Su beso no la sorprendió tanto como su pasión. La boca de Harry cubrió la de Emily con intenso calor, con hambrienta necesidad, a la vez que se arrimaba a ella y la tomaba entre sus brazos.
Ella no tuvo tiempo de prepararse para el asalto sensual de su abrazo, para la absoluta posesión de su beso.
Mientras sus lenguas se acariciaban, el deseo se apoderó de ella, un deseo que nunca había experimentado hasta entonces, que hacía prácticamente imposible todo pensamiento racional.
Harry giró hasta tumbarse de espaldas, arrastrándola consigo sin abandonar sus labios.
Emily se sintió como si se hubiera sumergido en un sueño. Un sueño de pasión, de amor... de Harry. La cabeza le daba vueltas con sus mágicas caricias. Sentía la sangre ardiendo en sus venas, el cuerpo electrizado mientras el beso se prolongaba.
Cuando Harry deslizó una mano bajo su pijama y empezó a acariciarle la espalda, cada centímetro de su piel se estremeció de placer.
Emily deslizó las manos por los hombros desnudos de Harry, sintiendo su fuerza, su poderosa musculatura. Nunca había tocado a un hombre tan abiertamente, y nunca se había sentido tan femenina.
Con un profundo gemido, Harry volvió a girar en la cama, colocándose encima de ella. Emily nunca había estado en una posición tan íntima con un hombre, y una turbadora embriaguez se adueñó de ella al sentir el deseo de Harry.
Él apartó los labios de su boca y la besó en las mejillas, en la barbilla, a lo largo del cuello. Su deseo se manifestó en un incremento del ritmo de su respiración, y aquello intensificó aún más la excitación de Emily.
Cuando Harry deslizó una mano por su costado y le acarició un seno, cerró los ojos, sabiendo que debían parar, que debía detenerlo, pero sintiéndose incapaz de interrumpir algo que parecía destinado a suceder desde el momento en que aceptó hacerse pasar por su esposa.
Cuando, finalmente, Harry abarcó con ambas manos sus senos, ella fue incapaz de reprimir un gemido de placer. Una vez más, él se apoderó de su boca, bebiendo de ella mientras deslizaba los pulgares sobre los pezones erectos de Emily.
Al cabo de un momento interrumpió el beso y la miró. Sus ojos brillaron oscura e hipnóticamente mientras, uno a uno, fue desabrochando los botones del pijama de Emily.
Ella no se movió. Estaba transfigurada por el deseo que captaba en sus ojos, por la contagiosa fiebre que parecía haberse apoderado de ambos. Quería que Harry siguiera mirándola así para siempre, con el mismo hambriento deseo, la misma necesidad, que la hacía sentirse como la mujer más bella del mundo. Quería sentir sus manos en ella para siempre.
—Te deseo —dijo Harry mientras desabrochaba el último botón. Cuando terminó no apartó la tela a un lado, como si quisiera darle una última oportunidad para que lo detuviera.
—Di mi nombre —susurró Emily, sin aliento, necesitando saber que era a ella a la que estaba viendo, que era a ella a la que deseaba, no a alguna mujer de su fantasía—. Di mi nombre, por favor... dilo.
—Emily, Emily —murmuró Harry—. Mi dulce Emily. Te deseo.
Ella creía que nunca iba a escuchar aquellas palabras en boca de un hombre. Nunca había creído que inspiraría tanto deseo, que un hombre pronunciaría su nombre con tal pasión.
Mientras seguían mirándose, ella misma apartó la tela de su pijama, exponiendo sus generosos senos a la mirada de Harry.
—Emily—susurró él, y entonces inclinó la cabeza y la besó en los labios, luego en el cuello y, finalmente, en la cima de uno de sus senos.
Un deseo agudo e intenso recorrió a Emily, una emoción desconocida que la asustó y también la electrizó. Lo rodeó con los brazos y deslizó las manos por su espalda. Sintió los músculos que había debajo, el calor que emanaba de su piel, un calor que quería sentir cerca de ella para siempre.
Harry movió sus caderas contra las de ella, haciéndole sentir emociones desconocidas hasta entonces, un deseo casi salvaje, una excitación enloquecida... y también un poco de miedo.
Harry la estaba llevando donde nunca había estado. Estaba despertando en ella sensaciones que nunca había sentido.
Pero cuando él deslizó las manos hasta la cintura del pantalón de su pijama, el miedo creció hasta adquirir proporciones gigantescas, entumeciendo el increíble deseo y la excitación.
—Harry... —su voz fue apenas un susurro, casi inaudible contra sus frenéticas respiraciones, contra sus jadeos—. Harry... te mentí—logró decir, finalmente.
Él dejó de moverse y, por un instante, también pareció dejar de respirar.
—¿Qué?
—Te mentí... cuando te dije que había tenido varios amantes. No era cierto. Nunca he tenido... ninguno.
—¿Quieres decir que eres... que nunca...? —Harry se apartó de ella y se tumbó de espaldas. Por un momento, ninguno dijo nada, mientras esperaban a que los latidos de sus corazones se calmaran.
Con dedos temblorosos, Emily volvió a abrochar los botones de su pijama, esperando a que él dijera algo.
Por un lado, se alegraba de haber interrumpido las cosas a tiempo. Por otro, se había quedado con una dolorosa sensación de vacío, con un sentimiento de necesidad que solo Harry podría haber satisfecho.
Lo amaba. Lo que había empezado tiempo atrás como un inocente enamoramiento había florecido durante la última semana hasta convertirse en auténtico amor. Darse cuenta de ello fue como recibir un mazazo en la cabeza.
—Lo siento, Emily —dijo Harry, finalmente—. No sé qué decir...
—No digas nada, por favor —replicó Emily, con lágrimas en los ojos—. Ha sido culpa mía tanto como tuya. No debería haber permitido que las cosas se nos fueran de las manos de esta manera. Digamos que ambos hemos cometido un error y dejémoslo en eso —oyó el suspiro de Harry y lo interpretó como un suspiro de alivio.
—De acuerdo —dijo él tras otro rato de silencio—. Estoy seguro de que todo se ha debido a estas absurdas circunstancias —añadió, como si necesitara una explicación lógica para lo sucedido—. Me refiero a que hemos simulado estar casados, a que hemos compartido la misma cama...
—Seguro que tienes razón —replicó Emily, deseando que Harry dejara de excusarse y esperando que no captara en su voz el punzante dolor que sentía en el corazón.
Permanecieron en silencio largo rato. La luz de la luna entraba por la ventana, irradiando en la habitación su brillo plateado.
—Buenas noches —dijo Harry, finalmente, y giró sobre sí mismo, dándole la espalda.
—Buenas noches —susurró ella. Cuando se volvió hacia el otro lado, las lágrimas empezaron a deslizarse por sus mejillas.
Amaba a Harry y él no la correspondería ni en un millón de años. Los hombres como Harry Styles no se enamoraban de mujeres como Emily Samuels, y las mujeres como Emily Samuels no podían permitirse enamorarse de hombres como Harry Styles.
Se había sentido bella durante los breves momentos en que había estado entre sus brazos, pero la realidad la contemplaba cada mañana en el espejo. La realidad expresada por las palabras de su padre antes de abandonarla.
¿Cómo había podido permitir que sucediera aquello? Miró la pared, tratando de pensar en el momento en que aquel tonto enamoramiento por su jefe se había transformado en algo más profundo.
Pero era imposible identificar un momento concreto. El amor había llegado con las risas, con el respeto, a pesar de sus diferencias. El amor había superado las barreras, había abrazado las similitudes hasta convertirse en algo demasiado grande como para no prestarle atención.
No supo con exactitud cuándo se quedó dormido Harry. Dio vueltas y se movió al menos durante una hora, hasta que por fin se quedó quieto, respirando profunda y acompasadamente.
Cuando creyó que estaba dormido, se volvió para mirar el rostro del hombre al que amaba. Aquella misma tarde lo había acariciado con sus dedos, y estos conservaban la memoria sensorial de sus mejillas, de sus ojos, de la suave curva de sus labios. Su cabeza estaba llena de recuerdos de sus rasgos, riendo, pensativo, avergonzado, tierno...
Se tumbó de espaldas y apoyó una mano en el vientre. Cuánto le gustaría llevar dentro a su hijo, al pequeño Harry Júnior, o a Summer. Qué maravilloso sería llevar en su interior una semilla de amor que floreciera en un bebé.
Suspirando profundamente, volvió a tumbarse de costado. Miró la pared hasta que las luces del amanecer comenzaron a entrar por la ventana. No quiso dormirse. No quería que su cuerpo tuviera la oportunidad de acabar de nuevo entre los brazos de Harry.
Cuando, poco después, sintió que él empezaba a moverse, simuló estar dormida. A pesar de estar de espaldas a él, notó que la miraba. Al cabo de un rato, Harry se levantó de la cama y entró en el baño.
Emily tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para no romper a llorar de nuevo. Trató de convencerse de que Harry no se merecía sus lágrimas, de que era una persona obstinada, egoísta, engreída... todo lo que ella no querría en un hombre. Pero sabía que todo aquello no era cierto. Harry era un hombre seguro, seguro del hombre que era, y con una maravillosa capacidad para reírse de sí mismo.
Frotándose una vez más los ojos, supo lo que debía hacer, que no había otra alternativa. Esperó hasta después de desayunar, hasta después de despedirse de las demás parejas y de Brody y Barbara.
Esperó hasta que, varias horas más tarde, después de haber comido en el camino, se hallaban a solo unos kilómetros de Great Falls y ya no había forma de dilatar el asunto.
—Harry —empezó, esperando que él no captara la emoción de su corazón en el brillo de sus ojos.
Él le dedicó una rápida sonrisa.
—¿Sí?
Aquella sonrisa atravesó a Emily , intensificando su dolor, pero también su determinación.
Respiró profundamente.
—Quiero avisarte con las dos semanas de antelación estipuladas por la ley —dijo—. Voy a dejar de trabajar para ti.
Harry pisó el freno, haciendo que el conductor que circulaba tras él tocara el claxon varias veces, irritado.
—¿Qué? —no debía de haber oído bien. Emily no podía haber dicho lo que creía que había dicho.
—Dejo mí trabajo y te aviso con dos semanas de antelación —repitió ella.
—¿De qué estás hablando? —preguntó Harry, tratando de concentrarse en la conducción y mirándola al mismo tiempo. Finalmente, decidió que no podía hacer ambas cosas. Giró el volante y detuvo el coche en el arcén.
La miró un momento, deseando que retirara sus palabras, pero ella le sostuvo la mirada con gesto desafiante.
—¿A qué viene esto, Emily?
—No viene a nada —protestó ella—. Llevo ya un tiempo pensando en ello.
—¿Es por lo de anoche? —Harry vio que Emily se ruborizaba—. Es por eso, ¿verdad? —golpeó el volante con la palma de la mano—. Ya te dije que lo sentía, que no debería haber sucedido. Cometí un terrible error. Lo reconozco.
—Esto no tiene nada que ver con lo que sucedió anoche —replicó Emily —. Qué pretencioso por tu parte asumir que tiene algo que ver con eso —añadió, secamente.
—Entonces, ¿por qué? —Harry se pasó una mano por el pelo y la miró sin ocultar su ansiedad. No podía estar hablando en serio. Tal vez Emily tuviera un sentido del humor retorcido del que no había hecho gala hasta ese momento.
Ella suspiró y miró por la ventana un momento. Luego se volvió hacia él.
—Estoy cansada de trabajar para ti, Harry. Estoy cansada de encargarte la comida, de recogerte la ropa de la tintorería. Estoy cansada de comprar el regalo de cumpleaños de tu padre y de enviar flores a tu mujer del momento. Cuando me contrataste no me dijiste que sería una mezcla de madre, secretaria y esposa. Dijiste que tendría la oportunidad de aprender.
—Todo será distinto cuando volvamos —dijo Harry, desesperado. Tenía que hacerle cambiar de opinión. Debía lograrlo a toda costa—. Te dije que las cosas cambiarían, y así será —no podía imaginar la oficina sin ella. Era ella quien conseguía que todo marchara como era debido—. Te juro que cambiarán. Conseguiré a otra persona para que se ocupe de parte de lo que hacías hasta ahora. Así tendrás más tiempo para centrarte en otras cosas.
—No te creo.
—¿Qué quieres decir con que no me crees? —preguntó Harry, incrédulo—. ¿Por qué no ibas a creerme?
Emily suspiró.
—Acabas de pasar una semana mintiéndole a la gente sobre nuestra relación. He tenido siete días para comprobar lo buen mentiroso que eres.
—Eso es diferente. Ahora no te estoy mintiendo—protestó Harry, sintiendo un creciente pánico que le hizo alzar la voz más de lo normal.
—El caso es que ya no quiero trabajar más para ti —le espetó Emily, alzando igualmente el tono.
Harry respiró profundamente, tratando de calmarse, luchando contra el pánico que amenazaba con apoderarse de él. Por la expresión de Emily, sabía que estaba totalmente decidida. También sabía que no tenía sentido discutir con ella... al menos allí y en aquel momento.
—Solo aceptaré tu dimisión si me la presentas por escrito el lunes por la mañana en la oficina —dijo, finalmente.
—Bien —replicó ella, y volvió a mirar por la ventanilla.
Harry la miró, buscando en su mente alguna forma de hacerle cambiar de opinión. No era posible. Emily era la mejor secretaria que había tenido. No estaba dispuesto a perderla tan fácilmente. Volvió a arrancar el coche y se reincorporó al tráfico de la autopista.
Pocos minutos después detenía el coche frente a la casa de Emily.
—Por favor, reconsidera lo que estás haciendo —dijo, volviéndose hacia ella. Emily negó con la cabeza—. Tienes el resto del día. Solo te pido que lo pienses bien.
Ella asintió secamente.
—De acuerdo, lo pensaré. Pero no voy a cambiar de opinión.
Harry suspiró, anonadado ante la idea de tener que trabajar sin ella. Emily no esperó a que dijera nada más. Salió del coche y abrió la puerta trasera para sacar su maleta.
Harry salió rápidamente y se la quitó de la mano.
—Te juro que las cosas cambiarán. Solo tienes que darme la oportunidad —dijo, mientras la acompañaba hasta la puerta. Dejó la maleta en el suelo del porche y miró a Emily con expresión suplicante.
—Harry, no hagas las cosas más difíciles de lo que ya son —dijo ella con suavidad.
—Si son difíciles, es que algo no está bien —alegó él—. Te necesito, Emily. Tú haces que la oficina funcione a la perfección.
—Adiós, Harry —tomó su maleta y abrió la puerta—. Nos vemos mañana.
Harry permaneció un rato en el porche después de que la puerta se cerrara tras ella. Luchó contra el impulso de derribarla, o de entrar por una ventana para volver a enfrentarse a Emily. Le aumentaría el sueldo, reduciría su jornada de trabajo... Haría lo que fuera necesario para conservarla.
Cuando regresó al coche, en lugar de dirigirse hacia su apartamento condujo hasta la casa de su padre. Un año antes, cuando Harris volvió a casarse, dejó de trabajar y compró una casa pequeña con un enorme jardín.
Tras aparcar ante la casa, en lugar de dirigirse a la puerta principal fue a la parte trasera, donde probablemente encontraría a su padre y a su madrastra, Iris.
Efectivamente, Iris estaba sentada bajo una sombrilla, bebiendo té frío, mientras Harris recogía tomates y otros vegetales en medio de la huerta. Era una escena idílica y, por algún motivo, irritó a Harry.
—Qué sorpresa tan agradable —dijo Iris, sonriendo—. Harris, mira quién ha venido.
Harris Styles alzó la mirada y sus rasgos se distendieron en una sonrisa.
—Hola, hijo —salió rápidamente del huerto, dejó la cesta con los tomates en la mesa y palmeó cariñosamente la espalda de Harry—. Tratamos de hablar contigo el jueves por la noche para que vinieras a cenar con nosotros.
—He estado fuera toda la semana por asuntos de negocios —replicó Harry. Su padre indicó un asiento y él lo ocupó, sin saber con exactitud qué lo había animado a hacer aquella espontánea visita.
—¿Te apetece un poco de té frío? —preguntó Iris.
Harry asintió.
—Sí, gracias.
Cuando Iris entró en la casa, Harry miró a su padre. Harris Styles siempre había sido un hombre de aspecto distinguido, el pelo cano en las sienes y el físico de alguien de mucha menos edad.
Vestido con unos vaqueros gastados y una camiseta, aún parecía distinguido, pero también relajado... y más feliz que nunca. Felicidad... Harry nunca se había sentido tan infeliz en su vida como en aquellos momentos.
—Tienes muy buen aspecto, papá. Cada día que te veo pareces más joven.
—La satisfacción es la fuente de la juventud —dijo Harris.
Harry suspiró.
—No lo sabía.
—¿Problemas?
Harry asintió, pero no dijo nada al ver que Iris volvía. Harris sonrió a su esposa mientras les alcanzaba las bebidas y luego volvió a mirar a Harry.
—¿Cuál es el problema, Harry? —preguntó Iris. Ella y Harris intercambiaron una sonriente mirada.
Harry rió.
—Tal y como os estáis mirando, me siento como si tuviera doce años y acabarais de pillarme con una revista pornográfica.
Iris y Harris volvieron a mirarse y a sonreír, mientras la irritación de Harry iba en aumento.
—No te he visto crecer, pero estoy segura de que nunca fuiste la clase de chico que necesita revistas pornográficas —dijo Iris, ruborizándose ligeramente.
Harry sonrió, pero la sonrisa se desvaneció rápidamente de su rostro.
—Mi secretaria va a presentar su renuncia mañana y no sé lo que voy a hacer.
—Contratar a otra —dijo Harris.
—No es tan sencillo —protestó Harry—. Emily es algo especial.
—En ese caso, puede que necesites un par de intentos antes de conseguir otra tan adecuada como ella.
Harry frunció el ceño.
—No, esa no es la cuestión. Emily es realmente especial. Me hace reír y estimula mi mente. Me tiene a raya y hace que sea mejor persona. No puedo pasarme sin ella en mi vida.
Iris miró a Harry con una pequeña sonrisa.
—Pensaba que estábamos hablando de una secretaria.
—Y así es —replicó Harry.
La sonrisa de Iris se ensanchó.
—No nos habías dicho que estabas enamorado de Emily.
—¿Enamorado? Eso es ridículo —protestó Harry.
—A mí me suena a enamoramiento —dijo Harris.
El corazón de Harry latió más deprisa al pensar en lo que acababa de decir. Emily. La imagen de su rostro surgió en su mente, la luz dorada de sus ojos, su preciosa sonrisa, su contagiosa risa...
Pensó en su mente rápida, en su cálida sonrisa, en su expresión cuando le habló del amor que sentía por su hermano, en el doloroso vacío que había dejado en ella el abandono de su padre...
La amaba.
Darse cuenta de ello fue algo realmente impactante. De algún modo, durante la semana anterior se había enamorado de su secretaria. Miró a Iris, y luego a su padre, anonadado por la revelación de su corazón.
Iris rió.
—Pareces un cervatillo sorprendido por la luces de un coche.
—Tenía que pasar antes o después —dijo Harris, sonriendo—. Enfréntate a ello, muchacho. Pareces un hombre enamorado.
—Pero... se suponía que esto no tenía que pasar —protestó Harry. Se suponía que él no se enamoraba.
De pronto comprendía que ese era el motivo por el que elegía las mujeres con las que salía... porque con ellas estaba seguro. Sabía instintivamente que no había modo de que su corazón se implicara con aquellas mujeres bellas pero superficiales que elegía por compañeras.
—No puedes elegir el momento en que el amor te encuentra —dijo Harris—. Yo adoraba a tu madre, Harry, y cuando murió juré que no volvería a entregar mi corazón a otra mujer. Tenía miedo. No quería volver a sufrir —alargó una mano y tocó la de Iris en un gesto en el que Harry vio amor duradero y compromiso—. Entonces apareció Iris y supe que merecería la pena correr el riesgo de volver a sufrir.
Harry asintió, pensativo. ¿Era eso lo que él había hecho? Cuando, años atrás, Sarah le rompió el corazón, ¿tomó inconscientemente la decisión de no volver a arriesgar su corazón? Probablemente, pensó.
Pero ya no importaba. Estaba enamorado de Emily. Podía hacerse a la idea de no volver a contar con ella como secretaria, pero no podía soportar la idea de pasarse la vida sin ella.
Miró a su padre y a Iris.
—¿Y qué hago ahora?
Harris sonrió.
—Lánzate. Dile que la amas. Te prometo que el riesgo merece la pena. Y si no corres el riesgo, te pasarás la vida preguntándote qué habría pasado si lo hubieras hecho.
Harry se fue unos minutos después, más confundido de lo que estaba antes de llegar. Quería a Emily. Y ella tenía intención de dejar su trabajo el lunes.
No sabía lo que pensaba de él, si tenía algún pensamiento positivo hacia él. El primer día de su supuesto matrimonio le había dicho que era egoísta, egocéntrico y engreído. ¿Seguiría pensando lo mismo?
¿Habría cambiado de opinión sobre él durante aquella semana? Evidentemente no, pensó, sintiendo una punzada en el corazón. Después de todo, Emily había decidido abandonarlo en dos semanas.
Mientras conducía hacia su apartamento, decidió lo que debía hacer. Tenía dos semanas para hacerle cambiar de opinión, dos semanas para lograr que se enamorara de él.
Y cuando Harry Styles se empeñaba en algo, no se detenía hasta conseguirlo.
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