Final: Nuestra Foto

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«¿Y ahora?» No lo sé. Pero esta es tu victoria. ¿Victoria? ¿Que gané? No e ganado nada todavía y no sé si ganaré algo.

Ya pasó una semana desde que encontré a Lito. 7 días pensando en todo lo que podría pasar. Desde lo peor como «¡Estas enfermo!» hasta lo hipotéticamente mejor, que sería «Si»

Lo único que hacía era sentarme a esperar que su imagen apareciera, como si de una representación holográfica se tratase, ahí, frente a mí, con sus ojos de barro pulido y su sonrisa de blanco sin fin. Pero mi imaginación se aburría a la par de mi sentido común, esperando que la misma respuesta que tenía ya hace una semana atrás y que seguía manifestándose en mi pecho, saliera por fin de mi garganta, gritando al cielo aterrado a una decepción y llorando ante la posibilidad de caer desde lo más alto.

Sin coraje, mi consuelo mudo era su foto única. La selfie de calidad discutible, donde apenas se podía apreciar un porcentaje mínimo de su belleza real. Sus ojos, retadores. Mirándome desde el pasado, en una línea temporal donde existimos en un mismo lugar, al mismo tiempo, con un futuro incierto y un fuego abrasador que se convertiría en un tornado llameante. Ella me retaba. Me retaba a salir de mi cárcel de cristal y a dejar atrás el dolor y suciedad que había dejado la última persona que había pasado por mi corazón, pero no podía. El estigma. Mi estigma, sufrir una vez más con una verdugo distinta (Acabo de mencionar la inexistencia del futuro, pero no puedo evitar temblar ante lo desconocido, desconfiar de él y ahuyentarlo sin darle la oportunidad de hacerce reconocer, hundido en el mundo de un hubiera, y humillado por las risas de la primera impresión).

—¿Seguimos hablando del futuro?

Esa es una verdad a medias.

—Te estás comparando con el futuro, ¿Verdad, desperdicio de humanidad?

Es mi manera de mantenerme bajo control.

La pantalla de mi celular tocó la madera húmeda de spray anti-olor de mi escritorio casero. Las rueditas de mi (ahora) vieja silla giratoria se atoraban conforme me deslizaba hacía atrás, haciendo espacio suficiente frente a mi para estirar un momento los brazos y piernas, girar un poco el cuello y quizás tratar de cambiar mi mueca de disgusto y frotar mis ojos borrosos que no podían dejar de mirar la pantalla de «Derrota» que presumía mi monitor a lo ancho de sus 1366 píxeles.

Lleve mi puño hacia mi boca, cubriendo mi aliento mientras tosia, y ocasionalmente para golpearme el pecho y detener las violentas exhalaciones. «Olvide tragar mi propia saliva» pensé, mientras me levantaba de mi silla. Mi mente se desconectó de nuevo o quizá no, pero es un pretexto exelente para no decir, olvidé lo que pasó después o como diría mi hermana «No es relevante».

Mi cuerpo se ubicó de pie frente a la pared de ladrillos amarillos, dandole la espalda a la división de madera que limitaba mi oficina del pasillo. De nuevo aquí, donde siempre, como siempre.

–¿Y si lo único que quiero es decir algo?

Algo es poco. Di media vuelta y ví la montaña de papeles y trabajos incompletos desbordando mi escritorio. Llevo semanas sin entregar nada. Mi cabeza está ocupada pensando en mil cosas más, siempre.
¿Y que quiero decir?

Que tengo miedo, mucho miedo. No quiero hacer el ridículo frente a ella, o en su defecto en su red social predilecta, no quiero ser un organismo ajeno a su entorno. Estoy aterrado de solo pensar en convertirme en una enfermedad para su vida. Pero quiero hacerlo, quiero saludarla y alabar su cosplay, sus ojos y su sonrisa. Su persona, su existencia, su increíble existencia finita es este ciclo asqueroso de perdidas infinitas.

–¿Por qué?

Porque quiero que alguien haga eso por mí.

Me gustaría que hubiera alguien, quien sea, hiciera por mi lo que yo hice por Lito. Es por eso que quiero intentarlo, quizás ella tuvo amores sin saberlo, en la calle, en la escuela o en algún evento, quizás ni si quiera piense en ello por qué lo descarta por defecto. No existe si no tienes conocimiento de ello, y es ahí donde entró yo, un enamorado empedernido al que le bastó un solo momento para caer ante ella.

–Explícate.

No puedo hacerlo, yo no sé lo que a vívido ni lo que a sentido, porque no se quien es.

–Explícate a ti.

Me duele. O mejor dicho, me dolerá. Se lo que soy, se cómo me veo, como hablo, como río, como lloro... Como cómo, valga la redundancia.

Agite mi cabeza mientras la sujetaba con ambas manos.

Sé que ella al saber de mí existencia, su primer pensamiento será el deseo de nunca haberme conocido.

–¿Por qué?

Porque ella tiene amigos, es buena estudiante, es graciosa y en pocas palabras es normal (según su perfil en redes sociales) Osease, es diferente a mí, por lo tanto, no piensa como yo.

–Uh, veo que recuerdas las clases de filosofía.

Premisa, premisa, conclusión. Si una chica llegará un día a contactarme alegando que buscó por mi durante semanas solo por una oportunidad de conocerme, yo sé la daría. Sin duda. Pero como Lito no piensa como yo, entonces es muy probable que esa no sea su idea al revelarme ante ella, precisamente.

Pero, al final del día, no sé nada. Y aunque intento entender, repasar y aprender, siempre termino llorando por mi repugnante soledad, como siempre.

–Entonces no es por Lito que lloras.

Al principio sí era por ella, pero ahora que la encontré, lloró por otra cosa. Y esa cosa, soy yo.

Mi persona siendo rechazada simplemente por lo que hice. Pero lo hice de corazón, la busqué y busqué sin parar, eso en mi cabeza me hace un ideal de enamorado, pero en los canones actuales solo soy un enfermo. Y enfermo es la primera palabra más adecuada para mí, porque lo hice con la determinación más pura posible, sin pensar en bien o mal, lo hice porque de verdad creí que era lo correcto.

Pero, pensar que es correcto me hace sentir mal, incómodo. Me hace sentir como el villano que cree de corazón que hace lo correcto, no duda de sus ideales ni un mínimo. Y es ahí cuando me preguntó ¿Por qué estás tan seguro de que haces lo correcto? El cien por ciento de lo que sea, nunca es bueno.

Por eso dejé entrar un uno por ciento de duda.

Dejé caer mi espalda sobre el respaldo de mi silla negra con soportes laterales.

No lo haré, no le hablaré. Ella no necesita de alguien como yo en su vida.

–¿Por qué siempre yo?

Porque si. Por como soy. Por eso y nada más. Por eso nunca has tenido un amor secreto, por eso nunca ninguna chica te voltea a ver cuándo caminas por la calle, por eso nunca haz flechado a nadie en el transporte público, en una fiesta o en cualquier basura de convivencia.

Por qué soy patético. Mi cuerpo arrastra lodo; mezcla resultante de tus deseos, destruidos por tus lágrimas y tú mentalidad del fallo inminente. La tristeza de un cuerpo deforme y frágil, el odio de un rostro horrible y un sentimiento lleno de vacío.

Nadie quiere hacer mejor mi vida... A pesar de que yo quiera (intentar) hacer mejor su vida...

–Es una respuesta ridícula.

Si. Y aún así, es la mejor que tengo.

–No puedo creer que hayas salvado a tantas princesas como alegas, yo solo veo un ser de despreciable cobardía que dibuja un camino heroico con sus lágrimas.

Esas princesas son todo lo que me quedan.

–Entonces, dime porque estás escribiendo.

Porque soy una bestia... Un monstruo que pide amor a gritos desde el centro del mundo.

Si, si... Yar tenía razón. La canción que me mostró, puede explicar lo que no soy capaz de entender por mi mismo. Al final solo soy un cúmulo de sentimientos y malas decisiones... ¿Verdad..?

Nuestra Foto: Fin

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