Karamakov.

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-Karamakov –Grito Brad desde la puerta en el pasillo haciendo que Skye se molestará más. Mientras ella caminaba cada vez más rápido, Brad también lo hacía para alcanzarla –Hey, ¿Qué te pasa?

Giró los ojos y siguió caminando ignorándolo por completo; las lágrimas amenazaban con salir, había creído que él le había hablado porque quería ser su amigo de verdad no por ser Karamakov, pero había sido como todos los demás. Brad salió corriendo detrás de ella y tomo su brazo con fuerza evitando que siguiera caminando.

-¿Me piensas decir o qué? –Dijo acercándose a ella.

-¿Qué quieres que te diga? -Intentaba zafarse de él, pero seguía sin mirarlo a la cara.

-¿Por qué saliste corriendo?

Skye soltó un suspiro malhumorada al mismo tiempo que sacudía su brazo y levantaba poco a poca la mirada. Entonces fue ahí cuando lo vio, y no solo lo vio, si no que al fin le presto la atención suficiente para entender porque las chicas suspiraban por él, podría no tener los ojos azules o ser rubio, pero sus ojos cafés parecían no acabar nunca, era unos centímetros más alto que ella pero lo suficiente para que tuviera que pararse de puntas para darle un beso o alcanzarlo. El cabello desordenado le recordaba al de su hermano pequeño, y lo que llevaba puesto lo hacía parecer el músico perfecto.

-Odio mi apellido, soy más que una Karamakov, y odio que la gente se me acerque sólo por serlo, soy más que eso.

-Oh, no sabía que tu apellido te molestaba… Pero no te hable por eso, y quizá si haya oído a tus padres pero no más, no te compararía.

-Es que eso hacen todos –Soltó y logro zafarse de su brazo; al hacerlo salió corriendo por el pasillo hasta la puerta del instituto.

Seguía lloviendo, pero no le importo, siguió corriendo hasta llegar a la parada del bus que no tardó en llegar; el viaje de regreso a su departamento transcurrió tranquilo y sin ningún percance, al llegar a su departamento corrió a dejar sus cosas y después bajo las escaleras lista para ir a su trabajo en la cafetería de la esquina. Era un trabajo pretencioso, pero de eso a vivir mantenida por sus padres, prefería trabajar de mesera.

La cafetería no era un lugar terrible, de hecho era muy agradable, sus únicos amigos eran de ahí: Maggie y Finn. Eran hermanos y los quería más que a mucha gente, era con los únicos que en realidad contaba. Maggie era más bajita que ella, pero era muy guapa, con muchísimas curvas y ojos azules. Finn, era el príncipe encantador que todas querían, tez pálida, cabello castaño obscuro y los ojos verdes. Ambos hermanos eran guapos, parte de que la cafetería fuera exitosa se debía a ellos.

-Un cliente te espera en la barra, ve ya –Le dijo Maggie mientras tecleaba en la caja registradora.

-Un gusto verte también.

Corrió por su delantal y saludo a Finn con una sonrisa, y con esa sonrisa atendió al chico que estaba sentado en la cafetería, traía un sombrero y tenía la cabeza baja, parecía estar leyendo algo, así que antes de preguntarle por lo que quería, tosió para que supiera que ella estaba frente a él.

-¿Qué vas a querer? –Le dijo sonriente tomando su pluma.

El chico levantó la mirada en cuanto escuchó su voz y le sonrió.

-Un café y que me expliques lo de micrófono abierto.

-¿Me estás siguiendo? –Tomo nota de lo que quería mientras se daba la vuelta para sacar la cafetera y traer un volante de información sobre la noche de micrófono abierto. –Es simple, trae tu instrumento y cantas, entretienes a todos y si eres el mejor te ganas un cupón de no sé qué cosas por un año.

Rainy Days.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora