Capítulo 4

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Algunos años después....

Por fin había acabado aquella peculiar cita a ciegas, pensó Neil, aliviado. En realidad, no sabía por qué se había prestado, pero cuando Annie le había suplicado que la acompañara no había podido resistirse. La pobre inocentona de su amiga había llegado a la conclusión de que su nuevo jefe, el extravagante millonario Raff Connor  y Candy harían buena pareja, a pesar de que hasta un ciego con cataratas se habría dado cuenta de que el chico en cuestión solo tenía ojos para Annie.

Hacía varios meses que Candy y él no coincidían. Sus vidas, tan distintas y complicadas, cada una a su manera, hacían que resultara difícil quedar los tres a la vez, y Neil no había podido resistir la tentación de verla de nuevo, a pesar de que siempre que estaba junto a ella le embargaba una extraña mezcla de emociones que, por lo general, lo dejaban exhausto.  Esta vez no había sido diferente.

En un momento dado de la noche se había burlado de sus numerosas conquistas para provocarla, y Candy lo había acusado a su vez de que a él las mujeres no le duraban ni una noche.

-«Estoy segura de que ni siquiera te quedas a dormir con ellas después, no vaya a ser que al tipo duro se le escape alguna emoción en sus sueños»,- había añadido, hiriente.

Había sido un disparo a bulto, pero había dado de lleno en la diana. Durante los años que siguieron a aquella noche inolvidable en la casita de juegos, Neil se había acostado con todas las mujeres que se le habían puesto a tiro, hasta el punto de que era incapaz de distinguir en su cabeza el rostro de muchas de ellas. Aquel joven herido en lo más profundo de su alma había hecho a un lado su inocencia llena de desdén y, desde entonces, había aprendido mucho sobre el sexo y las mujeres. Sin embargo, aunque había disfrutado del alivio físico que suponían esos encuentros sexuales, jamás había vuelto a experimentar nada remotamente parecido a las emociones que lo sacudieron aquella noche con la intensidad de una ciclogénesis explosiva mientras, afuera, rugía con fuerza otra tormenta que, ni de lejos, alcanzaba sus proporciones.

Ver a Candy en los brazos de otro después de aquella noche inolvidable en la que habían hecho el amor durante horas, incansables, le había causado una conmoción de tal calibre que se había jurado a sí mismo que jamás volvería a permitir que nadie más le causara un dolor semejante. A partir de entonces la había evitado en lo posible; si bien, había sido incapaz de renunciar a ella por completo. Gracias a Annie se mantenía informado de sus idas y venidas, y de la interminable lista de novios — que, por otra parte, no solían durarle más allá de unos meses — que pasaban por su vida.

Raff había quedado en que acompañaría a Candy a su casa mientras él hacía lo propio con Annie, cuyo piso no quedaba lejos del restaurante. Caminaban despacio por las calles solitarias y húmedas y Neil se resignó a aguantar como un campeón la charla que saltaba a la vista que su amiga estaba decidida a endilgarle.

Annie empezó sin rodeos:

— La verdad Neil, no me gusta que te metas con la vida amorosa de Candy. Para ser sinceros, tú tampoco eres un ejemplo de nada. -Él se encogió de hombros:

— Es divertido hacerla repelar.-

— No deberías burlarte de ella.- lo reprendió con firmeza -, solo está buscando al hombre de sus sueños.

— Pues ya debe haber descartado a la mitad del planeta - replicó con sorna, a pesar de aquellas palabras eran sal en su propia herida. Armándose de paciencia, Annie trató de hacerle comprender el por qué Candy cambiaba de novio como el que cambiaba de camisa.

— Lo que ocurre es que está traumatizada por su primera vez.- dijo Annie.

Al oírla se paró en seco en mitad de la calle, la agarró con fuerza de los brazos y preguntó, muy agitado:

ODIO A PRIMERA VISTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora