Demasiado tarde

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La fuerte brisa y los relámpagos que se vislumbraban en el cielo parecían anunciar que pronto llovería. El aspecto de aquel cementerio era bastante tétrico, la falta de luz solar le daba a todo en el lugar cierto tono grisáceo. Aun con el clima, había asistido bastante gente al funeral. Al menos mucha más de la que William habría esperado. Todos a su alrededor lo estimaban más de lo que él hubiera llegado a imaginar.

Había, no muy lejos de aquellas personas, un alma desorientada. No sabía de dónde venía, ni cómo había llegado hasta allí. Tampoco le hacía mucho sentido que era el único ser presente que llevaba ropa casual y colorida aunque, a decir verdad, lo que veía en él no se trataba de nada más que un reflejo de las vestimentas que llevaba la última vez que habitó su cuerpo. Pero él ignoraba eso. Era de esperarse, después de todo, ni siquiera sabía que estaba muerto.

Impaciente por salir de tan confusa situación, decidió acercarse a alguien para pedir orientación.

–Disculpe, señor, ¿podría decirme...?

Se detuvo al darse cuenta de que, pese a haber puesto su mano sobre el hombro de aquel señor, éste lo ignoraba por completo. Ante tal muestra de apatía, decidió dirigirse a alguien menos descortés. Se aproximó a unos jóvenes que conversaban cerca de allí e intentó hablarles, sin embargo el resultado fue el mismo. No lo veían ni lo escuchaban. Confundido, tomó a uno de ellos por el hombro e intentó sacudirlo, pero no pudo moverlo ni un milímetro; como si, en lugar de carne y hueso, aquel joven estuviera hecho de plomo y fijado al suelo. El alma miró su mano intentando descifrar lo que ocurría. No se sentía mal; no se sentía débil, ni mareado, pero no tenía suficiente fuerza como para mover a una persona. Entendió que algo andaba mal.

De repente, los jóvenes decidieron moverse de lugar. Caminaron en dirección a él sin darle oportunidad de apartarse del camino. Pero, de todos modos, eso no fue necesario. En lugar de colisionar con él, los chicos lograron pasar al otro lado como si se tratara de una figura de humo. Al sentir los cuerpos de ellos atravesando el suyo se sobresaltó a tal grado que por un momento le faltó la respiración. Quedó en shock.

«¿Qué rayos está sucediendo?» se preguntó aterrado. Miró hacia el ataúd que estaba por ser enterrado y tuvo un presentimiento que le causó escalofríos.

Caminó en dirección al féretro. Mientras más se acercaba más lento se tornaba su andar y más temor lo invadía. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, miró a través de la pequeña ventana de cristal y se tardó un poco en asimilar lo que sus ojos veían: aquel rostro pálido y ligeramente desfigurado era... el suyo.

Un relámpago atravesó el cielo silenciosamente. Segundos más tarde, el ensordecedor trueno hizo al alma de William separarse del féretro con rapidez. Tembloroso y con la respiración entrecortada, retrocedía casi involuntariamente. Su confusión aumentaba al ver que, en su retroceso, atravesaba a unas cuantas personas que se encontraban en su camino; hasta que, finalmente, perdiendo el equilibrio, cayó sentado sobre la hierba. Tocó su rostro con desesperación, confirmando que no había nada inusual en él, a pesar de lo que había visto en el ataúd.

–¡Dios mío!... ¿Qué es esto? ¿Qué sucede? ¿Acaso es un sueño? –dijo en voz baja.

Se puso de pie con movimientos rápidos y torpes. Miró alrededor intentando divisar a algún conocido, sin embargo todas las personas allí presentes le parecieron totalmente extrañas. No le parecía coherente, pues se suponía que, si realmente se trataba de su funeral, lo normal sería que conociera a la mayoría de los que habían asistido.

Intentó recordar cómo había llegado allí. Recordaba una fiesta con su novia, recordaba haber salido de allí, pero no podía decir con exactitud cuándo o cómo se había transportado a aquel lugar en el que las cosas parecían no tener ningún sentido.

Lo que dicta el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora