Superhéroes. Villanos. El bien o el mal.
En la mente y la vida de Ren Shimizu-Blair, aquellos eran conceptos fantasmales que nunca se había detenido a considerar.
Cuando la vida tiene un menú especialmente variado, donde no da señales de tener bueno...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
No pasó ni por asomo la cantidad de tiempo que necesitaba para pensar en algo. La puerta de la sala de entrevistas se abrió apenas unos diez minutos después, y pensé que Rachel o había declarado todo lo que fuera que había hecho, o había sido tan cooperativa como yo. Noté que el detective tenía un block de notas en la mano, y le estaba diciendo algo a la chica.
-Escucha, lo siento, realmente lo hago.
No llegué a escuchar más que el murmullo de la respuesta de Rachel. Por lo poco que había oído, sonaba muy angustiada. El detective giró su rostro hacia mí, atrapándome mirándolo, y soltó un sonoro suspiro, como si quisiera estar en cualquier lado menos allí. Me señaló con un gesto rápido.
-Tú -escupió con cansancio-. Ven aquí.
Contemplé por un momento preguntar para qué, pero visto que nada se me había ocurrido en el tiempo que había estado allí sentada, supuse que obedecer era mi mejor opción. Entré de nuevo a la sala, sin entender qué haría. Una entrevista a ambas seguro que no era algo normal.
-Esperen aquí. -ordenó antes de cerrar la puerta, que hizo un sonoro click, dándonos a saber que la había bloqueado.
Bueno, no era como si hubiera planeado salir de allí de cualquier modo. Me senté sobre la silla donde el otro había estado antes, observando a Rachel. Tenía lágrimas cubriendo sus mejillas.
Antes de que pudiera preguntarle si se encontraba bien o si necesitaba que le propinara una buena patada en medio de sus futuros hijos al detective Grayson, ella se limpió las lágrimas con rapidez, sin dejar rastro alguno. Parecía haber perfeccionado ese gesto hacía tiempo.
-Tienes los cordones de tus botas desatados -murmuró.
Su voz había sonado tan penosamente triste, que ni siquiera pareció querer disimularlo. Tampoco me observaba, enfocada en algún resquicio de la mesa frente a la cual estaba sentada.
Me había tardado demasiado en responder, quedándome parada ahí con la mente en blanco. O sea, era buena con los acontecimientos inesperados y decidir sobre la marcha, pero nunca había tenido que tratar con tal cercanía a una adolescente en crisis. Al menos no más que conmigo misma.
