Madre e hija

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Doblé la esquina hacia la casa de Sara. Caminaba tan rápido como mis piernas me lo permitían. Cuando la alcancé a ver, ya estaba fuera de la casa, dispuesta a marcharse. Entonces comencé a trotar y, al llegar hasta ella, tuve que tomarme un momento para descansar apoyando mis manos sobre mis rodillas para recuperar el aliento.

–Llegas tarde –dijo, con expresión severa.

–Ah, ¿en serio? –contesté jadeante y con aire irónico–. No lo había notado. Solo trotaba para ejercitar las piernas, ¿sabes?

–No tenemos tiempo para el sarcasmo. Si no nos apresuramos perderemos la primera hora de clases. Andando.

Tan pronto como dijo aquello, Sara dio media vuelta y emprendió el camino. Mi cuerpo demoró unos segundos en responder a su mandato, pero, tan pronto pude, me incorporé y la seguí.

–Hoy es el día –dije–. En solo unas horas anunciarán los ganadores del concurso de literatura. ¿Estás nerviosa?

–No mucho –contestó.

–Tu madre vendrá, ¿verdad?

–Supongo –dijo con un poco de dificultad.

Aguardé un poco antes de hacer la siguiente pregunta. Temía estar fastidiando demasiado a Sara.

–¿Todavía te parece una mala idea haberla invitado?

Ella permaneció en silencio.

Sara tenía problemas con su madre, por lo que casi nunca hablaba de ella y evitaba incluso invitarla a las actividades familiares del instituto. Sin embargo, yo ya había conversado con la señora en algunas ocasiones y no me parecía una mala persona; conmigo era bastante amigable. Pensé que su mala relación tal vez se debía a que Sara, luego de aceptar a Jesús, no se había abierto a la posibilidad de arreglar las cosas con su madre.

Ella había participado en el concurso literario del instituto y fue seleccionada como ganadora. Esa mañana lo anunciarían formalmente y entregarían los premios en uno de los actos del festival. La convencí de dejarme invitar a su madre. Me pareció una buena forma de estrechar la relación entre las dos que la madre de Sara conociera el gran talento que tenía su hija. Por alguna razón tenía un muy buen presentimiento acerca de eso.

–No te preocupes, sé que fue una buena idea –intenté animar a Sara–. Se sentirá muy orgullosa al ver que ganaste un premio, ya lo verás. Leí tu libro, es estupendo. Podría decir con toda certeza que obtendrás el primer lugar. ¿Lo imaginas? ¡Se emocionaría muchísimo!

Sara permaneció callada. Me pareció que todavía estaba un poco temerosa. Decidí dejar de insistir. Confié en que al final del día ella confirmaría por sí misma lo que le intentaba decir.

–¿Qué tal tú? –preguntó–. ¿No estás nervioso por tu participación en el festival?

–¡Ni lo menciones! Casi no pude dormir pensando el ello. Pero gracias a Dios ya todo está en orden. Ahora simplemente estoy intentando no pensar más en eso hasta que empiece nuestra participación.

Ya habían pasado unos meses desde que Sara había logrado convencerme de participar en el festival. Al principio vacilé un poco pero, sin prestar mucha atención al temor que sentía, cerré los ojos y me dejé guiar por sus palabras. Por primera vez en la vida ignoré mis miedos y asumí un reto. Necesitaba probar si el razonamiento de Sara era correcto o si simplemente debía seguir actuando como hasta entonces.

Sara me había ayudado a reunir algunos muchachos cristianos del instituto que, al igual que yo, tocaban algún instrumento en las congregaciones a las que asistían. Les expliqué lo que deseaba hacer y se mostraron dispuestos a colaborar. Reclutamos a un pianista, un bajista, un baterista y un guitarrista. Ensayamos incansablemente varias veces a la semana después de clases. También pedimos ayuda al director de la banda del instituto y presentamos nuestra participación en ayuno y oración. Estábamos decididos y motivados a dar lo mejor de nosotros y muy pronto notamos que el esfuerzo y tiempo invertidos estaban rindiendo buenos resultados.

Y, sin darme cuenta, había comenzado a cambiar. Hice nuevos amigos, ya no era tan tímido, ni sentía tanto miedo de asumir responsabilidades e intentar cosas nuevas. Tan satisfecho estaba con los resultados de mi nueva actitud, que incluso me sentí motivado a entrar al equipo de baloncesto para participar en la competencia entre las escuelas del distrito ese año. Pues aunque antes jugaba con algunos amigos de Jonathan en el barrio, siempre me había aterrado participar en las competencias del instituto.

El día del festival había llegado más rápido de lo que esperaba. Me resultaba difícil de creer que ya solo estaba a unas horas de la presentación. No podía contener los nervios.

Las tres primeras horas de clase volaron y, luego del receso, nos trasladamos al salón de actos para la premiación del concurso de literatura. Mientras Sara aguardaba en su lugar, en la primera fila del salón de actos, yo no dejaba de mirar una y otra vez en dirección a la puerta de entrada desde mi asiento, esperando ver llegar a su mamá. Mi cuello ya dolía cuando por fin vi a la elegante dama atravesar la puerta. Venía acompañada de su madre, es decir, la abuela de Sara. Alcé la mano para llamar su atención y las invité a sentarse junto a mí.

El director dio inicio al evento con un breve discurso. El acto continuó con la participación de la banda del instituto dando paso luego a la premiación.

Empezaron anunciando las menciones especiales, que solo recibieron una medalla. Anunciaron el sexto lugar: un chico de segundo año. Luego el quinto y el cuarto, y ninguno fue Sara. Claramente se encontraba entre los tres primeros puestos. Ya no podía contener la emoción por más tiempo. Miré a la madre de Sara, parecía estar disfrutando del evento. Anunciaron el tercer lugar y tampoco fue ella. Sara ganó el segundo lugar. No había sido el primero, pero aun así era asombroso.

Al terminar la premiación, su madre, su abuela y yo nos encontramos con ella fuera del salón de actos, pues aunque todavía faltaban algunas participaciones, incluyendo la mía, su madre ya debía marcharse.

–¡Felicidades, Sara! Sabía que estarías entre los primeros –fui el primero en felicitarla.

Su abuela me precedió, dándole un abrazo a su nieta. Al separarse de ella, Sara miró a su madre expectante, quien a su vez le miró fijo a los ojos, al principio con una expresión seria, pero, luego de un suspiro, repentinamente se tornó en alegre.

–Por un momento pensé que esta vez sí quedarías en primero –dijo–. Pero tampoco lo conseguiste esta vez.

La expresión alegre y nerviosa de Sara poco a poco se transformó en una neutra y tensa. Se escabulló el brillo que unos segundos atrás iluminaba sus ojos, apareciendo en su lugar una mirada fría e impenetrable, como un enorme glaciar.

Lo que dicta el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora