• XV - Nueva claridad •

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Una brisa fresca venía desde algún lugar, la cual me acariciaba el rostro, y percibía una luz cálida sobre mis ojos a través de mis párpados cerrados

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Una brisa fresca venía desde algún lugar, la cual me acariciaba el rostro, y percibía una luz cálida sobre mis ojos a través de mis párpados cerrados. Sentí un aroma familiar, pero que no reconocí. Era salino. Todo lo que podía recordar era haberlo sentido antes, hace algún tiempo. Abrí alarmado los ojos al sentir de súbito un viento helado azotar mi cuerpo y miré a mi alrededor mientras me erguía. Me encontraba al aire libre, tendido sobre la hierba, y el cielo azul y despejado se cernía sobre mí en toda su amplitud.

Lo primero que hice fue buscar a Ashun o a Zami, pero estaba solo... así que, confuso y atemorizado, me levanté y empecé a caminar. Sentía bajo los pies el crujido de la hierba seca y los observé adelantarse el uno al otro por un rato, intentando recordar de qué forma había acabado en aquel lugar, hasta que me topé de golpe con una pared de matorrales, los cuales se envaraban más altos que yo. Un sonido acaparó mi atención. Una risa infantil que provenía desde el interior, acompañada del crujido que emitía un cuerpo moviéndose de un lado al otro con rapidez entre las hojas.

Mis piernas se estaban moviendo antes de que me diera cuenta y me interné en la maleza sin saber a dónde iba o a quien estaba siguiendo. La risa sonaba como la de un niño pequeño al que conocía. Pensé de inmediato en Inoe y el corazón me dio un vuelco. No era posible... No había manera de que estuviera aquí... ¿o sí? La risa volvió a arrancarme de mis pensamientos y decidí seguirla, determinado a descubrir a quien pertenecía, con el corazón desbocado por aquellas esperanzas suscitadas por algo que sabía que era imposible; solo para cerciorarme de ello con mis propios ojos.

Conforme mis pasos adquirían más velocidad y se convertían en una carrera, mi respiración se agitó. Iba apartando el mar de hierba fuera de mi camino a brazadas, como si nadase en él. Las risas sonaban cada vez más cerca. De pronto, me abrí camino entre las hojas hacia un área abierta, como una especie de claro. Había del otro lado del cual una figura infantil de espaldas. No era Inoe. El cabello que el viento le agitaba sobre la cabeza no era rubio, sino cobrizo. Entonces, el muchachito se dio la vuelta para mirarme con una sonrisa en su rostro melado. Y ver una vez más sus grandes ojos color turquesa hizo que el pecho se me constriñera de modo doloroso.

«Eloi...» susurré, pero mi voz no fue más que un soplo de aliento.

Sonreí emocionado y me apresuré para llegar junto a él. Quería abrazarlo; tocarlo otra vez; jugar juntos tal y como en aquella ocasión, hacía mucho tiempo. No obstante, a medida que intentaba correr, mis piernas se volvían cada vez más pesadas y rígidas, y no conseguía avanzar ninguna distancia. El trecho entre nosotros solo parecía hacerse más y más largo.

«¡Eloi!», intenté gritar, sin éxito. Las sílabas de su nombre se quedaban atascadas en mi garganta y allí morían sin encontrar escape.

Los matorrales detrás de él se agitaron. Algo se movía entre ellos; una figura tan grande que me paralizó de terror en mi sitio. La hierba se partió entonces hacia los lados, revelando a un animal gigantesco; robusto, encorvado, cubierto de pelo oscuro. Sus ojos rojos refulgían y me estremecí cuando abrió el hocico y me mostró una hilera de dientes afilados.

Tuqburni | RESUBIENDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora