Amanecer

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Los amaneceres para Tony siempre habían sido más de lo mismo; despertar con alguna compañía femenina que había recogido la noche anterior o despertar en alguna de las mesas del taller, con hologramas dispersos por doquier y proyectos a medio terminar.

Por esas razones, los amaneceres no tenían ningún valor especial o misterio para Tony y simplemente los dejaba pasar como un evento cualquiera, sin ningún tipo de magia detrás.

Pero, desde Afganistán y desde que Steve había entrado a su vida, los amaneceres habían adquirido un nuevo valor para Tony.

Amanecer significaba que estaba vivo, que tenía una nueva oportunidad de vivir y hacer algo importante día a día.

También significaba que tenía un día más para estar al lado de su rubio, que tenía la oportunidad de verlo sonreír, de escuchar su risa y su melodiosa voz, que podía verlo enojarse, ser tan serio como cuando entraba en su papel de capitán, que podía verlo hacer las cosas con esa forma de hacerlas tan suya o qué podía verlo derretirse en sus brazos de nuevo.

Las posibilidades eran infinitas y satisfactorias en su esencia.

Pero, definitivamente, lo mejor del amanecer, eran aquellas oportunidades que rara vez tenía, en la que el destino se compadecía de él y despertaba primero que Steve.

Aquellos momentos eran sencillamente únicos y sublimes.

Cuando despertaba, podía ver cómo la luz de la mañana iluminaba suavemente la pálida piel de Steve, dandole un aire celestial y etéreo. La luz también se filtraba a través de sus rubios cabellos, iluminandolos y haciéndolos lucir aún más claros de los que eran.

La luz le permitía observar las pequeñas y poco notorias pecas que tenía en el puente de su nariz y que solo alguien que estuviera muy, muy cerca de su rostro era capaz de notar.

En esos momentos, Tony, con sus ojos fijos en el rostro de Steve, llevaría su mano a la cara del rubio y, suavemente, con su dedo recorrería el puente de su nariz y sus pómulos, bebiendo de la bella imagen que tenía la oportunidad de ver.

Otra de las cosas que a Tony más le gustaba del rostro dormido de su pareja, a parte de la forma en que sus largas pestañas descansaban suavemente sobre sus mejillas y lo apetecibles y rellenitos que se veían sus labios a esa hora de la mañana, era lo joven e inocente que se veía, contrario al hombre que sabía que se escondía debajo de toda esa apariencia.

Pero quizás, el mejor espectáculo era el verlo abrir los ojos. Ver cómo sus párpados se abrían, revelandole al mundo sus imponentes y hermosos ojos color del mar, los cuales miraban todo con inocencia y confusión,hasta que se adaptaba al espacio en el que estábamos y sus ojos recuperaban su brillo normal.

De todos sus amaneceres, esa era la mejor parte.

Y, esperaba, que tuviese la oportunidad de tener muchos amaneceres, y muchos más si tenía la oportunidad de ver algo tan hermoso.

Steve Y TonyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora