Mi momento había llegado. Era mi última oportunidad para escapar.
Me asomé por el ventanal quebrantado, llegando a atisbar la silueta que corría por la avenida, dando tumbos y gritando. Reconocí en sus facciones una expresión de puro terror. Sin embargo, yo ya había perdido toda empatía, mi única meta era la de sobrevivir un día más.
La figura se desplomó al suelo, retorciéndose de dolor: un poste caído, comido por la herrumbre, había provocado su caída, causándole un profundo corte en la pierna derecha; pronto morirá.
Extrañas figuras se abalanzaron a por ella. Eran deformes, sus cuerpos deteriorados y desnudos se contorsionaban de manera fantasmal y surrealista y las facciones de sus caras eran grotescas, tétricas. La mujer agarró un ladrillo de los escombros de un edificio. Comenzó a sacudir su brazo, en un vano intento por defenderse.
La oportunidad perfecta. Salté por la ventana, situada a un metro del suelo. Lentamente, debía de moverme en dirección contraria a la casa en la que estaba oculto. Aquellas cosas estaban entretenidas devorando con ansia a la mujer; viva.
Solo tenía que atravesar la avenida, fácil y sencillo. La mujer me vio, soltó un gemido agudo pidiendo ayuda, alzó una de sus manos; la escena era horrible: le habían extirpado media mano de un bocado, y uno de sus dedos yacía suspendido en el aire, colgando de un fino hilo de piel. Sus gritos se ahogaron, oí una tos inundada en sangre, al mismo tiempo que su mano caía al suelo, inerte.
Había llegado, El otro lado de la calle, debía entrar en un edificio imponente. Pero la puerta estaba cubierta por una barricada de tablones. Tras un chequeo rápido al edificio, retrocedí unos pasos, me preparé y embestí brutalmente contra la ventana, haciéndola añicos.
Me incorporé, en una lluvia de cristales que seguramente había atraído a esas criaturas. La sangre emanaba por mi hombro entre las ropas rasgadas, y se deslizaba hasta las yemas de mis dedos. Debía de ser raudo, no tenía mucho tiempo; comenzó mi carrera hacia el último piso, situado a unos 10 metros sobre mi cabeza. Los escalones quemados crujían a cada paso que daba, como resistiéndose a ceder a mi peso. Una figura cayó desde el techo, pero no parecía haber sufrido daño alguno. Rápidamente se levantó, su cara... Era terrible: no tenía ojos, nariz... tan solo unas fauces enormes que se acercaron a una velocidad vertiginosa a por mí. Traté de detenerlas, pero me tiró al suelo. Forcejeé con esa cosa para librarme, pero no me dejaba moverme. Me percaté de que había un trozo de pasamanos de madera destrozado clavado en el suelo, en forma de estaca. Le sujeté la cabeza con las manos y, con todas mis fuerzas, le aplasté la cabeza contra la estaca, empalándole y poniendo fin a su existencia.
Era el momento de correr. Llegué al tejado, exhausto.Me quité la mochila, rápidamente saqué aquel emisor de radio, y cargado de adrenalina trepé hasta el punto más alto. Activé el transmisor.
Se acabó, había cumplido mi misión; busqué el cañón de bengalas para dar la señal. Mientras lo alzaba y apuntaba con él al cielo una figura a la que no ví llegar me agarró, haciéndonos caer al vacío. Había llegado mi hora: miré al cielo, tan azul como siempre. Cerré los ojos, el frío me envolvió suavemente. Noté los rayos del sol en mi cara, justo antes de expirar contra el frío asfalto.
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Qué será de nosotros.
TerrorLa tierra. Terreno valdío. Una esperanza ilumina a un pequeño grupo, una llamada de socorro desconocida, ¿Tal vez indicios de un lugar fuera del alcance de "ellos"?