En el momento en que yo ocultaba a Hareton en la alacena, Hindley entró mascullando
juramentos. A Hare-ton le espantaban tanto el afecto como la ira de su padre, porque en el
primer caso corría el riesgo de que le ahogara con sus brutales abrazos, y en el segundo se
exponía a que le estrellara contra un muro o le arrojara a la lumbre. Así que el niño
permanecía siempre quieto en los sitios donde yo le ocultaba.
¡Al fin la hallo! clamó Hindley, sujetándome por la piel de la nuca como si fuese un
perro. ¡Por el cielo, que os habéis conjurado para matar al niño! Ahora com-prendo por
qué le mantenéis siempre apartado de mí. Pero con la ayuda de Satanás, Elena, te voy ahora
a hacer tragar el trinchante. No lo tomes a risa: acabo de echar a Kenneth, cabeza abajo, en
el pantano del Caballo Negro, y ya tanto se me dan dos como uno. Tengo ganas de mataros
a uno de vosotros, y he de conseguirlo.
Vaya, señor Hindley contesté, déjeme en paz. No me gusta el sabor del trinchante:
está de cortar aren-ques. Más vale que me pegue un tiro, si quiere.
¡Quiero que te vayas al diablo! contestó. Ninguna ley inglesa impide que un hombre
tenga una casa de-corosa, y la mía es detestable. ¡Abre esa boca!
Intentó deslizarme el cuchillo entre los labios, pero yo, que nunca tuve miedo de sus
locuras, insistí en que sabía muy mal y no lo tragaría.
¡Diablo! exclamó, soltándome de pronto. Ahora me doy cuenta de que aquel granuja
no es Hare-ton. Perdona, Elena. Si lo fuera, merecería que le desolla-ran vivo por no venir a
saludarme y estarse ahí chillando como si yo fuera un espectro. Ven aquí, desnaturalizado
engendro. Yo te enseñaré a engañar a un padre crédulo y bondadoso. Oye, Elena: ¿no es
cierto que este chico esta-ría mejor sin orejas? El cortárselas hace más feroces a los perros,
y a mí me gusta la ferocidad. Dame las tijeras. Apreciar tanto las orejas, constituye una
afectación diabólica. No por dejar de tenerlas dejaríamos de ser unos asnos. Cállate, niño...
¡Anda, pero si es mi nene! Sécate los ojos, y bésame, pequeño mío. ¿Cómo? ¿No quieres?
¡Bésame, Hareton; bésame, ¡condenado! Señor, ¿cómo habré podido engendrar monstruo
semejante? Le voy a romper el cráneo...
Hareton se debatía entre los brazos de su padre, llo-rando y pataleando, y redobló sus gritos
cuando Hindley se lo llevó a lo alto de la escalera y le suspendió en el aire. Le grité que iba
a asustar al niño, y me apresuré a correr para salvarle. Al llegar arriba, Hindley se había
asomado a la barandilla escuchando un rumor que sentía abajo, y casi había olvidado a
Hareton.
¿Quién va? preguntó, sintiendo que alguien se acercaba al pie de la escalera.
Reconocí las pisadas de Heathcllff, y me asomé para hacerle señas de que se detuviese.
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𝒞𝓊𝓂𝒷𝓇𝑒 𝐵𝑜𝓇𝓇𝒶𝓈𝒸𝑜𝓈𝒶𝓈
Historical Fiction𝑆𝑒𝑔𝑢́𝑛 𝐻.𝑃. 𝐿𝑜𝑣𝑒𝑐𝑟𝑎𝑓𝑡 "𝐶𝑢𝑚𝑏𝑟𝑒𝑠 𝑏𝑜𝑟𝑟𝑎𝑠𝑐𝑜𝑠𝑎𝑠" 𝑒𝑠 𝑢𝑛𝑎 𝘩𝑖𝑠𝑡𝑜𝑟𝑖𝑎 𝑡𝑜𝑡𝑎𝑙𝑚𝑒𝑛𝑡𝑒 𝑎𝑝𝑎𝑟𝑡𝑒 𝑐𝑜𝑚𝑜 𝑛𝑜𝑣𝑒𝑙𝑎 𝑦 𝑐𝑜𝑚𝑜 𝑜𝑏𝑟𝑎 𝑙𝑖𝑡𝑒𝑟𝑎𝑟𝑖𝑎 𝑑𝑒 𝑡𝑒𝑟𝑟𝑜𝑟, 𝑐𝑜𝑛 𝑠𝑢𝑠 𝑒𝑛𝑙𝑜𝑞𝑢�...