo debes decirlo.

Ya no podía decir nada más aunque quisiera. Mi pecho esta comprimido por un dolor impropio que me asfixiaba con fuerza, mientras intentaba con mis mayores fuerzas aparentar que no me afectaba tanto.

Levanto la cara. Sus ojos, oscuros como una noche lúgubre y siniestra, se posaron fijamente en mí. Lo vi despegar los labios y pronunciar aquello que tanto había estado anhelando escuchar.

—Toma mi alma, es lo único que me queda, y te la entrego a ti.

Toma mi almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora