prólogo

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ronca de tanto gritar

que quería probar

lo que llaman vivir.

sucia, porque la verdad

era mucha verdad

obligaba a mentir.

juega a las cosas que dicen

que niñas felices

no van a probar.

"señorita", planeta no

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El sonido me estaba volviendo loca.

No era precisamente el tremor de los autos, bastante fuerte para hallarme en un décimo piso. Tampoco era la música amortiguada por las delgadas paredes que venía del apartamento compuesto.

Ni siquiera era el de la tetera eléctrica en funcionamiento, cuyo sonido usualmente me irritaba.

No, lo que estaba por desquiciarme a un punto crítico, era más bien la falta de sonido.

Vivía en la ciudad. El silencio no era algo común, de hecho, era algo que no existía por allí. Mucho menos en aquél edificio de mala muerte, donde todos los departamentos estaban ocupados por gente cuyos vocabularios desconocían la palabra tranquilidad, y con la aparente creencia de que todos los días se dictaba un certamen de quién tenía el estéreo con más capacidad de hacer retumbar las ventanas.

Todo aquello, lo único que lograba, era dejar en evidencia la quietud de mi casa. Y que imaginara un par de veces unos cuántos asesinatos creativos.

El reloj digital parecía observarme directamente con sus estúpidos números brillantes y premonitorios. Eran pasadas las nueve de la noche, la cena que había preparado ya estaba más que fría, y terminé por aceptar que mi hermana no se dignaría a aparecer.

Eché mi cabeza hacia atrás, estirándome sobre el sillón, observando el humo del cigarrillo formando espirales hacia el techo. Nunca era lo suficientemente estúpida para fumar dentro de la casa, no si quería conseguirme un castigo indeterminado, pero ya no sentía culpa alguna. O quizá mí sentido común se había transformado en autocompasión. O estupidez. Fuera lo que fuera, estaba por volverme loca, el vecino decidió subir su música insoportable, y llegué a la decisión que había estado planeando desde hacía días.

Mi hermana destacaba en muchas cosas, pero en lo que apestaba, era en esconderme algo. No importaba cuánto lo intentara, desde con qué compañero de trabajo decidía darse una escapada, hasta una fiesta sorpresa de cumpleaños. Si estaba tramando algo, lo averiguaba. Así que me sentí bastante imbécil al sorprenderme, cuando encontré lo que estaba escondido en una esquina de su closet.

No eran objetos de dudoso uso o recuerdos infantiles o algo que cualquiera tendría escondido entre la ropa. No, lo que había encontrado eran cartas, recibos de todos los servicios, todos con grandes estampas de último aviso en rojo intimidante.

Nunca habíamos tenido problemas financieros. Bueno, no extremos, visto que vivíamos en el agujero del infierno conocido como Detroit, Michigan. Pero que estuviéramos atrasadas en tantas cosas incluso allí, era demasiado extraño. Teníamos herencia familiar de la cual mí hermana siempre había escatimado, sólo para su educación y la mía. Había terminado su carrera de enfermería, y ahora estaba estudiando medicina. Sabía también que la matrícula era cara, como todo lo demás que implicaba el defectuoso sistema educativo. Y mí colegio era público. Con todo eso, nunca habíamos tenido problemas.

ransom & reward ⋄ gar loganDonde viven las historias. Descúbrelo ahora