Una tarde cualquiera, tomando un café

33 2 0
                                    


—¿A qué te dedicas? —le pregunté mirándola de soslayo. Había pasado mucho tiempo, pero por alguna razón estaba nervioso. Ella siempre lograba ponerme así.

—A pensar en ti —dijo con tranquilidad. Su respuesta directa me aturdió, aunque la curiosidad fue más fuerte, por lo que me atreví a preguntar:

—¿Y qué es lo que piensas?

—En todo lo que pudo ser y no fue. — Un breve silencio, me hizo percatar de la música que sonaba de fondo. Era una balada de los noventa.

—¿Y para qué piensas en eso? Es tiempo pasado ¿no? —consulto reuniendo las palabras como si fueran piezas de un rompecabezas que no encaja.

—Dicen que la mente, o el corazón más bien, siempre vuelve a esos viejos sitios...

—¿Dónde fue feliz?— Me apresuré en contestar. Justo aquí busqué su mirada y sus ojos café oscuro, semejantes al café que tenía sobre la mesa, seguían expresando esa magia, ese misterio que tantas veces me dejó sin respiración.

—No. Donde aprendió a odiar— respondió.

—¿Resulta que ahora me odias?

—No. Desde luego que no—apuntó con una sonrisa apenada, casi infantil. Aprovechó el momento para acomodar el flequillo de su cabello y colocarlo detrás de su oreja. Luego sorbió de su taza.

—Entonces no entiendo nada.

—Es que me gusta recordar esa época en la que me enamoré de ti. Primero te odie, pero después...

—¿Después qué?— consulté atrevidamente.

—Después pasó que te me metiste dentro y todavía me pregunto como lo hiciste. Justo allí descubrí uno de los momentos preferidos que tiene la vida— dijo exhalando un poco de aire por su boca, como cuando lo que dices te satisface o como cuando estás completamente convencido de lo que acabas de decir.

—¿Y ese momento, cuál es?

—El momento cuando el corazón está tan confundido, tan atribulado por los nuevos sentimientos, que no duerme, no descansa, late a prisa sin razón alguna, se despista y luego cae en cuenta.

—¿De qué, de que cae en cuenta? ¿de qué está enamorado? —inquiero completamente embebido con el curso que había tomado la conversación.

—No. De que está perdido. El corazón mira para atrás un momento y al volver la vista el camino, este se le ha desdibujado por completo— explica con circunspección.

—¿Y esa sensación te gusta, la de estar perdida?

—No, no es a mí quien me gusta, ya te dije, es al corazón—señala atacando una sonrisa y da otro un sorbo a su taza de café.

—¿Y por qué? —debo preguntarle, sigo sin entender.

—Porque cuando el corazón está perdido, es libre. Y si mi corazón no hubiera sido libre, nunca me habría fijado en ti, sabiendo que soy una mujer casada.

Fragmento para un reto del grupo:

UNIDOS POR LOS LIBROS de Facebook

Sobre el amor y otras confusiones Donde viven las historias. Descúbrelo ahora