Entelequia

21 0 0
                                    

Me miraste y, en ese momento, sentí la vida recorrerme de nuevo, semejante a como recorre un explorador inexperto el mundo, con expectativas fantasiosas y un tanto suicidas. Te atreviste a curiosear los rincones de mis calles olvidadas, y hallaste cubierto de cerrojos, el cenotafio en donde había enterrado mi corazón.

Te mande señales erradas, deseando que te extraviaras, pero fuiste persistente. Además, tienes el don de la elocuencia, posees una lubricada llave de palabras que podrían abrir hasta la bóveda más segura, o revivir al ente más sombrío. A mí. Me tomaste desprevenido y mi voluntad no pudo defenderme.

¿Y ahora? ¿Quién podría reconocerme? ¿Quién diría que este sujeto acaramelado como una manzana de feria pueblerina, era aquel limón añejo? Si es que miro al espejo y me noto con menos pliegues, y una sonrisa craquelada, adherida al rostro, que si la observo a detalle me comienza a asustar. También me siento menos denso, e incluso ingenuo, debo decir.

En todos mis años, nunca sentí algo así, has logrado a esta altura de mi vida hacer tambalear mis dogmas, esos que se han forjado con fracasos y despechos. Has conseguido hacerme olvidar las heridas que insistían en permanecer supurando, pese a los remiendos y la autocuración.

Eres de esas mujeres, que logran disipar la curva del yin y el yang, de las que diluyen el negro y el blanco para volverlo gris, de esas que te hacen dudar de si eres bueno o malo. Tu dualidad es mi némesis y mi perdición.

Muchas pueden sacar de un hombre esa parte truculenta que nunca han querido advertir de sí mismos, y que no va conforme a la ética o a la moral, ese animal, ese yo instintivo y carnal. Pero tú, has conseguido algo más complejo aún, y es que yo quiera seguir gustoso ese camino intrincado y pérfido, donde al final me convierto en la segunda opción.

Me impacienta ese modo frívolo que tienes de ver la existencia, para ti nada importa, no tienes afán alguno en trascender, lo que resulta incongruente, porque cuando te beso, me siento inmortal.

¿Quieres acabar con esto? Me preguntaste un día que me notaste cavilar. En ese momento no quise que el silencio respondiera por mí, por eso lo negué, pero la realidad es que no lo sé, y prefiero dejarlo así. Elijo desgastar el tiempo bailando, con tus pies sobre los míos, con tu cabeza en mi clavícula y mi aliento sobre tu frente ¿Verdad qué suena bien?

Cuando estoy contigo no hay más rostros que este híbrido, nacido del quiero y no quiero, no hay pecados cometidos, no hay engaño, no hay miseria. Porque tienes el poder de crear atmósferas perfectas, de transfigurar lo escueto a espléndido con solo sonreír; una botella de vino rancio, un motel barato, un par de horas a tu lado, se tornan fácilmente; en un viñedo, un paseo por la toscana, y una eternidad. Tu espalda se convierte en un puente en hora pico, mis dedos en transeúntes apurados en llegar a casa, y tu mirada pícara sobre el hombro, en la nave que nos lleva a una galaxia lejana.

Menos ropa, más piel y empezamos a vivir. Ver tus labios entreabiertos detiene de ipso facto mi afán de conjeturar, para darle paso inevitable a una legión de sensaciones catárticas que me irrumpe, y que se extiende hacia ti, con voracidad. Tu ombligo y el mío comienzan a danzar como olas embravecidas y nuestra respiración se vuelve sonora y aguda, como notas sostenidas de un piano.

¿Te confieso algo? Lo que más me gusta de nuestros encuentros es tu honestidad; donde sea que te sobrevengan las ganas, no hay ningún rastro de actuación. Sé que sientes con el mismo ímpetu que yo. Sin embargo, pese a lo extraordinarias que son estás entregas de alma a alma, se te ha vuelto costumbre ponerles fin muy pronto.

Quisiera que después de hacerte mía, durmieras plácida junto a mí por lo menos una hora, así mi nariz podría seguir olfateándote y mojándose en el sudor de tu silueta, así podría contemplarte sin prisas y es que, allí, entregada a Morfeo, aparentas inocencia y no tienes idea de lo tierna que te ves.

Sin poder evitarlo, despegas las pestañas y tu vista se dirige a la ventana, todavía es de día, pero me miras con ojos de psiquiatra, cuya sesión con su paciente ha terminado, seguido te despides de mí con un beso a modo de placebo, y me dejas vacío y usado.

Y yo, derrotado, guardo en un bolsillo roto mi ambición de acariciar tu pelo, cuando la luz del alba esté quebrando el horizonte... De que seas lo primero que pueda ver por la mañana... Duele, que te vayas antes de que la luna se asome.

A veces creo que eres perversa, y otras, una diosa. O quizá eres una diosa perversa, con el poder de dominarme, porque al segundo que te marchas, te extraño, y me obligas sin quererlo a quedarme con la vista fija en la puerta, con la añoranza estúpida de verla abrirse. Permanezco allí, impávido, por más tiempo del que quisiera, aun sabiendo que tu regreso, es una vil quimera.

Debería cobrarte las horas enteras que pierdo tratando de nombrar lo que siento por ti. Me cuesta comprender, por qué las personas sufrimos de este mal, el de ponerle a las cosas etiqueta, título, creo que es porque al hacerlo, lo innombrable se vuelve más real, más tangible, más de uno, y así finalmente podemos usar nuestras respuestas prefabricadas para explicarlo ¿Tú qué crees?

Me dices que lo mejor es no pensar, que lo único que importa es sentir. Callaré la verdad hasta la sepultura, aceptaré que sigas siendo ajena, pero solo si aceptas ser más mía, que de él. Y nos llamaremos el uno al otro, a falta de un apelativo, con sensaciones y sentimientos en vez de con adjetivos: Pasión, satisfacción, esperanza, éxtasis, júbilo, admiración, deleite, felicidad, plenitud o en una sola palabra, entelequia.

Sobre el amor y otras confusiones Donde viven las historias. Descúbrelo ahora