Capítulo 1: Los dos mundos.

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Kim Seokjin pertenecía a los cálidos. O dicho de mejor forma: calientes. Pero no porque fuera un adicto al sexo, no.

Se debía a su carácter explosivo, imponente; irracional en bastantes ocasiones. Era fiel enemigo de la paciencia y devoto creyente de la ley del talión. Hombre un poco más adulto que joven, de veintiocho años. Su complexión era grande y su belleza abrumadora. Kim Seokjin era casi la perfecta definición de un cálido de sangre pura.

A excepción de sus ojos. Que habían dejado de ser solo rojizos para que uno de ellos, el izquierdo, pasara a ser una el resultado de combinación que deriva en morado. Ése era su misterio.

En su mundo, el segundo mundo, las personas se dividían en dos grupos: cálidos y fríos. Esto según la gama de color con el que la persona naciera. Un bebé podía darle el primer vistazo al mundo con los ojos amarronados y sería proclamado como cálido. O bien, con unos irises azulados y sería llevados directamente al lado de los fríos.

No obstante, esa división no los separaba como tal. No como en el primer mundo. En realidad, solo era el modo de organización con el que se regían. Naranjas o platas, amarillos o verdes. Eso solo servía para entender que, de una manera u otra, el día en el que una persona encontrara a su predestinado, sus ojos dejarían de ser del mismo color y, solo uno, pasaría a ser una mezcla entre calor y frío. Ese era el punto medio.

Y Seokjin ya tenía el ojo izquierdo teñido de púrpura. Lo que solo podía significar lo inevitable.

Pero nunca se veía a alguien a su lado.

Cada vez que salía, la gente de la ciudad se lo quedaba mirando de dos únicas maneras: extrañados y aterrados.

La primera porque sus ojos habían cambiado y jamás había acompañante. Situación que llevaba a varias personas curiosas a preguntarse: ¿podría ser posible que alguien naciera con los ojos diferentes? Empero, la respuesta era obvia: No, no se podía. Kim Seokjin ya tenía predestinado, eso era una afirmación. ¿Quién?, la interrogante.

La segunda era debido a su fama. Oh, porque Kim claro que tenía fama. Y una de las peores.

Que si torturaba hombres, que si les arrancaba la piel y se la comía, que si sus manos estaban bañadas de sangre y tenía la marca de la bestia. Tantos "qué sí" y tan pocos "qué no". Pero eso a Seokjin no le inmutaba en lo absoluto. De hecho, le parecía entretenido escuchar los murmullos de la gente hablando de las mil cosas que seguramente había hecho. ¡Y hasta le impresionaba! Sí, porque en muchas ocasiones le atinaban.

¿Que le había cortado las manos a su propio padre? ¡Por supuesto! Ese hijo de puta golpeador no se merecía menos. ¿O sí? ¿Debió haberle arrancado los pies también? Quizá. Pero había sido misericordioso. Ahora, su padre tenía la gran tarea de aprender a comer utilizando los últimos diez dedos que le quedaban. 

¿Que castraba usando solo sus manos y una navaja sueca que, según los rumores, su predestinado le había regalado? ¡Claro que sí! Había perdido la cuenta de cuantos miembros inocentes había liberado de hombres enfermos. Seokjin podría tener las manos bañadas de sangre pero nunca haría algo tan bajo como violar a una persona. Él no era tan monstruoso.

Que si esto, que si aquello. Sí, sí y sí. Seokjin era eso y más.

Era un hombre de veintiocho años, ex agente privado del gobierno del primer mundo, al que alguna vez hubiesen dado por muerto. ¡Já! Seokjin estaba más vivo que esos dinosaurios.

Y enamorado.

Muy enamorado.

—Jinnie, llevas media hora sonriendo, ¿puedes mirarme y decirme en qué piensas? —Seokjin abrió los ojos, despacio, obedeciendo la orden.

EROS                                           »taejinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora